Bolivia, entre golpes y fraudes
¿En Bolivia hubo un golpe o hubo fraude? Esa parece ser la pregunta que se hace todo el arco intelectual, generalmente desde miradas parciales que tienden a desconocer la parte del relato que no conviene ver. En este artículo se intentará una síntesis de todo lo que viene sucediendo, a riesgo de caer en reduccionismos por el breve espacio para desarrollar.
En 2018, Huellas de la Historia presentó un documental sobre Bolivia desde un punto de vista lo más objetivo posible. Allí planteábamos algunas de las contradicciones que lastimosamente vemos explotar en los últimos 20 días. Invitamos a todos los que quieran tener una visión más profunda de los antecedentes de la crisis política y social a verlo para expandir los argumentos más allá de lo que se presentará en las líneas siguientes.
Antecedentes del Fraude
Sin dudas, el protagonista principal de esta historia es Evo Morales Ayma, líder cocalero de la región del Chapare en Cochabamba que emergió producto del ciclo de movilizaciones populares que iniciaron con la Guerra del Agua en el año 2000 y las sucesivas Guerras del Gas del 2003. El “Movimiento Al Socialismo” (MAS) surge como una confederación de movimientos sociales que confluyen en la figura unipersonal de quien fuera presidente a partir de 2006.
Bolivia comienza entonces un camino de ascenso económico y un programa de obras públicas basados en la renta extraordinaria del Gas que se comienza a exportar a Brasil, fundamentalmente para las fábricas de San Pablo. Se suman, además, planes de asistencia social y el fomento de la creación de cooperativas como base para distribuir la renta de manera diferente. Mucha tinta o bytes se pueden usar para desarrollar el complejo mundo del cooperativismo, pero se pueden observar dentro de sus consecuencias la creación de una nueva pequeña burguesía nacional que empieza aumentar sus riquezas.
Uno de los logros más importantes de la gestión de Evo Morales fue, sin dudas, la confección de una nueva constitución plurinacional que reconoce el legado y la complejidad indígena del país, incorporando a la banderea wiphala como símbolo patrio junto con la vieja tricolor. Se gesta una revolución cultural que modifica la forma de relacionarse sustantivamente entre los bolivianos. Los márgenes de tolerancia y respeto se hacen más amplios a pesar de que, como vimos últimamente, hay sectores que todavía se niegan a la aceptación del “otro” indígena.
La cosa marcha relativamente bien hasta las elecciones del año en que el tribunal superior electoral ofrece una reinterpretación de la constitución por medio la cual permite a Evo Morales una nueva reelección. La justicia interpreta que el segundo mandato de Evo, fue en realidad el primero bajo el ejercicio de la Nueva Constitución y se le permite un segundo (tercero en realidad) mandato. Así es reelecto.
Bajo su tercer gobierno, el presidente toma la decisión de preparar el terreno para un cuarto periodo desconociendo la propia constitución que bajo su órbita sancionara. Así se presenta a un referéndum en el año 2016. Las rutas, plazas, casas y paredes de Bolivia se llenan de pintadas por el SI y por el NO. La población se vuelca a las urnas y el veredicto es, por un 51%, que NO puede ser reelecto. Pero el tribunal electoral nuevamente falla a favor de Morales alegando que no se puede negar el “derecho humano” a presentarse. El clima queda enrarecido.
Ya en 2017, cuando fuimos a ver la situación de Bolivia, gente de la más variada índole presentaba sus reparos por el gobierno de Evo. La sociedad estaba enojada con los manejos espurios del presidente, las protestas sociales se realizaban con más violencia y enojo. Mineros, maestros, campesinos, médicos y demás sectores se movilizaban constantemente en esas semanas que estuvimos allí, a pesar de ser una semana de fiestas populares (se celebraba la Alasita). La apertura de sesiones del congreso se hizo con una plaza Murillo militarizada, en contraposición con años anteriores solo unos pocos militantes fueron autorizados a pasar y algunos colados (como quien escribe estas líneas).
Este 2019 se preveía como un año convulsionado. Las elecciones fueron ganadas por Evo Morales nuevamente, sin embargo, el margen de 10% no fue alcanzado en primera instancia, el recuento de votos posterior reconoció un 10,5%. Las dudas por un Tribunal Electoral adicto al presidente como demostraban las resoluciones anteriores y la presión de los opositores desencadeno una semana de furia popular de la más variada índole: grupos de derecha, mineros, campesinos, policías, médicos, docentes, universitarios, comunidades originarias, etc. Todos hicieron sentir sus malestares contenidos. Evo había jugado sucio y lo sabía.
Antecedentes del golpe
Desde el primer momento, Evo Morales tenía en su contra a la vieja oligarquía cruceña (de la ciudad de Santa Cruz de la Sierra), una comunidad diferente en cuanto riquezas, pero también por su historia étnica, la mayoría guaraní. Zona petrolera por excelencia, pero también gasífera y sojera, se concentran allí las más grandes riquezas de Bolivia. Un país que mudo su sistema productivo de las minas de la montaña a los pozos del llano. La denominada “Medialuna” es el espacio económicamente más dinámico y menos dócil al Moralismo.
Si bien, los últimos años del presidente fueron de un coqueteo constante con la burguesía cruceña por ser el eje más débil de su poder, algo estaba claro: no dejarían pasar ninguna oportunidad para tumbarlo. El contexto de ilegitimidad en que se llegaba a la elección dio los pretextos suficientes como para organizar un alzamiento popular de grandes dimensiones. No por nada, uno de sus grandes articuladores es Camacho, líder del Comité Cívico de Santa Cruz, una agrupación corporativa que nuclea los intereses de la alta burguesía cruceña. El desmanejo en las elecciones dio el soplido del clarín a la insurrección.
No fue menos importante en el proceso la intromisión de la OEA, organización con sede en Washington que vela por los intereses norteamericanos en su patio trasero. Desde el primer momento incentivo, sin pruebas fehacientes a desconocer el proceso electoral boliviano. Sus auditorias recomendaban una y otra vez el ballotage o directamente rehacer los comicios.
Evo Morales se vio acorralado, sin apoyo de la policía sublevada y enrolada en las fuerzas de derecha y con la quita de respaldo militar para la represión de las movilizaciones populares en su contra, a pesar de haber llamado a nuevos comicios, se vio en la obligación de renunciar. Aquí es donde se verifica el golpe, sin fuerzas para contener la movilización, sin apoyo de la COB, sin apoyo de la Iglesia, con sus familiares amenazados, él mismo amenazado de muerte, sin apoyo de la oposición (para volver a votar) y con un más del 50% del país en su contra se vio obligado a renunciar y exiliarse en México.
Un proceso en marcha
La historia es un proceso, no son un conjunto de hechos amontonados, cada uno de ellos tiene una correlación. Es difícil saber cómo se van a terminar desencadenando las cosas, pero tenemos algunos datos que nos pueden ayudar a pensar. Evo Morales terminó siendo en sus 13 años de gobierno un tapón para revolución la clase obrera. La burguesía no hizo mucho por quitárselo de encima porque sabía que sería un peligro para sus propios intereses. El presidente ya no está y el proceso está abierto.
Bolivia se expresa en las calles. Mientras los políticos hacen malabares para conservar la poca institucionalidad que les queda, El Alto se convoca para una guerra civil contra la burguesía blanca, Camacho entra a la casa de gobierno con una biblia, Masistas piden por el regreso de Evo, la COB llama a la huelga si los golpistas no restituyen el orden constitucional, Morales se ofrece para regresar a calmar a las masas. Como terminará todo es algo que veremos en los próximos días o meses. Lo claro es que en Bolivia hubo fraude y golpe, y que el proceso ahora está en manos de las masas movilizadas, que camino tomaran esas masas es el terreno en disputa de los diferentes intereses de clase. La lucha de calles es la lucha de clases.
Pablo Javier Coronel