La Independencia pone fin a la Revolución
“Unos combaten por la federación, acaudillados por Artigas, personificación genuina de los instintos brutales de las multitudes (…) Otros resisten y contienen el incendio, dirigidos por Belgrano…”
Bartolomé Mitre
Desde las invasiones inglesas y la Revolución de Mayo hasta las guerras contra España, las principales familias patricias financiaron a los ejércitos patriotas. Convertida en acreedora del Estado, esta fracción entendió que el control de la aduana era su garantía de cobro. Los recursos deberían provenir de aranceles internos, por lo que era vital impedir la libre navegación de los ríos Paraná y Uruguay. Esto se complementaba con el cobro de los aranceles a las exportaciones e importaciones. Para que ambos instrumentos pudieran utilizarse, era precondición pacificar la región, particularmente la del puerto de Buenos Aires.
Desde 1811, este sector confiaba en llegar a un acuerdo con España, manteniendo en sus manos “la administración en todos ramos”, pero el golpe absolutista de Fernando VII en mayo de 1814 no les dejó otro camino que declarar la independencia.
También los ganaderos bonaerenses –la clase más dinámica por medio de las exportaciones de cueros y los incipientes saladeros– llegaron a la misma conclusión, agobiados por impuestos, saqueos y malones.
Para los ganaderos del Litoral, las economías regionales y las masas populares, la independencia era también imperiosa. El Litoral estaba devastado por las guerras y era asfixiado por los aranceles que le imponía la oligarquía porteña. La formación de la Liga de los Pueblos Libres (Banda Oriental, Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Córdoba, Santiago del Estero) fue la respuesta a esa situación. La Liga le plantó a Buenos Aires los puertos de Montevideo, Colonia, Maldonado y Santa Fe, con libre navegación de sus ríos y sin aranceles internos. Para su defensa, contó con el apoyo de una fracción de ganaderos y por sobre todo con masas armadas, movilizadas y en estado de deliberación. Artigas fue su líder indiscutible.
Eliminar a los federales había sido prioridad para la oligarquía porteña ya desde que en 1811 el Primer Triunvirato entregara la Banda Oriental a los españoles. El Segundo Triunvirato y la Asamblea de 1813 rechazarán a los diputados orientales, que planteaban la inmediata declaración de la independencia, república democrática, participación popular, autonomía de las provincias bajo una confederación, capital fuera de Buenos Aires, eliminación de impuestos internos y libre navegación de los ríos. Los intentos del Director Posadas en 1814 de acabar con Artigas fracasaron. Y cuando en abril de 1815 las tropas directoriales se rebelaron en Fontezuelas, su sucesor Alvear y la Asamblea cayeron.
El nuevo Director Álvarez Thomas convocó a un Congreso constituyente. Aunque como sus antecesores coqueteó con Artigas, cuando éste insistió con su programa, la camarilla directorial comprendió que había que pasar a una nueva fase. Comenzaba la conspiración del Congreso de Tucumán. Por otra parte, habían fracasado las negociaciones de Rivadavia, Sarratea y Belgrano en Europa, buscando un reconocimiento de una eventual independencia y la coronación de algún monarca constitucional europeo.
Ante este impasse, la oligarquía porteña necesitaba declarar la independencia para evitar que se profundizase el estado de disolución nacional. Su estrategia para el Congreso de Tucumán era declarar la independencia, nombrar un Director Supremo adicto, aplastar a Artigas y sancionar una Constitución monárquica.
Fue entonces cuando las históricas apetencias de Portugal sobre el Río de la Plata (reforzadas por su papel marginal en el reciente Congreso de Viena) coincidieron con las necesidades de la oligarquía porteña. Se declararía la independencia y se impondría el orden interno permitiendo la invasión portuguesa de la Banda Oriental.
Un Congreso de diputruchos
Para poder llevar el plan a la práctica, excluyeron del congreso a los artiguistas: sólo Córdoba envió representantes, formando con Tucumán y Salta el núcleo duro antidirectorial. Mendoza y Cuyo respondían a la política de San Martín, centrada en declarar la independencia para iniciar la campaña a Chile y Perú. El bloque directorial fue encabezado por Buenos Aires y formado por La Rioja, Catamarca, Santiago del Estero, Jujuy y San Luis. La “elección” más polémica fue la del Alto Perú, donde fueron designados diez diputruchos incondicionales del Directorio.
“Monarquizarlo todo”: las negociaciones secretas con Portugal y el informe de Belgrano al Congreso
En sesión secreta del 6 de julio, Belgrano informó del desprestigio de la revolución americana en Europa “por su declinación en el desorden y la anarquía”, llamando a “monarquizarlo todo”. El plan era declarar la independencia y poner fin a la revolución por medio del nombramiento de un rey inca enlazado con la corona portuguesa. Horas después, las tropas de Portugal invadían la Banda Oriental, pero para Belgrano nada había que temer ya que el “… Rey Don Juan era sumamente pacífico y enemigo de conquista…” Mitristas, revisionistas e izquierdistas ocultan la complicidad de Belgrano. Su supuesto “tupacamarismo” es absurdo: los derechos de los indígenas estaban fuera del horizonte de la oligarquía porteña.
Independencia y contrarrevolución
La independencia se votó el 9, pero sólo de España. El 19 se agregó que lo era respecto a “toda otra dominación extranjera”, para “sofocar” “el rumor (…) de que el Director (…) Belgrano y (…) algunos individuos del Soberano Congreso” querían “entregar el país a los portugueses”. Pero el rumor no se “sofocó” porque el 23 se trató la entrada de las tropas portuguesas y se votó que quien violara el “sigilo”, sería expulsado del Congreso y condenado. El 29 fue nombrado Director Supremo Pueyrredón.
El 1º de agosto de 1816, el Congreso emitió un Manifiesto que habla por sí solo: “…el estado revolucionario no puede ser el estado permanente de la sociedad: un estado semejante declinaría luego en división y anarquía, y terminaría en disolución. (…) Decreto: fin a la revolución, principio al orden…”
En septiembre, el Congreso envió una misión secreta a Río, con instrucciones “reservadas” y “reservadísimas”, que daban vía libre a la invasión, declarando a Brasil “…protector de la Libertad e independencia de estas Provincias…” También se aclaraba que una supuesta ayuda para Artigas y un pedido de explicaciones a Lecor, jefe militar invasor, eran parte del teatro.
“Honor a los restauradores del orden”: la limpieza de opositores
Entre fines de 1816 y principios de 1817 toda oposición fue barrida: fue deportada la plana mayor del antiguo morenismo bonaerense: French, Manuel Moreno, Dorrego y otros “cada uno con una barra de grillos”. Por orden de Belgrano, el federal salteño Moldes fue remitido a Chile, donde San Martín lo encarceló. Los líderes federales de Córdoba Bulnes y de Santiago del Estero Borges también fueron detenidos, siendo éste fusilado por orden de Belgrano. Sus verdugos recibieron una condecoración con la inscripción “Honor a los restauradores del orden”. Los triunfos militares de San Martín en Chile servirían para tapar estas persecuciones.
Contra la “pueblada infernal”, la invasión portuguesa
El país entero habla de declarar la guerra a Brasil y desatar una “pueblada infernal”. En enero de 1817 los portugueses devastaron Misiones y Corrientes, sin que la oligarquía porteña dijera ni mú. En Montevideo, la élite harta de Artigas izó la bandera portuguesa en lugar de la federal.
El 10 de diciembre de 1817, el Congreso se sacó la careta: “El gobierno de las Provincias Unidas se obliga a retirar inmediatamente todas las tropas que (…) hubiere mandado en socorro de Artigas (…) y no admitir aquel jefe y sus partidarios armados en el territorio. Y cuando (…) no haya medios de expulsarlos (…) podrá solicitar la cooperación de las tropas portuguesas…” El 12 autorizó el envío de quinientos veteranos a Entre Ríos “para atacar en sus campos a un enemigo natural del orden público”.
San Martín, los portugueses y Artigas
Si bien San Martín rechazó la invasión y pidió a Artigas que postergue la lucha contra Buenos Aires, el planteo fue que “después que no tengamos enemigos exteriores, sigamos la contienda…” Su objetivo era la independencia, pero con orden. Y el artiguismo lo amenazaba. Entre la turba y el orden conservador, San Martín optó siempre por este último.
En 1819 Pueyrredón ordenó una vez más a Belgrano poner orden en el Litoral. San Martín intentó mediar entregando cartas para López y Artigas a Belgrano, pero éste las ignoró. Viamonte –el enviado de Belgrano– pactó con el Gobernador Estanislao López, lo que sumado a la negativa de San Martín a intervenir en Santa Fe (cosa que los conservadores porteños nunca le perdonarán) y el rechazo a la Constitución de 1819 (unitaria y monárquica, con un Senado aristocrático y corporativo), provocaron la caída de Pueyrredón.
Caída de la fracción directorial y ascenso de los terratenientes
Aunque la fracción ganadera bonaerense era la más dinámica, no hegemonizó el Congreso. Su avance económico se consolidó en simultáneo con la debacle de los comerciantes criollos, especialmente desde 1817, año en que un decreto de Pueyrredón habilitó a los ganaderos a financiar la conquista de tierras al indio, quedándose con los dividendos. Esta privatización de la campaña propiciada por los unitarios abrió las compuertas del despegue imparable de los “federales” rosistas en la década del ´20.
Junto con ello, los acreedores de un Estado exhausto sufrieron las consecuencias del contrabando inglés (acelerado por el aumento de los impuestos aduaneros), de préstamos no devueltos por el Estado y de la emisión de bonos de deuda, que finalmente vendieron a bajo valor a comerciantes británicos.
A fines de 1819 el nuevo Director Rondeau, pidió a Belgrano atacar Santa Fe y a los portugueses Entre Ríos. Éstos hacían su parte derrotando a Artigas en Tacuarembó, pero el enviado de Belgrano Bustos se rebeló en Arequito.
El 1º de febrero de 1820 en Cepeda, López y Ramírez derrotaron al Directorio y traicionando a Artigas, firmaron el Tratado de Pilar con Buenos Aires. Cepeda puso fin al federalismo y dejó en su lugar una caricatura localista. 25.000 vacas para relazar la ganadería de un devastado Litoral pagó Rosas a cambio de la neutralización y el apoyo político del caudillo santafecino López.
Eliminados los contendores principales de la década posrevolucionaria –los acreedores del Estado y el artiguismo– emergían las nuevas fracciones dominantes: la oligarquía terrateniente y el comercio inglés.
Los mitos fundantes y sus reciclados. Artigas y Belgrano
La historiografía liberal, socialdemócrata y stalinista (Mitre, Halperín, Luna, Paso) canonizó a Belgrano y estigmatizó a Artigas. Las distintas vertientes nacionalistas reivindican al artiguismo pero o bien lo ponen como antecesor de Rosas (José María Rosa, René Orsi), o bien lo colocan junto a Belgrano, combatiendo contra la oligarquía porteña (Pigna, Galasso). Pero Belgrano reprimió –“pacificó” tergiversa Pigna– a las tropas artiguistas, arrestó a Moldes y a Bulnes, ordenó fusilar a Borges y defendió la invasión portuguesa. Para Alberto Lapolla (ligado a D´Elía), Belgrano quería que las masas indias ocupen el poder, pero para éste las masas indias no debían jugar ningún papel. Y cuando se rebelaban había que aplastarlas mediante la invasión lusitana para “precaver la infección en el territorio del Brasil”.
Aunque Milcíades Peña criticó correctamente a los “unitarios” y “federales” que “forjaron la civilización del cuero”, identificó a los federales con Ramírez, López y Rosas, ninguneando al fenómeno popular y radical del artiguismo (y lo mismo sucede con la experiencia paraguaya). Así, cayó en el fatalismo histórico al no analizar la guerra civil de 1810-1820, cuyo descenlace explica las décadas subsiguientes.
Conclusiones: “dos extremos perniciosos”
Al priorizar sus intereses de clase en contra de la Nación, la burguesía comercial y la oligarquía terrateniente condenaron a la región rioplatense a la disgregación y a la consolidación de su carácter semicolonial y latifundista.
El liberalismo revolucionario de Belgrano, San Martín y los demás próceres tuvo alas muy cortas. Su rango de movimiento tenía claro, como dijera Pueyrredón, que se debían evitar dos “extremos perniciosos”: el “resabio feudal (…) de Europa (…) (y) “de esa igualdad popular más soñada, impracticable y ridícula”.
Esa “igualdad popular” era la de la población armada contra los ingleses en 1806-07, la de los orilleros de Buenos Aires, la de la montonera, la de los indios pampas y guaraníes, “pueblada infernal” que con armas primitivas derrotó a ejércitos profesionales –ingleses, españoles, portugueses y oligárquicos– y liquidó al Directorio. En el camino perdió su potencialidad radicalizada y se transformó en el pseudo-federalismo de los López, los Ramírez y los Rosas.
Sueños jacobinos, aggionamientos girondinos, definiciones termidorianas (cualquier analogía con los “setentistas” K no es pura coincidencia).
No es cierto que la disgregación del Virreinato era un resultado natural de su heterogeneidad. Fue el resultado de la política de los unitarios porteños y de los caudillismos localistas. La derrota de los primeros coincidió con la derrota de Artigas y la cooptación de los segundos por parte de la oligarquía rosista. Que una alternativa nacional progresiva contra “unitarios” y “federales” no era inviable lo demostrará el desarrollo capitalista del Paraguay, aplastado a sangre y fuego por la oligarquía, cincuenta años después de combatir a Artigas.
La complicidad con que la mayor parte del arco ideológico celebra al Congreso de la Independencia es funcional a la necesidad de la burguesía argentina de ocultar sus doscientos años de incapacidad para desarrollar en términos progresivos a la nación. La impotencia actual de “sojeros” y “nacionales” para sacar al país de su condición atrasada y semicolonial es la continuidad de aquella política.
Mauricio Fau
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