A cincuenta años de la Primavera de Praga
Este año se cumplen cincuenta años del inicio y la posterior represión del movimiento reformador de mayor envergadura que se pudo haber producido hasta ese momento en los países del socialismo real: la llamada Primavera de Praga. Fue en Checoslovaquia donde por primera vez se intentaron cambiar radicalmente las prácticas políticas, la relación entre los gobernantes y los gobernados, el sistema de la economía centralizada y la vida cultural en general para dotar al socialismo de una energía y vitalidad de las que venía careciendo desde hacía años.
La experiencia duró apenas ocho meses, de enero a agosto de 1968, bajo el gobierno de Alexander Dubcek, primer secretario del Partido Comunista. Caído el conservador Antonín Novotny y envalentonado por las resoluciones del XXII Congreso del Partido en la URSS (y el propio XII Congreso del Partido Comunista Checoslovaco), Dubcek dió vía libre a un proceso que abarcó la totalidad de la vida social y cuya meta era la revitalización del proyecto socialista. Para ello se suprimió la censura; se estimularon formas de autoorganización en las fábricas y las universidades; se permitieron debates abiertos sobre los problemas más importantes del país; se produjo una separación del Estado y del Partido más clara; se mejoraron las relaciones entre las naciones checa y eslovaca; se reformó la economía nacional; se mejoró el nivel de vida de la población; se abandonó el centralismo democrático y una tibia democratización del Partido comenzó a emerger.
Para el mes de julio, la preocupación de los demás países del Pacto de Varsovia era más que evidente. Reunidos en la capital polaca sin la presencia de enviados checoslovacos, las elites gobernantes prefirieron no correr riesgos y decidieron el 21 de agosto la brutal intervención de Praga con tanques y cañones. Esta trágica decisión no solo puso fin a la experiencia de la Primavera sino también a la esperanza de que fueran los propios partidos comunistas los que encabezaran cualquier intento de reforma del sistema.
El golpe se sintió con fuerza en los círculos intelectuales soviéticos, quienes durante esos años parecían encarnar la única salvaguarda del proyecto socialista. La intelligentsia soviética había colocado grandes esperanzas en el proceso checoslovaco, lo cual no era más que un eco de las ilusiones que se habían generado a partir de las denuncias que sus autoridades hicieron de Stalin y sus secuaces. Sin embargo, la intervención militar en Checoslovaquia terminó con cualquier esperanza y marcó un parteaguas: el reformismo comunista no sería ya una opción viable, lo cual era lo mismo que declararle la guerra al marxismo y al socialismo. El reformismo intrasistémico asumió entonces una forma extrasistémica. La consecuencia fue el surgimiento de un movimiento que iba a marcar la experiencia soviética hasta el fin de sus días: el de los disidentes. Obligados a llevar una existencia clandestina y a proclamar sus ideas en samizdat, se constituyeron a la par de una oposición dentro del sistema -que había predominado en la década de los sesenta- como una nueva oposición contra el sistema.
Si el poeta Evgeny Evtushenko podía escribía en su precoz autobiografía de 1963 que la revolución estaba enferma pero no muerta, los acontecimientos de 1968 mostraron cuán errada sonaría esa afirmación apenas cinco años después: no se trataba de los excesos del estalinismo, el problema era el sistema mismo.
Martín Baña
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"El Fin de la Primavera" (Agosto 2018 - N°29) El 20 de Agosto de 1968 los países integrantes del Pacto de Varsovia decidieron ponerle fin a la experiencia reformista del socialismo checoslovaco.
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