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Pablo Javier Coronel

La historia de los intelectuales como grupo social

La noción de intelectual nace en Francia a partir del caso Dreyfus en donde se enjuicia a un general del ejército por su origen judío. Es entonces cuando Èmile Zola escribe su artículo “Yo Acuso” en 1898 en donde un escritor toma relevancia pública y se juega su pluma en contra del sistema de gobierno generando un debate en el conjunto de la sociedad francesa dividiéndola en dos.

Podemos decir entonces que el concepto de intelectual nace para la Lucha Ideológica. El texto de Ory define al Intelectual como un hombre de lo cultural, creador o mediador, colocado en la situación de hombre de lo político, productor o consumidor de ideología. Se tratará de un estatus, como la definición sociológica, pero trascendido por una voluntad individual como en la definición ética, y orientado a un uso colectivo de su labor.


Bourdieu tiene la visión de que la sociedad está dividida en campos donde se manejan lenguajes diferentes que están interconectados y en constante comunicación. Según su visión, la integración de un campo intelectual dotado de una autonomía relativa es la condición de la aparición del intelectual autónomo, que no conoce límites a su potencialidad creadora. Una persona puede ser reconocida como intelectual a partir de ganar su autonomía de lo político-económico. Su labor debe tener un cierto reconocimiento social. El carácter público de su tarea juzga y consagra su producción en relación con lo colectivo.


Este autor reconoce que es necesario enmarcar al autor en su contexto de producción para juzgar su valor. Se debe tener en cuenta para quien escribe, lo que le confiere un cierto topo de registros según el público al que se dirige en una sociedad de clase.


Tomando la categoría de intelectual como aquel que se mete en el debate público y en la confrontación de ideas para el juicio colectivo, podemos decir que en la década del ´60, desde los aportes de Sartre, va a nacer la categoría del “intelectual comprometido”. Es decir, aquel que se juega su prestigio en la defensa de su ideología con la mirada puesta en cambiar la realidad inmediata de la existencia que lo rodea.


En la Argentina, los intelectuales se van a volcar por completo en incorporar esa categoría a su práctica literaria. El contexto político que en 1955 había desplazado a las grandes masas de la población del ámbito de la política pública y partidaria con la proscripción del partido de masas más grande del país (el peronismo). La historia pasa a ser un campo más de batalla en contra de los procesos dictatoriales y democrático-proscriptivos. Se crea entonces el peronismo revisionista que va a rescatar la figura de Rosas -hasta entonces negada por el peronismo- en contra del imperialismo, se va a ubicar fuera del arco liberal “Mayo-Caseros” y tiene impulsos populares-jacobinos. Además, grandes porciones de masas peronistas se van a pasar a la izquierda adoptando la idea de un Perón como vía al socialismo. Van a aparecer nuevos revisionismos que tienen que ver con el Socialismo y el Latinoamericanismo.


Desde la izquierda se van a producir una serie de rupturas en el seno del Partido Comunista de la Argentina (PCA) que siempre se había dedicado a tener una política cultural e intelectual para ofrecer a sus militantes y a la sociedad en su conjunto. En la coyuntura de Guerra Fría, la estrategia de los Frentes Populares había sido abandonada por lo cual la confluencia con el peronismo no era una opción para los militantes del Partido. Por ello, su más notable historiador, Rodolfo Puiggros fue dado de baja del padrón partidario y traspasado a las filas de la incipiente Izquierda Peronista. También los editores de la revista Pasado y Presente (Arico) fueron desligados del seno del partido por su afinidad y difusión de las ideas de Gramsci. Es así que se conservo la línea más estructuralista y ortodoxa que venía del periodo de “clase contra clase” con una interpretación más cerrada de la realidad económico-social.


Desde las aportaciones de la izquierda peronista se alzaron intelectuales como Hernández Arregui, Abelardo Ramos y J.W. Cooke que ganaron rápidamente popularidad en los circuitos de lectura de la militancia peronista que resistía a la prescripción del movimiento. Sus postulados tenían que ver con el desarrollo de una literatura de combate (de “trinchera”) que diera las herramientas a los militantes para la batalla cultural con el régimen y ganar militantes a la causa del “Socialismo Nacional”. Su línea de interpretación de la realidad no permitía grandes operaciones historiográficas sino más bien una base documental que argumentara a la posición histórica de la Tendencia y que permitiera la contraposición articulada de ideas de un movimiento que conocía escaza articulación dentro de sus cuadros para el comienzo de la década del `60. El relato histórico pasaba por el ascenso del socialismo y el papel de la clase obrera como protagonista. Como la clase obrera era peronista, se debía poder forzar a Perón a expresar el rumbo socialista de aquella juventud que se espejaba en Cuba, luego el mayo francés del `68 y más tarde el Chile de Allende.


Este periodo no reviste grandes cambios de metodologías para el estudio de la historia. El análisis crítico de documentos que permitan articular el discurso político, junto a un revisionismo que buscaba deconstruir la Historia Oficial, pero no ya para fortalecer a la Nación como pretendían los revisionistas del `30 que buscaban encontrar la verdad histórica para “corregir” una historia mal escrita. Sino que se buscaba confrontar de lleno con la burguesía aliada al imperialismo acorazada en el poder y crear un nuevo relato que tuviera que ver con las masas obreras en vistas a la revolución y al Hombre Nuevo.

Pablo Javier Coronel

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