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Lucía Gracey

El imperialismo en la Revolución y Contrarrevolución Nicaragüense

El objetivo de este trabajo es analizar el proceso histórico de la Revolución Nicaragüense teniendo en cuenta la relación dialéctica entre Revolución y Contrarrevolución para problematizar la participación de Estados Unidos y el rol del imperialismo tanto en su accionar concreto en la Contrarrevolución como en la respuesta de la Revolución. No es la intención aquí de describir cronológicamente el proceso revolucionario en sí, tampoco problematizar la cuestión del sujeto social de la revolución ni evaluar las medidas concretas que tomó el gobierno sandinista una vez en el poder. Mencionaré sobre ello solamente los puntos que considero pertinentes para el análisis planteado, entendiendo el proceso histórico en su totalidad en su contexto mundial.

Es cierto que ni la participación de Estados Unidos en la Contrarrevolución en Nicaragüa ni su rol hegemónico en dicho proceso son discutibles. Es probable que sin su apoyo la historia hubiera sido diferente (habría que evaluar las posibilidades que hubiera tenido el movimiento interno de la Contra desarticulado y las medidas y oportunidades del gobierno revolucionario una vez en el poder, si dicha contrarrevolución no hubiera tenido el respaldo de Estados Unidos). Pero no es la idea hacer una historia contrafáctica, además de que dicho escenario sería imposible en el marco de la Guerra Fría y en Nicaragüa puntualmente por su posición geoestratégica con respecto a Estados Unidos (aunque sabemos también que esto nunca fue un límite para el imperialismo, como ocurrió en simultáneo en Afganistán y Vietnam, por ejemplo). Ahora bien, no debemos caer en un análisis simplista que atribuya por completo a Estados Unidos el devenir de los hechos en Nicaragüa, sino analizar qué papel jugó esta potencia frente a los demás actores involucrados internos y externos, las respuestas del gobierno revolucionario y las condiciones particulares nicaragüenses. Intentaré demostrar que la situación interna de Nicaragüa estaba y estuvo condicionada por el imperialismo y el dominio occidental de Estados Unidos sobre América Latina y que su intervención forma parte de una política global en el marco de un momento puntual de la Guerra Fría. Sin este contexto, es imposible comprender el desarrollo efectivo de la Revolución y su contraparte contrarrevolucionaria.


Revolución y Contrarrevolución: definiciones y aplicación al caso de Nicaragüa


Primero, necesitamos definir brevemente los conceptos de revolución y contrarrevolución y su relación dialéctica para aplicarlos luego al caso nicaragüense. Según Hobsbawm, las revoluciones pueden entenderse como “incidentes en el cambio macrohistórico, es decir, como ‘puntos de ruptura’ en sistemas sometidos a una tensión creciente”.[i] Podríamos resumir los elementos comunes a los procesos revolucionarios en los siguientes puntos: 1) la crisis política de las clases dirigentes 2) la intervención popular masiva en posición de resistencia al sector dominante (ambos elementos corresponden a la definición de “situación revolucionaria” de Lenin[ii]); 3) la violencia como elemento de ruptura 4) el carácter incontrolable de dicho proceso (más allá de que exista una dirección planificada del mismo o no[iii]); 5) la transferencia de poder; 6) y la aparición de un nuevo orden (que puede entenderse como la conclusión misma de la revolución). Siguiendo a Hobsbawm, sólo si ocurren estos dos últimos elementos podemos hablar de una revolución propiamente dicha y no simplemente de una “situación revolucionaria” como crisis general del sistema. Otros autores agregan, además, el papel de la vanguardia revolucionaria, elemento que resulta fundamental en la Revolución Nicaragüense. En palabras de Marti i Puig: “definimos revolución social como “el derrocamiento de una elite gobernante por parte de otra elite (usualmente calificada como vanguardia revolucionaria) que consigue movilizar y capitalizar un amplio apoyo popular y que pretende, desde el poder, transformar las actitudes de la población y las estructuras políticas y económicas de la sociedad.”[iv]


En el caso de Nicaragüa, la “situación revolucionaria” se dará a fines de los años setenta. Varias de las condiciones van a gestarse antes de este momento, pero sólo entonces se dará la conjunción de todos los componentes para la insurrección en un marco nacional –y mundial- concreto. Por un lado, el régimen somocista contenía en sí mismo la contradicción intra-elite que llevaría a la crisis de la clase dominante, puesto que la familia Somoza acaparaba el poder político y económico a través de la manipulación del poder y de los aparatos del Estado, “transgrediendo sistemáticamente las reglas del juego” del mercado y acaparando las posibilidades de la expresión política del resto de la burguesía.[v] La burguesía como clase no constituía una unidad ni tenía peso político en el régimen pero mantenía su oposición de forma pacífica.


Por otro lado, el descontento de las masas y su accionar no surgieron en 1979 sino mucho antes, y respondieron a diferentes motivos. Sobre todo en el campo, la tradición de lucha contaba con varios años de experiencia, como observa Gould para el caso de Chianadenga. Estos movimientos eran en muchos casos autónomos o locales, respondían a reclamos de clase, y habían sido motivados en gran medida por la ideología del cristianismo radical.[vi] A su vez, el FSLN (Frente Sandinista de Liberación Nacional), que constituirá la vanguardia revolucionaria, también llevaba años operando. Los antecedentes directos pertenecen ya a la década del sesenta con la formación del “Movimiento Nueva Nicaragua” cuya estrategia era en principio primordialmente guerrillera.[vii] Durante varios años dividido internamente, el FSLN entenderá la necesidad de abarcar a los distintos sectores antisomocistas para el momento de la insurrección, sobre todo a partir de la separación de la Tendencia Insurreccional en 1977 y su posterior reagrupamiento bajo una conducción única en 1978.[viii] El predominio de esta tendencia permitirá formar una alianza de clases frente al somocismo, y a su vez generará un discurso menos radical para llamar a las bases. Por último, el desgaste de la dictadura Somocista también era visible antes de 1979: el recrudecimiento de los mecanismos de represión bajo la Guardia Nacional era sólo una cara del mismo.


Lo que congrega a todas las condiciones descriptas es el asesinato de Pedro Joaquín Chamorro, líder de la oposición burguesa al régimen. Ya el terremoto de 1972 había arrasado las áreas de dominio social y económico de las elites por mecanismos de corrupción del clan Somoza, generando mayores fricciones entre la burguesía terrateniente, comercial y financiera, y la ligada directamente al régimen. Pero el asesinato de Chamorro significó el traspaso de la crisis política a una crisis revolucionaria: la opción de una salida transitoria de la dictadura –apoyada por Estados Unidos- parecía menos plausible que la de aliarse con los sandinistas.[ix] En este sentido, la opción revolucionaria se vuelve “no simplemente un medio para alcanzar esos cambios [drásticos de estructuras y objetivos] sino, de alguna manera, la única forma de conseguir ese propósito”.[x]


La insurrección popular (es popular en el sentido amplio de “masas trabajadoras” y no proletaria en sentido estricto, por las características propias del sujeto social que constituye la masa de la insurreción[xi]) logró la toma del poder por el FSLN en julio de 1979. Pero, en palabras de Martí i Puig, “el triunfo de la insurrección fue el punto de partida del proceso revolucionario”.[xii] Si tomamos los otros dos elementos de una revolución (la transferencia del poder y la construcción de un nuevo marco estatal) veremos que el gobierno revolucionario se topó con grandes dificultades. Es cierto que al tomar el poder, el FSLN “cambió radicalmente la forma de dominación política además de reestructurar el aparato institucional del Estado.”[xiii] La construcción del nuevo Estado requería articular, simultáneamente, a la sociedad civil, y desde un principio, el FSLN intentará aplicar las medidas de su propio proyecto revolucionario[xiv]. Dos serán los obstáculos para poner en práctica su proyecto de transformación social: por un lado, la misma alianza de clases que había permitido el derrocamiento de Somoza se convierte en una debilidad intrínseca del movimiento. Los distintos actores sociales se habían agrupado con un solo fin que era la destitución del dictador, pero una vez logrado este objetivo, las distintas clases sociales tendrán sus propios intereses contradictorios que generarán oposición al gobierno revolucionario con la aplicación de ciertas medidas “populares”. El segundo obstáculo es el surgimiento de la Contrarrevolución, que crecerá rápidamente y pronto opondrá su propio proyecto.


Debemos entender que toda revolución encuentra como contraparte una contrarrevolución que “aspira a proteger el orden social frente a una forma de cambio drástico”.[xv] Es decir, revolución y contrarrevolución están relacionados de forma dialéctica y no son simplemente una oposición de términos contrapuestos. Ambas se condicionan mutuamente y hacen que el resultado de una revolución sea impredecible. En el caso de Nicaragüa, esta aclaración resulta fundamental, ya que la ofensiva de la contrarrevolución será determinante en el devenir de los hechos. La contrarrevolución nicaragüense tiene ciertas características particulares que lograrán, de cierta manera, obstaculizar los objetivos de la Revolución y condicionar su transformación. No solo dicha contrarrevolución es efectiva y poderosa -convirtiendo el proceso revolucionario y contrarrevolucionario en una auténtica guerra entre dos bandos con dos proyectos políticos y sujetos sociales definidos- sino que involucra a actores nacionales e internacionales y se pone en disputa en un marco global que no perite el desarrollo autónomo del mismo. La “Contra” en este país nace de tres factores: la pretensión norteamericana de reversión del proceso revolucionario; el sentimiento de hostilidad del bloque oligárquico-burgués frente a la hegemonía sandinista; y el rechazo a las medidas del FSLN por parte del campesinado y las comunidades de la Costa Atlántica.[xvi] Al principio, los grupos contrarrevolucionarios no plateaban un verdadero reto a la estabilidad del gobierno sandinista pero después de 1982, “la mayoría de organizaciones contrarrevolucionarias, encabezadas por exmilitares somocistas integrados en el Estado Mayor del FDN (Frente Democrático Nacional) y connotados civiles antisandinistas, pretendieron crear un proyecto político-militar alternativo al régimen sandinista”.[xvii] El apoyo financiero y logístico brindado por la administración Reagan convirtieron a la “Contra” en una amenaza factible para el proceso revolucionario.


El rol del imperialismo en la Revolución Nicaragüense


Hasta ahora, hemos mencionado brevemente la participación de Estados Unidos en la Contrarrevolución. Pero, ¿cuál es su verdadero peso? ¿cómo es legitimada? ¿cómo intercede en los proyectos de ambos bandos? ¿qué respuesta da el gobierno revolucionario a su intervención? Para responder a estas preguntas nos apoyaremos en, además de la bibliografía trabajada, el análisis de tres fuentes discursivas: dos del FSLN (una antes del triunfo de la Revolución y otra después) y el discurso de Reagan hacia la población estadounidense en 1986.


La intervención de Estados Unidos en Nicaragua no comienza tras el triunfo de 1979 ni con la Guerra Fría propiamente dicha, sino mucho antes. La potencia imperial había intervenido directa y militarmente en varias ocasiones, lo que cambió es la forma indirecta de la agresión.[xviii] Además, la economía agroexportadora respondía al sistema capitalista mundial dominado por Estados Unidos, junto con la participación directa de empresas privadas en el agro nicaragüense.[xix] Estados Unidos también intervino en el plano político: con el evidente desgaste de la dictadura somocista, la administración Carter buscó una salida democrática y transitoria ordenada que evitase las posibilidades de revolución.[xx]


Por ende, su intervención no responde únicamente al momento revolucionario, sino a las características propias de la dominación imperialista. Sin irnos demasiado en los detalles, cabe recordar que el sistema imperial norteamericano se consolida en 1898 con la invasión a Cuba, y se legitima en el discurso del Destino Manifiesto, que le otorga al país el rol de ser el “salvador del hombre” y de valores como libertad, progreso, democracia y emancipación universal.[xxi] En plena Guerra Fría, este discurso seguirá sirviendo para legitimar la intervención de Estados Unidos en todo el mundo, ahora frente a la amenaza del comunismo soviético, que, según la doctrina Truman, pone en peligro directamente la seguridad de Estados Unidos. Esta concepción de la nación se ve claramente reflejada en el discurso dado por Reagan en 1986: “cuando los Sandinistas traicionaron a la revolución, muchos de los que habían luchado contra la dictadura de Somoza (… ) empezaron a luchar contra los comunistas del bloque soviético y sus colaboradores nicaragüenses. (…) Nosotros, americanos, les debemos gratitud. En ayudar a frustrar a los Sandinistas y sus mentores soviéticos, la resistencia ha contribuido directamente a la seguridad de Estados Unidos.” El mismo discurso cierra con la siguiente frase: “Dejamos a América [Estados Unidos] a salvo, dejamos a América segura, dejamos a América libre – todavía un faro de esperanza hacia la humanidad, todavía una luz hacia las naciones.”[xxii]


Aquí es necesario hacer una aclaración. Hobsbawm sostiene que todo proceso revolucionario concreto (un microfenómeno) corresponde a un macrofenómeno, es decir, a una “época de revolución social”. Por ende, para comprender el proceso no podemos aislarlo de la coyuntura puntual en la que ocurre: “el marco geopolítico (el dónde) y el world time (el cuándo)”.[xxiii] Es el contexto internacional de la llamada “segunda Guerra Fría” (el cuándo) y la zona de Centroamérica (el dónde) a la que pertenece al país lo que enmarca y condiciona a los sucesos. En esta etapa de la Guerra Fría, con la asunción de Ronald Reagan, Estados Unidos pasó a la ofensiva a través de una “política de hostigamiento a aquellos países que habían desafiado el poderío americano o se habían aproximado a la Unión Soviética”.[xxiv] De ello se desprende no sólo la crucial participación de Estados Unidos del lado de la Contrarrevolución sino la forma concreta que ella adquiere.


Esta forma es la llamada Guerra de Baja Intensidad (GBI), cuya principal característica es no atacar de forma directa y utilizar una amplitud de estrategias que exceden al campo puramente militar. Bajo el gobierno de Reagan, la “guerra encubierta” de los primeros tiempos de la GBI pasa a la ofensiva y se asume como política de Estado, en contraposición a doctrinas como la de la contención que tenían mayor tolerancia hacia los regímenes comunistas y asumían la defensa estratégica como opción. Es el eje de reversión de la GBI que se sustenta en que Estados Unidos “debe ayudar al derrocamiento de regímenes que, por haber cambiado el statu quo anterior, necesariamente son “prosoviéticos” (…) y a los que evidentemente no le reconoce el derecho a la autodeterminación.”[xxv] En esta nueva política, Estados Unidos se autoproclama el derecho a revertir los procesos “comunistas” en el Tercer Mundo, considerando que “los gobiernos locales son incapaces de enfrentar la subversión apoyada externamente”.[xxvi] Como GBI, lo que se persigue es el desgaste de la revolución a largo plazo, explotando vulnerabilidades del país que han sido creadas, en su mayoría, por la propia intervención norteamericana. [xxvii]


En el caso nicaragüense, el gobierno de Estados Unidos pone en práctica las tácticas de la GBI: la ayuda militar (y no la intervención directa) y violencia selectiva junto con ayuda “humanitaria” o “cívica” para ganarse “las mentes y corazones” del pueblo; diferentes mecanismos de propaganda y una fuerte “campaña orientada a desprestigiar internacionalmente al gobierno sandinista acusándolo de patrocinar a la insurgencia salvadoreña y de complicidad con el narcotráfico y el terrorismo internacional”[xxviii]; la acción psicológica; el cerco militar desde países fronterizos y el sabotaje contra los puntos neurálgicos de la economía. Todo ello, si bien involucra a actores internos de la Contra y a países alineados, es financiado mayoritariamente por Estados Unidos: primero desde el Estado y a través de la CIA; luego, con la enmienda Boland que prohibía al Estado la utilización de fondos para la ayuda militar a la Contra, a través de organismos privados; y otra vez, con presupuesto estatal aprobado por el Congreso. De hecho, el discurso de Reagan de 1986 apela a la población estadounidense para presionar al mismo Congreso a que apruebe un presupuesto de US$100 millones para “apoyar a la Contra”. Es en ese sentido que algunos autores hablan de la Contra como una “pantalla” para salvaguardar los verdaderos intereses imperialistas.[xxix]


En esta estrategia de la agresión imperial (que es financiera, comercial, ideológica, sicológica, diplomática y militar) lo militar forma parte de un todo, pero a grandes rasgos, fracasa. Sin embargo, lo hace a costa del incremento y redirección del gobierno sandinista en gastos de defensa, lo que tendrá consecuencias drásticas para el proyecto revolucionario y a su vez generará el descuido del gobierno sandinista a sectores que, como los campesinos, se convierten en la base social de la Contra. Vemos, como dijimos, que esta relación dialéctica entre acción-respuesta de la revolución-contrarrevolución condiciona el desarrollo histórico de los sucesos.


Por un lado, la Contra recrudece y se articula a raíz de medidas tomadas por el FSLN que afectan a distintos sectores por diferentes motivos. A Estados Unidos, por medidas consideradas “comunistas” (como la nacionalización de la banca y la expropiación de tierras) y por todo lo dicho anteriormente. A la burguesía y la oligarquía, por los mismos motivos, y por el temor a la profundización de la transformación social propuesta por el sandinismo. A los campesinos, “por políticas que llegan a trastocar la unidad económica y de consumo de los sectores rurales”[xxx] y por el carácter eminentemente urbano de la Revolución. A los indígenas de la Costa Atlántica, por el trastocamiento de sus autoridades tradicionales, la rigidez e incapacidad del FSLN para comprender las identidades étnicas, y el foco puesto por el gobierno en la Costa Pacífica. Todos estos sectores se aglutinarán bajo el dominio de Estados Unidos del lado de la Contrarrevolución. Como sostienen los autores Núñez, Cardenal y Lorio para explicar el papel de cada uno de los actores involucrados, “la política contrarrevolucionaria para derrocar al FSLN nace en Managua y en Washington, se organiza y se prepara en Centroamérica, se financia en los Estados Unidos y se lleva a cabo militarmente en el campo nicaragüense. (…) En toda esta maquinaria, mal engrasada con dólares norteamericanos, la administración norteamericana jugaba un el papel de conductor experimentado”.[xxxi] Digamos entonces que si la vanguardia revolucionaria de una insurrección popular que mezclaba sujetos de diferentes clases sociales era el FSLN, la vanguardia contrarrevolucionaria era el gobierno de Estados Unidos, que sin necesidad de una guerra directa, articulaba bajo su discurso e ideología y a través de diferentes tácticas a los sujetos de la Contra.


Ahora bien, ¿cómo afecta la contrarrevolución al proyecto revolucionario? Dijimos que en esta guerra encontramos una constante relación entre la acción y la respuesta de un bando y el otro que van modelando los acontecimientos. La fuerza de la Contra hace que el gobierno sandinista, tras algunas medidas tomadas en un principio ligadas a la transformación social y económica de su propuesta (como la campaña de alfabetización, medidas relativas a la salud y la reforma agraria), deba enfocarse rápidamente en todos sus planos –económico, militar, político y social- en la defensa de la revolución. Así, Bérmudez sostiene que “si en el nivel militar para Estados Unidos es una guerra de baja intensidad, para Nicaragua es una guerra total de defensa; (…) guerra total porque el conjunto de los recursos se destina al esfuerzo bélico”.[xxxii] El cambio de prioridades tiene graves consecuencias para el proyecto sandinista, que busca, además de la liberación nacional, la transformación de las estructuras socioeconómicas (aunque este objetivo es más ideológico que relativo a la práctica concreta). Esto ocurre porque lo somete a descuidar ciertas áreas y sectores claves, como ocurre con el campesinado -que a su vez y por ello se alía cada vez más con la Contra- o la producción –ya que el presupuesto está destinado a la defensa, pero a su vez, la economía es constantemente saboteada por la Contrarrevolución.[xxxiii] Así, la ofensiva directa y articulada por Estados Unidos de la Contra condiciona constantemente al gobierno revolucionario, el que, a la vez, condiciona con sus acciones a los actores de la Contra. Es cierto que influyen también debilidades intrínsecas del FSLN como frente y de las contradicciones de clase al interior del movimiento revolucionario. Pero lo cierto es que el proyecto social se relega frente a la defensa de la agresión imperialista y la crisis económica fomentada por la misma y, en cierta medida, autoprovocada por la misma condición de “guerra total” antes mencionada.[xxxiv]


Todo esto se ve reflejado con claridad en la transformación del discurso sandinista. A partir de la toma de poder, el conflicto con el gobierno de Estados Unidos será, a juicio de la dirigencia sandinista, la contradicción principal de la revolución.[xxxv] La lucha de clases se da, según Nuñez Souto, en esa contradicción entre dos proyectos (el revolucionario y el imperialista) que tienen su expresión tanto externa como interna, y bajo los cuales se alinean paulatinamente todas las clases sociales de la sociedad.[xxxvi] Considero que, si bien la tesis de Nuñez Souto es muy rígida en su análisis marxista, es interesante su proposición sobre la lucha entre estos dos proyectos como la contradicción principal de la contienda, y la demostración de cómo la existencia de un proyecto contrarrevolucionario en sí misma limita las posibilidades del proyecto revolucionario. El correlato de esta contradicción es el cambio en el discurso: la nueva retórica del FSLN sostenía que “la Contrarrevolución no tenía otro origen, ni expresaba otros intereses que los de la política antisandinista del gobierno norteamericano y que esta –la Contra- obedecía a causas esencialmente externas”.[xxxvii]


La contraposición de dos comunicados del FSLN con un año de diferencia puede servirnos para demostrar esta situación. En las “Bases Programáticas del FSLN para la democracia y la reconstrucción de Nicaragüa”, un comunicado del 1º de enero de 1979, ni Estados Unidos ni el imperialismo son mencionados. En cambio, el foco está puesto en el contexto interno y en el derrocamiento de Somoza. Es cierto que esto corresponde al contexto concreto del comunicado, ya que se da en plena insurrección y antes de la toma del poder, cuando el objetivo primordial era destituir al dictador, y para ello las “Bases…” intentan posicionar al FSLN como vanguardia del pueblo nicaragüense y apelar a los errores y abusos cometidos por el somocismo –en línea con la Tendencia Tercerista que hemos mencionado. De hecho, en este comunicado tampoco aparecen con claridad los elementos más radicales y relativos a la transformación socioeconómica del proyecto sandinista. Pero a grandes rasgos, está enfocado en la situación interna de Nicaragüa. Su aspecto internacional se reduce a un párrafo que defiende una “política exterior independiente y de no alineamiento” que permita la “afirmación de la soberanía nacional”.[xxxviii]


Recordemos entonces qué ocurría con el antiimperialismo en la ideología sandinista. El pensamiento de Sandino contenía elementos del antiimperialismo en su forma de liberación nacional (no es necesario explicitar la configuración del nombre del FSLN), sumado a la democracia directa y la transformación revolucionaria de la sociedad “a través de la democratización y socialización de la propiedad”.[xxxix] El primer elemento, la liberación nacional, está basado “en la independencia política, económica y cultural como condición para la emancipación social, que constituye su esencia ideológica”[xl], lo que vemos reflejado en la “Política de no alineamiento” del comunicado de 1979. Con la unificación de las tendencias en 1978, el movimiento sandinista se convirtió, por sobre todas las cosas, en antisomocista, como elemento aglutinador de las distintas clases sociales nicaragüenses. Para algunos autores[xli], el somocismo y la Guardia Nacional eran “la expresión nicaragüense del imperialismo”[xlii]. De todas formas, al momento de la insurrección, el foco del FSLN no era el dominio de Estados Unidos, como tampoco lo era el marxismo, el guevarismo (la Guerra Popular Prolongada), el socialismo o el cristianismo revolucionario, corrientes todas que formaban parte de la ideología sandinista según el análisis de David Nolan.


En cambio, una vez efectuada la toma del poder y tras la ofensiva de la Contra, encontramos que el antiimperialismo se vuelve central en el discurso sandinista. Tomemos como ejemplo un discurso pronunciado por Jaime Wheelock, Comandante de la Revolución, el tres de julio de 1980, titulado “Vanguardia, hegemonía popular y unidad nacional”.[xliii] El discurso tiene dos fines puntuales: legitimar el papel del FSLN como vanguardia revolucionaria y la revolución popular; y atacar directamente a Estados Unidos como “culpable” de intentar sustituir el proyecto revolucionario por uno reaccionario que proteja sus intereses en Nicaragüa. En este discurso, Wheelock asocia directamente a la dictadura somocista al imperialismo (“No eran las fuerzas interventoras imperialistas las que dominaban el país, pero eran de alguna manera fuerzas imperialistas con expresión local”). Más adelante, sostiene que el imperialismo es el enemigo principal de la revolución. En este apartado, el Comandante reconoce que Centro América es una zona estratégica para los intereses geopolíticos de Estados Unidos y que la Revolución Sandinista puede servir como ejemplo al resto de América Latina. Siguiendo la línea de acción-respuesta en la dialéctica revolución-contrarrevolución, podría ser que este tipo de apelación directa al imperialismo condicione en sí misma la respuesta de la Contrarrevolución y justifique la intervención de Estados Unidos. De hecho, en el discurso de Reagan de 1986, el presidente sostiene que los líderes sandinistas “se describieron a sí mismos como la vanguardia de una revolución que se extendería a América Central, América Latina, y finalmente, el mundo. Su verdadero enemigo, declararon: los Estados Unidos.”


Conclusión


Como dijimos en un principio, no era la intención del trabajo sobredimensionar el rol de Estados Unidos en el proceso de Revolución-Contrarrevolución en Nicaragüa. Es inevitable demostrar que su papel fue protagónico y que dicha potencia funcionó como articuladora de un movimiento contrarrevolucionario amplio que logró obstaculizar la Revolución utilizando una diversidad de tácticas para atacar al proyecto sandinista en todos sus planos. En este sentido, Nicaragua funcionó como el “laboratorio” para poner a prueba la estrategia de la guerra de baja intensidad en su eje de reversión. Sin embargo, difiero en que la Contra interna sea una simple “pantalla” de la política norteamericana, como sostienen Nuñez, Cardenal y Lorio. En el proceso nicaragüense se ponen en juego tanto factores internos como externos y actores que, tanto en la Revolución como en la Contrarrevolución, responden a sus propios intereses. El ejemplo más claro es el del campesinado, cuya lucha autónoma se alía al FSLN al momento de la insurrección, pero que -cuando la revolución traslada su epicentro a la ciudad y a los sectores urbanos en detrimento del campo- encuentra sus propios motivos para aliarse a la Contra, hegemonizada por Estados Unidos pero no por ello pasiva frente a su rol.


Por otro lado, no puede entenderse la dinámica del proceso, la situación de “guerra” entre dos proyectos antagónicos y la preocupación efectiva de Estados Unidos sin el marco coyuntural de la Guerra Fría. Sostengo que las presiones internacionales inciden directamente sobre las características intrínsecas del país; es decir, que en el contexto en el que ocurre, la revolución en un país “atrasado” y “débil” de Centroamérica se convierte en un acontecimiento internacional, cuyas riendas ya no dependen solamente de los nicaragüenses sino de todo un entramado de lucha político-ideológica entre el campo capitalista y el comunista. De esta forma se explica el papel jugado por Estados Unidos no sólo en Nicaragüa sino en muchos acontecimientos del Tercer Mundo en esta época, además de su legitimación a través de una supuesta amenaza comunista-soviética en el “patio trasero” de Estados Unidos, que pone en peligro directo –según el discurso oficial del imperialismo estadounidense- a la seguridad interna de la potencia y la estabilidad del continente. En el discurso de Reagan de 1986 vemos como los valores libertad, democracia y derechos humanos de antaño son defendidos, aparentemente, por Estados Unidos, en contraposición a la “tiranía” y “brutalidad” del bloque soviético.


Nos queda una sola pregunta que se desprende de todo lo dicho: en esta guerra entre proyectos, ¿cuál fue el bando triunfante? Según Hobsbawm, “no se puede afirmar que las revoluciones hayan concluido hasta que el régimen revolucionario ha sido derrocado o ha superado por completo el peligro de serlo”.[xliv] Ahora bien, la Revolución Sandinista logra mantenerse una década a pesar de la constante ofensiva de la Contrarrevolución, e incluso el gobierno estadounidense sostiene que la Contra fracasó militarmente. Pero para mantenerse en el poder, el FSLN debió destinar todos sus recursos e interés a la defensa militar, dejando de lado los aspectos principales de su programa de transformación económica y social. Ello será muestra tanto de la fuerza de la “agresión imperialista” y la articulación de la Contra, como de las debilidades y rigideces del movimiento revolucionario. Finalmente, en 1990, el Frente Sandinista pierde las elecciones y reconoce sus errores.[xlv]


Por último, si bien la revolución nicaragüense es una clara revolución desde un punto de vista teórico, no logra establecer un verdadero nuevo Estado, al menos el que proyectaba ideológicamente el FSLN, su vanguardia. Esto quizás se explique, si seguimos a Hobsbawm, teniendo en cuenta la inexistencia de esa “época macrohistórica” de revoluciones. Los años ‘80 implican la vuelta a las democracias de las dictaduras del Conosur; el recrudecimiento de la política estadounidense en la Guerra Fría y la flexibilidad de la URSS con Gorbachov desde 1985[xlvi]; y la ola neoliberal primero en Europa y luego en América Latina. En dicho contexto y con el poderío de la potencia imperialista, resulta imposible una victoria completa de un movimiento revolucionario que lleve al socialismo.

Lucía Gracey




Citas y Bibliografía

[i] Hobsbawm, Eric. “La Revolución”, en Roy Porter (ed.), La revolución en la historia, Barcelona, Crítica, 1990, pág.19

[ii] No es mi intención aclarar ni problematizar estos conceptos aquí, ya que no es el foco del trabajo. Sin embargo, es necesario aclarar que tanto la crisis política de la clase dominante como la acción de las masas dominadas no implica necesariamente un estallido revolucionario. Es decir, no siempre que hay “situación revolucionaria” hay revolución; para que la haya, debe haber necesariamente una transferencia de poder y la creación de un nuevo marco.

[iii] Hobsbawm, E., Op. Cit., p. 27.

[iv] Selbin, 1993, en Salvador Martí i Puig. La Revolución enredada (1979-1990), Managua, Editora Salvador Martí i Puig, 2012, p. 50.

[v] Ibídem, p. 27.

[vi] Jeffrey L. Gould. Aquí todos mandamos Igual. Lucha campesina y conciencia política en Chinandega, Nicaragua, 1950-1979, Managua, IHNCA-UCA, 2008, p. 311.

[vii] Salvador Martí i Puig,,Op. Cit., p. 30.

[viii] Ibidem, p. 46.

[ix] Ibidem, p. 45.

[x] Hobsbawm, E., Op. Cit.; p. 57.

[xi] Carlos M. Vilas. “El sujeto de la insurrección popular sandinista” en Cuadernos Políticos, N° 42, México D.F., Ed. Era, enero-marzo 1985, pp. 32-53.

[xii] Salvador Martí i Puig,,Op. Cit., p. 63.

[xiii] Ibídem, p. 26.

[xiv] Aclararé los elementos de la ideología sandinista y la contraposición de los proyectos en el siguiente aparatado.

[xv] Hobsbawm, E., Op. Cit , p. 25.

[xvi] Orlando Núñez, Gloria Cardenal, Amanda Lorio, et. al. La guerra y el campesinado en Nicaragua. CIPRES, Managua, 1998, p. 158.

[xvii] Salvador Martí i Puig,,Op. Cit , p. 99.

[xviii]Orlando Núñez, Gloria Cardenal, Amanda Lorio, Op. Cit., p. 171.

[xix] Orlando Nuñez Soto. Transición y lucha de clases en Nicaragua 1979-1986, México, S. XXI, 1987, p. 193.

[xx] Salvador Martí i Puig,,Op. Cit ., p.44.

[xxi] John O’ Sullivan, “The Great Nation of Futurity” en Democratic Review, 1839.

[xxii] Todas las traducciones del discurso son propias. Ronald Reagan, “Address to the Nation on the Situation in Nicaragua”, 1986, en https://reaganlibrary.archives.gov/archives/speeches/1986/31686a.htm

[xxiii] Salvador Martí i Puig,,Op. Cit , p.63.

[xxiv] Ismael Saz Campos. “La Guerra Fría”, en Historia del Mon Contemporani, Valencia, 1993; p- 251.

[xxv] Lilia Bermúdez. Guerra de baja intensidad. Reagan contra Centroamérica. México, S. XXI, 1987, pp. 161-162.

[xxvi] Ibídem, p. 162.

[xxvii] Ibídem, p. 180.

[xxviii] Ibídem, p. 172.

[xxix] Orlando Núñez, Gloria Cardenal, Amanda Lorio, Op. Cit., p.167.

[xxx] Ibídem, p. 98.

[xxxi] Ibídem, p. 181.

[xxxii] Lilia Bermúdez , Op. Cit., p.176.

[xxxiii] Orlando Nuñez Soto, Op. Cit., p. 180.

[xxxiv] Ibídem, p. 174.

[xxxv] Ibidem, p. 174.

[xxxvi] Ibídem, p. 176.

[xxxvii] Salvador Martí i Puig,,Op. Cit , p. 90.

[xxxviii] FSLN, “BASES PROGRAMATICAS DEL FRENTE SANDINISTA DE LIBERACION NACIONAL PARA LA DEMOCRACIA Y LA RECONSTRUCCION DE NICARAGUA”, 1979, en http://www.cedema.org/ver.php?id=3817.

[xxxix] Carlos Fonseca Terán. La perpendicular histórica. El sandinismo como corriente política alternativa y el derrumbe de las paralelas históricas en Nicaragua, Managua, Ed. Hispamer, 2011, p. 343.

[xl] Ibídem, p. 347.

[xli] Cabe aclarar que la mayoría de los autores trabajados para la revolución nicaragüense escriben en la década de 1980, por lo que su postura es en cierta forma tendenciosa y partidista, y no han llegado a ver aun el “fracaso” de la Revolución con la victoria electoral de la Contra en 1990.

[xlii] David Nolan. La ideología sandinista y la revolución Nicaragüense, Barcelona, Ediciones 29, 1986, p.159.

[xliii] FSLN, "VANGUARDIA, HEGEMONÍA POPULAR Y UNIDAD NACIONAL", 1980, en http://cedema.org/ver.php?id=4551

[xliv] Hobsbawm, E., Op. Cit , p. 43.

[xlv] Orlando Núñez, Gloria Cardenal, Amanda Lorio, Op. Cit , p.185.

[xlvi] Ismael Saz Campos., Op. Cit., p. 251.

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