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Andrea Romero de la Fuente

La Inquisición Española en la modernidad



El objeto de nuestro análisis es la Inquisición española en el arco temporal de los siglos XV al XVII, repensando a la misma como expresión de poder no solo religioso sino también secular, tomando en sí un carácter “hibrido”, manifestado desde su origen, en sus intereses y en los efectos que creaba hacia la comunidad cristiana española. Analizaremos al Tribunal del Santo Oficio como un dispositivo destinado a producir efectos intencionados gracias a la puesta en escena, como si se tratara de un drama, de una serie de mecanismos y modos de funcionar que tendrán su máxima expresión en el auto de fe. Dicha teatralidad cubierta de símbolos, gestos y secuencias rituales tendrá el objetivo de jerarquizar poderes en constante competencia, expandir mediante su acción un control social y una estabilización de los conflictos latentes entre cristianos viejos versus judíos y, más tarde, con los cristianos nuevos. También analizaremos su función de escena teatral, festiva y lúdica, como válvula de escape de la tensión cotidiana y como productora de consenso en la comunidad cristiana. La puesta en escena de la Inquisición tuvo una característica peculiar, en tanto dicho acto presentaba a un “otro” que ofendía o negaba los principios cristianos, específicamente los conversos judaizantes.


Retomamos de esta forma las ideas de Balandier, en tanto entendemos la Inquisición como una teatralización del poder que sustenta actores, escenarios, espectadores y una representación que tendrá como expresión máxima el auto de fe, donde observaremos la fuerza del poder de la teatralización, con la puesta en escena del drama entre dos fuerzas en oposición. Observamos el arte de la escena, el arte del poder.



Orígenes de la Inquisición española


La Inquisición tiene su comienzo en el reinado de los Reyes Católicos en el año 1478, la justificación por ella expresada era la existencia de una herejía en constante expansión que amenazaba a la comunidad cristina, es decir, una tendencia judaizante que debía ser aplastada.


Netanyahu revisa esta idea, la cual fue tomada en general por los historiadores como una verdad que no necesitaba constatación, a partir de un conjunto de fuentes hebreas, latinas y españolas, incluida la propia voz de los conversos. Su conclusión es que no puede constatarse que los cristianos nuevos presentaran una tendencia judaizante ya que se deduce una tendencia inversa, una creciente cristianización y asimilación de los conversos. Entonces: ¿Por qué surge esta idea de converso judaizante? Dentro de esta construcción subyace una aversión de la comunidad cristiana al judío que se transfiere luego al converso, es decir, era básicamente la transferencia del odio cristiano, es un momento de abrumadora cristianización de los conversos. Pero no solo ello, ya que Netanyahu afirma que exitosos en el ámbito económico despertaban la envidia de los cristianos viejos y más aún con la creciente penetración en el ámbito político y social que exhibían. Ello avivó una contienda por los cargos administrativos entre cristianos viejos y cristianos nuevos, que tuvo mayor ferocidad en las ciudades. También existió una progresiva animadversión por su ascensión al rango de nobleza. Estas tres pulsiones económicas, políticas y sociales se entroncaron con un movimiento que salió a luz, con claros rasgos racistas, en la gran rebelión de Toledo en 1449 y en sus consiguientes Estatutos-Sentencias. Dicha teoría racial afectó las relaciones de los cristianos viejos y los cristianos nuevos, en tanto, se produce un desplazamiento de la aversión de la religión judía a la raza judía, entendidos estos como pueblo, que a pesar de su conversión seguía perteneciendo al mismo. La teoría racial, según Netanyahu, toma fuerza por el sentimiento nacional que estaba naciendo en la España del siglo XV, que implicaba ver al converso como el “otro”, como un extraño e intruso en la comunidad cristiana. Henry Kamen sostiene que los vestigios de las tradiciones judías tanto en vestimenta, alimentos y costumbres familiares fueron interpretadas intencionalmente como herejía y de dicho artilugio deviene el éxito del establecimiento de la Inquisición.


Las ideas precedentes nos hablan del clima social y político que se vivía previo al establecimiento del Santo Oficio. Un sentimiento de odio subyacente que estaba encontrando materialidad, ello implicó, para el rey Fernando de Aragón, una espina política a resolver. El programa racista podría implicar para las Españas de los Reyes Católicos una fuente de inestabilidad que no estaban dispuestos a correr en un contexto político de regulación y sometimiento de la nobleza y del clero, no podían darse el lujo de ganarse una fuente de conflicto en el pueblo llano. En pos de la estabilidad social y de su gobierno, los reyes decidieron apoyar al partido anticonverso con la instauración de la Inquisición. La misma buscaría investigar la acusación lanzada por el partido anticonverso de que los nuevos cristianos tenían prácticas judaizantes y, por lo tanto, serían falsos cristianos. El papa Sixto IV, en 1478, autoriza a los inquisidores de Castilla a extirpar la herejía que se expandía en dicha tierra, que no era otra que la herejía judaica. Tanto la bula papal como los documentos reales afirman que la herejía estaba vinculada a un grupo específico, los conversos judaizantes. El fin inquisitorial era aplastarlos. Para ello era necesaria una acción no moderada, en tanto que para el rey Fernando “su propósito al fundar la inquisición era atraerse a las masas del pueblo a su lado, hubiera sido insensato dejar que funcionara de modo que terminara por enemistarlas con él” [1]. Siguiendo a Netanyahu, podemos mencionar que la Inquisición respondió a motivaciones subyacentes de los cristianos viejos, a la necesidad de estabilidad del gobierno real y a la búsqueda de cierto consenso de las ciudades y del pueblo llano por parte de este último, dando vía libre a las demandas del partido anticonverso sobre la base de una invención creada, es decir, las supuestas prácticas judaizantes de los cristianos nuevos como justificativo de la expoliación hacia los conversos.[2]



Naturaleza política. Entre la Corona y San Pedro


El Santo Oficio será la única institución cuya autoridad abarcará todos los reinos de España, su implantación en ellos detentará caracteres singulares, como en el caso de Aragón, donde la oposición de las ciudades al establecimiento de la Inquisición vira cuando la oposición conversa asesina a un inquisidor, generando el ambiente para su instauración. Kamen afirma “El nuevo tribunal se convirtió en un instrumento para afirmar la autoridad real, aunque nunca estuvo en posición de aumentar sustancialmente su poder ni trató de hacerlo.”


Pero la Inquisición española: ¿Estaba bajo autoridad papal o real? Iglesia y Monarquía vivieron tensiones y luchas por el predominio del control de la institución a lo largo de la vida del Santo Oficio, con un creciente avance de la intervención real, el cual controlaba los nombramientos, los pagos y confiscaciones. Kamen observa que la Inquisición española estaba sujeta a la corona y que funcionó como un instrumento al servicio de la misma. Ello no implicó que se convirtiera en un dispositivo secular, ya que los nombramientos, las normas canónicas y la jurisdicción del Inquisidor derivaban de Roma. Es decir, era también un tribunal eclesiástico que dependía de la Iglesia de San Pedro.

Por ello, nos parece acertado afirmar lo expuesto por Bethencourt sobre el carácter híbrido que lucía la Inquisición y los problemas que surgían a la hora de establecer los límites exactos de ambos poderes.


A finales del siglo XV la institución vivió un proceso de centralización y regulación que complejizó su estructura: desde 1488 la organización central del nuevo tribunal fue conferido a un Consejo, se dotó de cuerpo de normas “las Instrucciones antiguas”, y de una creciente burocracia que, según Kamen, era una burocracia estatal en tanto no dependía de la iglesia sino del estado. Los inquisidores no tenían que ser necesariamente clérigos y eran preparados en las mismas instituciones en las que se formaba al personal administrativo[3]. A ello le sumamos un cuerpo de familiares y de comisarios de la inquisición que serán el personal de la misma, los primeros eran servidores laicos y los últimos era generalmente sacerdotes locales.


Lo dicho hasta aquí intenta mostrar la naturaleza mixta de la Inquisición, eclesiástica y secular. Kamen sostiene, a pesar que no cabría afirmarlo, que Fernando el Católico utilizó la institución para fortalecer su poder. Tampoco podemos dudar de que fue un instrumento político en manos del rey y del que hizo uso cuando lo necesitó. Ello no implica considerar al Santo Oficio como un instrumento del Estado, sino como un dispositivo con una lógica propia que podía incidir en alguna consideración política.



Delación, proceso y tormento


Jean- Pierre Dedieu desarrolló un análisis cronológico y geográfico de la Inquisición española, remarcó su carácter polimorfo y diversificado. En una primera etapa el tribunal desarrolla el sistema de “reconciliación en el periodo de gracia”, por el cual se establece un tiempo de 40 días en donde quienes hayan ofendido los principios cristianos pueden auto denunciarse y que, por lo mismo, se beneficiarían de una mayor indulgencia a la hora de los castigos y una reconciliación rápida al seno de la Iglesia. Dedieu sostiene que, gracias a este sistema, donde la cuestión no era confesarse sino acusarse, la Inquisición logró romper el silencio de los sospechosos. Los autoacusados se salvaban así de la delación, evitando la hoguera y la confiscación de sus bienes. Este fue un periodo de grandes números de juzgados por la Inquisición. Kamen sostiene que en este plazo una mayoría de conversos se puso “voluntariamente” en las manos de la Inquisición, lo que “convenció” a la comunidad cristiana de que la herejía era verdadera y real.


Junto con este plazo de gracia, encontramos otro sistema que es el de delación o denuncia, la primera era la usual en tanto era una acusación de herejía basada en sospechas y pruebas débiles que no implicaban para el acusador ningún tipo de riesgo, en cambio la denuncia era una acusación formal que requería pruebas e implicaba riesgos si aquellas eran falsas. Por ello, Dufour sostiene que escaseaban las acusaciones y llovían las delaciones.[4] Sobre esta base se sustentó la Inquisición, lo que confirma nuestras primeras afirmaciones, en tanto funcionaron como canales propicios para encauzar el odio hacia los judíos y cristianos nuevos por parte de los cristianos viejos. Así como también fue un arma de venganzas y enemistades personales.


Sobre los mecanismos expuestos se inicia el proceso, si la calificación daba positiva, es decir, los alegatos eran confirmados por testigos, se proseguía con la detención y encarcelamiento en las cárceles secretas del Santo Oficio. [5] Aquí nos detendremos pues dicho procedimiento buscaba generar ciertos efectos sobre tales sujetos. Bennasar analiza cómo el anonimato de quienes los habían denunciado y el por qué brindaba, bajo el engranaje del secreto, las condiciones para una confesión contra sí mismo, incluso de aquello que desconocía el tribunal, así como también de la delación de otro. Bajo el manto del secreto, la Inquisición funcionaba como una destrucción moral del acusado. Dicho autor sostiene que el secreto era una de las razones verdaderas por las cuales la Inquisición producía miedo. Un miedo que buscaba disciplinar los cuerpos, los comportamientos y las mentalidades generando un orden social, aunque claro, todo dependía también de la región, Cataluña por ejemplo presentaba, según Kamen, una ausencia del miedo.


Pero si en su confinamiento el acusado no exponía su culpa, se pasa al momento del tormento, el mismo no era ajeno a la sociedad del Antiguo Régimen, ya que el suplicio físico era utilizado por la justicia civil. La opinión general de los autores trabajados es que la tortura no fue cruda ni motivo de muerte, en tanto la ley eclesiástica establecía la prohibición de matar y derramar sangre. Ella no era utilizada como un fin en sí misma, estaba reglamentada según el sexo, la edad, la condición física y la gravedad de la denuncia que caía sobre la persona. Los tormentos más usados por la Inquisición fueron el potro, el garrote, la toca, la garrucha y la brasa, mediante las cuales se buscaba una confesión del acusado. Según sostiene Bennasar, el uso de la tortura no era frecuente lo cual derrumba la idea de que la tortura fuera una de las razones del miedo que producía la Inquisición.


Convencidos de la culpabilidad del acusado, el proceso le concedía la posibilidad de tener el servicio de un abogado para su defensa, pero, a pesar de ello, las posibilidades de un juicio justo eran prácticamente imposible pasando incluso a simple farsa a medida que avanzaban los siglos.


Es importante señalar que el expuesto recorrido de procedimientos inquisitoriales no solo generaba temor a aquel que caía dentro de su poder, sino que también tenía el efecto de exteriorizar una imagen de tal proceso lleno de acusaciones, secretos, oscuridad y tormento. La imaginación colectiva construía una imagen de temor hacia el tribunal. Aunque no haya puesta en escena pública, estamos ante propaganda desarrollada al interior del tribunal pero que surte efectos en una sociedad donde el cara a cara primaba.



Auto de fe. El poder de la escena


Bethencourt afirma que una sociedad como la española del siglo XV era “una sociedad sedienta de representaciones fuertes”[6] y el auto de fe brindaba ese soporte visual, plagado de símbolos, ritualismo y sacralización, a una comunidad donde la palabra ya no le bastaba. El auto de fe fue la representación clave del Santo Oficio, y como tal adquirió una complejidad ritual enorme. Una secuencia de actos le daba sentido, a saber: la publicación, la puesta en escena, las procesiones, la ceremonia, la abjuración y la ejecución. Toda la secuencia de actos está atravesada por formas reglamentadas y establecidas, por gestos, posturas, símbolos, jerarquías, palabras y lugares que actúan como un todo para generar cierto efecto en el espectador. Llevado a cabo no solo por la Iglesia sino también por el poder secular, tiene todos los condimentos de un teatro, en este caso dramático, donde tenemos actores, unos buenos y otros maléficos, unos inquisidores y seglares y otros herejes, una contienda que excede el ámbito mundano para elevarse a una contienda divina. Retomando la palabra de Moreno Martínez, el auto de fe es el anticipo del Juicio Final. Y tal elevado carácter se traducirá en una compleja ingeniería simbólica en el escenario, sobre los actores, sobre toda la secuencia de desarrollo que culmina con una imagen de victoria de las fuerzas del bien.


Retomando la secuencia, su comienzo esta dado por la publicación, que implicaba el aviso público de la realización del auto de fe. La evolución de dicho rito implicará variaciones en su desarrollo, pero en su momento más efusivo se hacía aviso con un mes de anticipación, generalmente se elegía un día domingo para que el rito tenga mayor concurrencia y efecto. Unos de los aspectos más sobresalientes son las invitaciones, en tanto que las mismas demuestran los conflictos y las tensiones que acarreaba un rito con características mixtas o híbridas. El más claro ejemplo se daba en los obispos cuya invitación era pura cortesía ya que no participaban por el lugar inferior que se les atribuía.


La puesta en escena es el armado físico del lugar donde se desarrollará el auto de fe, en donde va a tener lugar la representación teatral de la fe. Su elección estaba entre la plaza y la Iglesia que servía como decorado de fondo y como palcos con alto significado en jerarquías. Los espectadores que tomaban lugar en aquellos palcos eran niveles superiores de la nobleza, dignatarios, incluido, en ocasiones, el rey. Una vez elegido tal punto físico, comenzaba la construcción del espacio donde se iba a dar el rito. La construcción del tablado tampoco estaba dejada al azar, cada detalle implicaba un significado y trasmitía símbolos a consumir. La altura del mismo expresaba la importancia de lo que se iba a dar allí, es decir, hay quienes poseían una participación exclusiva en el rito y otros solo eran meros espectadores; el modelo del tablado se organizaba en la división de tres zonas importantes: las primeras dos eran zonas de mutua oposición, la zona de los inquisidores versus la zona de los condenados, cada una de ella emitía símbolos y colores, la primera vestía colores rojo y oro con símbolos cristianos y la otra vestía el color negro y los sambenitos. La imagen de esta oposición era evidente para el espectador, por un lado la justicia, la pureza y la inspiración divina y por el otro la impureza y la inspiración demoniaca. Tal confrontación no terminaba ahí, ya que se representaba la misma en las propias gradas del tablado, allí en los lugares más altos del mismo se enfrentarán inquisidores versus heresiarcas. Otra confrontación se observa en las gradas del tablado que es la de la etiqueta, tensiones y conflictos por la jerarquía que reproducían los lugares.


Las Procesiones estaban compuestas por la procesión de la cruz verde, la procesión de los inquisidores y la procesión de los penitentes y condenados, que funcionaban también como reproductores de simbolismos y traccionadores de público al rito. El espectador podía identificar, mediante el posicionamiento del acusado en dicha procesión, la gravedad de su ofensa, así como también lo trasmitía su persona, en la vestimenta y en los símbolos que portaba.


La cruz verde de la procesión tenía un gran simbolismo, tanto por su tamaño, su color verde de esperanza y el hecho que se trasportaba velada, lo cual representaba la ofensa cometida por la herejía que requería, por lo tanto, una reparación por medio de la penitencia o el castigo.


Los condenados no eran iguales, ni en lo social (que se diferenciaba con familiares de la inquisición acorde a su nivel social) ni en las ofensas. Como hemos ya señalado, su persona portaba símbolos eficaces, especialmente en el sambenito, hecho de lino pintado en amarillo que representaba la traición a la iglesia. Sobre dicho sambenito se manifestaba si eran reconciliados o condenados. Si eran los primeros tenían representada la Cruz de San Andrés y una vela en la mano como símbolo de fe. Sus comportamientos y gestos acompañaban su posición de reconciliado. Los relajados/condenados presentaban en su sambenito su retrato, grifos y las llamas del infierno, también portaban una coroza que formaba parte del rito de humillación.


Luego de las procesiones se daba la ceremonia propiamente dicha, que también presenta una secuencia a saber: se reza el inicio de la misa, sermón de fe, juramento colectivo, lectura de la bula papal de Pio V y lectura de Sentencias. Resaltaremos de ella la observación de sus componentes mixtos, como tribunal religioso y tribual de la Corona, que se pone de relieve en el juramento colectivo que demuestra la búsqueda del apoyo de las autoridades civiles como de la bula papal como apoyo de la autoridad superior de la Iglesia. En lo que respecta a la lectura de Sentencias, la misma implicaba develar explícitamente la suerte de los condenados, ya sean penitentes o relajados. Estos últimos serán continuamente interpelados a que se arrepientan ya que cada condenado impenitente era una batalla perdida frente a las fuerzas diabólicas. Por ello, el acto de fe se cierra con la abjuración que implicaba la reintegración de los acusados al seno de la iglesia, a partir del arrepentimiento y la expiación de sus crímenes por medio del castigo.


La ejecución tenía lugar luego de finalizado el acto de fe, bajo la responsabilidad de la autoridad civil, la cual daba por válida la sentencia dada por el Tribunal eclesiástico que no podía condenar a muerte a ninguna persona, de allí el artificio de relajarlo al brazo secular. El lugar de la ejecución era fuera de la ciudad y su movilización hasta allí permitía la irrupción de un actor que hasta ese momento tenía una posición pasiva, que es la multitud. La activa masa demandaba el arrepentimiento del relajado, el cual si sucedía brindaba una victoria sobre las fuerzas del mal, aunque ello no implicaba la suspensión de la pena de muerte, pero si daba un buen morir. Este era el clímax del drama social. Los relajados eran quemados en hogueras como forma de eliminar su memoria. Kamen sostiene que, durante los primeros años de la Inquisición, se utilizaron muchas efigies, que representaban los cuerpos de condenados que habían huido o habían muerto. Por ello, sostiene que teniendo en cuenta que la época inicial del Tribunal fue el más prolífico en condenas, se puede matizar la imagen de un tribunal sediento de sangre. En la misma línea, Bennasar sostiene que es una falsa razón pensar que la Inquisición producía terror por la dureza de sus penas. En oposición a las ideas expuestas, Dedieu sostiene que la Inquisición en sus primeros tiempos mostró una crueldad en las penas, asombrando los datos de la cantidad de relajados en persona.


El acto de fe como fiesta

Doris Moreno Martínez nos ofrece la visión del auto de fe como una fiesta compleja y poliédrica. La misma significaba una ruptura de los esquemas rutinarios de la vida cotidiana de tales sociedades, significaba la liberación de emociones y pasiones, de una comunión social de reforzamiento de lazos colectivos, una válvula de escape a tensiones sociales latentes. Con el Barroco, sostiene, se dan unas crecientes explosiones festivas que tienen “el efecto de sublimar las pasiones, los temores y las esperanzas de una colectividad”[7]. La ruptura no es solo de la cotidianeidad sino también de la mediocridad colectiva. El auto de fe, según la autora, tendrá una faceta de fiesta religiosa y civil y otra faceta en paralelo, elitista y popular. La concertación del poder real y del eclesiástico, brindan un espectáculo funcional y efectivo.


Del auto de fe a la Memoria de la Infamia


El auto de fe marca a los acusados de forma relativamente prolongada. Los reconciliados, reinsertos al seno de la Iglesia mediante la abjuración en el auto de fe, no terminaban de borrar con la misma el momento previo de ruptura y de marginación con la comunidad cristiana, propio de un ritual de paso. La reintegración era un proceso lento, donde el reconciliado debía expiar sus ofensas. Kamen sostiene que eran varios los medios por los cuales se concretaba tal expiación.


Figuraban los siguientes procedimientos: el encarcelamiento que variaba en duración según la gravedad de la ofensa ,el confinamiento en un colegio o convento para la instrucción en la fe, los azotes eran una forma muy común de castigo físico, el servicio de remero en las galeras era una de las penas más temidas por las condiciones de trabajo en alta mar, el exilio o destierro, y por medio del vestuario, es decir, del sambenito que debía ser vestido por un periodo de tiempo como señal de infamia. Todo ello implicaba no poder acceder a ciertos cargos y profesiones, sufrir la confiscación de sus bienes y la prolongación de la memoria de la infamia a la familia del acusado, no solo del relajado sino también del reconciliado, lo que generaba protestas de los afectados. Dicha memoria de la Infamia se prolongaba con la práctica de colgar los sambenitos en las Iglesias a modo de colecciones de la victoria sobre el mal. Bennasar sostiene que la memoria de la infamia es una de las verdaderas razones que explican el por qué la Inquisición generaba miedo. Tenía un precio social muy alto para aquel que caía en su jurisdicción, pero también tenía un precio económico importante. El tribual vendía dispensas por ofensas menores, confiscaba bienes a los relajados y reconciliados, pero también provocaba modificaciones a largo plazo en la sustentación económica de aquel que recibiera la apena de exilio, galeras, etc. En síntesis, dicha construcción de la memoria de la Infamia justificaba la propia existencia del Tribunal.



Conclusión


La actividad del tribunal vario según las épocas, con un ritmo mayor en el siglo XV y XVI y de modo relativo en el siglo XVII. Es decir, de crueldad de las penas en sus comienzos a una prudencia y regulación de los procedimientos a lo largo de los siguientes siglos. Así también variaron las “presas” del Tribunal. Dedieu sostiene que encontramos tres categorías de heréticos: los judaizantes, los moriscos y los protestantes, pero con un claro predominio anti judaizante. Dicha evolución se ve ratificada en el estudio de García Cárcel sobre los testimonios de las víctimas de la Inquisición, que siguen el recorrido planteado: conversos judaizantes, moriscos y protestantes. Este recorrido temporal da muestra de la evolución del Santo Oficio. Ello no implicó modificaciones en su carácter híbrido, eclesiástico y secular, en su capacidad de teatralización trasmisora de símbolos e imágenes, que implicó hacia adentro una constante competencia de jerarquías y poderes, pero que brindó hacia afuera control social y estabilización de los conflictos latentes entre cristianos viejos y conversos, así como también una válvula de escape a las tensiones de la cotidianidad apremiante.

Andrea Romero de la Fuente

Bibliografía

-Balandier.G., El poder de las escenas: de la representación del poder al poder de la representación. Ed. Paidós, Barcelona ,1994.

-Bennassar B., “La Inquisición o la pedagogía del miedo”, en Bennassar Bartolomé, Inquisición española: poder político y control social, Barcelona, Crítica, 1981, pp.94-125.

-Bethencourt, F., La Inquisición en la época moderna. España, Portugal, Italia (ss. XIV-XIX), Madrid, Altai, 1997, pp. 281-366.

-Dedieu, Jean P., “Los cuatro tiempos de la Inquisición”, en Bartolomé Bennassar (dir.), Inquisición española: poder político y control social, Barcelona, Crítica, 1981, pp. 15-39.

-Dufour, G. La Inquisición en España, Ed. Cambio 16, Madrid, 1992, pp. 21-35.

-García Cárcel, Ricardo y Moreno Martínez, Doris; “La opinión de las víctimas de la Inquisición en la España de los siglos XVI y XVII” en García Fernández, Máximo y Sobaler Seco, Ma. de los Ángeles (coords.) Estudios en Homenaje al profesor Teófanes Egido, Valladolid, Junta de Castilla y León, 2005, pp. 87-103.

-Kamen, H., La Inquisición española: una revisión histórica, Ed. Crítica, Barcelona, 2004, pp. 34-68, 136-206.

- Moreno Martínez, D. “Cirios, trompetas y altares. El auto de fe como fiesta”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, t. 10, 1997, pp. 143-171

-Netanyahu, B., Los orígenes de la Inquisición española, Barcelona, Crítica, 1999, pp. 861-949.

Citas:

[1] Netanyahu, B., Los orígenes de la Inquisición española, Barcelona, Crítica, 1999, p. 922

[2] Kamen, H., La Inquisición española: una revisión histórica, Ed. Crítica, Barcelona, 2004, pp. 34-68, 136-206

[3] Kamen, H., La Inquisición española p.143

[4] Dufour, G. La Inquisición en España, Ed. Cambio 16, Madrid, 1992, p. 23

[5] Denominación que cumplía la función de diferenciar las cárceles del Santo Oficio de las comunes.

[6] Bethencourt, F., La Inquisición en la época moderna. España, Portugal, Italia (ss. XIV-XIX), Madrid, Altai, 1997, p.282

[7] Moreno Martínez, D. “Cirios, trompetas y altares. El auto de fe como fiesta”, Espacio, Tiempo y Forma, Serie IV, Historia Moderna, t. 10, 1997, p.144

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