Entre Hanán y Hurín
A continuación desarrollaremos las características y definición del ayllu, tanto en su aspecto político-social como económico y parental. Entendiéndolo como una estructura de cohesión social determinante de las comunidades andinas.
Comenzaremos diciendo que el ayllu es el tipo de organización social y política por excelencia en el mundo andino basados en principios tales como la reciprocidad y la autosuficiencia. Un ayllu está conformado por miembros símiles o iguales atravesados por grupos de parentesco descendientes de un antepasado en común real o ficticio.
Un ayllu contiene un tipo subordinado de organización dependiente de categorías duales: Hanan y Hurin. Aunque también pueden ser tripartitas: qollana, payan y cayao. Cada una de estas mitades de un sistema dualista en los andes está formada por un numero de ayllus distintos a los existentes en la otra mitad. Eran grupos endogámicos, ya que debían contraer matrimonio dentro del ayllu, pero exogámicos ya que lo hacían por fuera del grupo parental más cercano. Tenían un jefe o curaca que simbolizaba la unidad de identidad y de intereses colectivos. Heredaba su cargo gracias a una relación de parentesco cercano al jefe anterior. Su obligación era la de representar al grupo, defender sus dominios de otros ayllus, redistribuir derechos a las tierras y hacer que se impusieran las reivindicaciones legitimas a los recursos, atender a la circulación y el almacenamiento de los productos en las zonas nuclear y adyacentes , organizar el trabajo y los rituales. A su vez, un curaca recibía derechos especiales a servicios laborales (ayni). El jefe tenía que solicitar los servicios a los ayllus de su zona para que el intercambio entre curaca y “parientes” parezca equivalente y gozara de legitimidad, y a que los rituales de reciprocidad expresaba una transacción social calculada. Su prestigio se debía a su condición de custodio de las propiedades y normas de la comunidad. Mediante la gestión de las actividades de la comunidad y la redistribución generosa de los excedentes acumulados, el jefe se ganaba la legitimidad como representante que encarnaba la colectividad y sus intereses.
Como dice Stern, los hogares y los ayllus activaban y reforzaban vínculos comunitarios o étnicos al efectuar intercambios recíprocos de mano de obra entre parientes. Esos intercambios aportaban energía para trabajar los recursos y unían a los productores dispersos en relaciones de cooperación. La riqueza en la sociedad andina procedía del acceso a la mano de obra basado en la construcción de esa red de parentesco y obligaciones mutuas. El intercambio reciproco de servicios movilizado por grupos de parientes en el seno de sus ayllus se convirtió en el modelo ideal ampliado hacia afuera a los vínculos entre ayllus de la comunidad o el grupo étnico más amplio. Esa ampliación de la cooperación, permitía a los grupos extenderse cada vez más en busca de recursos distantes y realizar tareas colectivas, como las de riego y construcción de puentes; en resumen aumentar las fuerzas productivas de las que disponían. El intercambio equitativo era el principio central que regia la reciprocidad local. Los intercambios que definían esas relaciones estaban cuidadosamente calculados, con una precisión y una formalidad cada vez mayores a medida que las peticiones de mano de obra iban pasando de grupos de parientes más cercanos a más lejanos.
La característica económica más importante era la de la “Para poder llevarse a cabo, la gente debía esparcirse en formas dispersas de asentamiento para adaptarse al rigor y pluralidad ecológica de su medio ambiente. La dispersión reducía el efecto de las malas cosechas en bolsas ambientales concretas y facilitaba el acceso a una diversidad de zonas ecológicas adaptadas a la producción de recursos diferentes. Además de cultivar los alimentos principales (papa y maíz), las comunidades solían establecerse en las zonas más altas de la puna para dedicarse al pastoreo de llamas y alpacas; y en valles más bajos para producir hojas de coca, ají, frutas, algodón, madera, etc. A cada una de estas zonas enviaban “” o colonos desde las zonas nucleares para incorporar en sus dominios una serie de colonias o islas cuyas condiciones naturales les permitían cultivar coca, pastorear animales, extraer sal, etc. El impulso hacia la autonomía económica implica el control directo de microambientes dispersos.
Autores como Murra y Van Buren hacen un análisis de la cuestión de la autosuficiencia y las colonias que poseían las comunidades en los diferentes microambientes que ellos llamaran “” e intentan desarrollar el sistema del control vertical promulgado por Murra en 1972. Este autor desarrolla cinco casos donde se comprueba que diferentes tipos de comunidades y estados, basan su autosuficiencia en el control de varios pisos ecológicos como en el caso los Chupaychu que poseían colonias a tres días del núcleo sobre la montaña donde obtenían sal y criaban rebaños; y por otro lado poseían colonias a cuatro días bajando donde obtenían algodón, ají, madera, etc. En fin, el control vertical en las comunidades consta de características especificas: 1) se trata de sociedades demográfica y políticamente pequeñas, 2) los núcleos de población y poder eran a la vezcentros de producción de alimentos básicos, 3) sus zonas periféricas estaban pobladas de manera permanente por asentamientos ubicados tanto por encima como por debajo del núcleo (lo que da el calificativo de verticalidad al modelo). Estas colonias periféricas: a) no se aventuraban mas allá de tres o cuatro días de camino del núcleo, B) eran pequeñas, algunas veces simplemente tres o cuatro hogares por cada parcialidad en cada piso ocupado; c) sus moradores conservaban sus casas y derechos en su núcleos y etnias de origen; D) los asentamientos periféricos eran siempre multiétnicos.[1]
Las tierras del ayllu formaban parte de una unidad indivisible y usufructuable por todos los miembros de él. El curaca es quien administra las tierras del ayllu y según Rostworowski este era quien las arrendaba. Debemos entender que las entregaba en usufructo temporal y rotativo, recibiendo como pago de su labor de administrador, un tributo en mano de obra que se expresaba materialmente a través de los productos cultivados y cosechados en las tierras de dominio directo delseñor. La cohesión interna del ayllu y el sentido de comunidad están vinculados a la distribución de tierras por el curaca; la reciprocidad y la redistribución se inscriben de esta manera dentro de una concepción comunal de la propiedad de la tierra, donde el individuo comparte con los miembros de su grupo una diversidad de aspectos de la vida cotidiana.[2] El trabajo se daba de manera comunal, como una expresión de la solidaridad interna del ayllu y como manifestación de la reciprocidad entre los miembros del grupo, sirve de elemento cohesionador en tanto que los principios ordenadores se mantengan funcionando y sean acatados por los individuos.
Pablo Javier Coronel
Citas y Bibliografía:
[1] Murra, John, 1975. Formaciones Económicas y Políticas del Mundo Andino. IEP. Lima. Capítulo 3. “El control vertical de un máximo de pisos ecológicos en la economía de las sociedades andinas (1972)”, 59-115. Pág. 70-71
[2] Cock Carrasco, Guillermo. 1981. "El ayllu en la sociedad andina: alcances y perspectivas" En Etnohistoria y Antropología Andina, Marcia Koth de Paredes, A. Castelli y M. M. de Pease comps., 231-253. 2da. Jornada del Museo Nacional de Historia, Lima. Pág. 244.