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Lucía Gracey

La edad de los Imperios: Neo-asirios y Persas

El eje central del imperio neo-asirio reside en la actividad militar y de conquista. Desde un principio las campañas fueron planificadas pareciendo insertarse en un proyecto muy concreto. La intención es volver a la grandeza asiria del imperio anterior, y por ello dominar los mismos espacios resulta fundamental. Pero pronto, las expediciones los llevan fuera de los límites medioasirios anteriores.[i] La fuerza militar da sus frutos: en la fase de recuperación y consolidación del imperio, por ejemplo, Assurnasirpal II somete a “todas las ciudades arameas del Khabur y también las situadas a lo largo del Éufrates en la orilla izquierda”[ii], y en consecuencia, pagan tributo y se ven insertas en el nuevo imperio.

La demostración de fuerza frente al enemigo se vuelve por ende central. No es sólo la victoria en sí la que cobra sentido, sino la propaganda de dicha fuerza: el terror y la amenaza.[iii] Demostrar la superioridad militar y de poder excede a la práctica real: los anales exageran los números, describen con lujo de detalles atrocidades probablemente nunca cometidas –como haberle quitado los ojos a todos los enemigos o cortado la cabeza al rey[iv]– y jamás se muestran las derrotas en los relieves y las imágenes, sino sólo a asirios triunfantes y víctimas torturadas. Por otro lado, los asirios retoman como estrategia clave la deportación masiva, que se vuelve un recurso recurrente para quebrar el poder de las elites locales y repoblar las tierras conquistadas.[v] Sin embargo, las deportaciones muchas veces sólo trasladan el problema de población a otro lugar sin solucionarlo de fondo y la militarización resulta costosa en términos materiales y humanos.[vi]


En el imperio Persa, en cambio, las campañas son fundamentales – de hecho llegan a dominar un territorio mucho más extenso que el asirio – pero no tienen el mismo sentido. Los persas no se identifican con una grandeza anterior que quieren recuperar sino que construyen su identidad a medida que conquistan y parten de un reino mucho más pequeño; por ello resulta tan interesante su extensión.[vii] Pero, además, su conquista militar no implica necesariamente terror y destrucción: los persas son más tolerantes a las diversidades y autonomías locales que los asirios. Eso se demuestra con la primera conquista de Babilonia, en donde Ciro fue recibido oficialmente como soberano y permitió el mantenimiento de los dioses y funcionarios babilonios[1]. También ocurre en Egipto, donde los persas comprenden las ventajas de generar vínculos con las elites locales y preservar los santuarios y tradiciones egipcias.[viii]


Mann encuentra la causa de esta diferencia en que los asirios tienen una ideología más “nacionalista” y los persas una cultura más amplia y universalizada en sus elites, en parte quizás debido a sus orígenes multiétnicos.[ix] Habría que tomar la idea de “nacionalismo” con muchísima cautela; sin embargo sirve para entender esa insistencia de los asirios en destruirlo todo y recuperar el imperio perdido imponiendo su grandeza contra la relativa flexibilidad y tolerancia de los persas a una suerte de cosmopolitismo y diversidad al interior de sus dominios.


El modo de dominación del Imperio persa parece residir, por un lado, en la presencia e integración de sus territorios. Así, las tierras que poseía el rey, su familia, la alta nobleza y algunos otros individuos servían a este propósito. Era el rey quien concedía esas tierras en retribución a la tarea de conquista, y los beneficiados quedaban obligados a contribuir con algún servicio: primero el militar, durante el apogeo de la expansión imperial, y luego mediante tributos o mano de obra. También el complejo sistema de caminos servía para un control gubernamental extenso del territorio. Por su parte, las deportaciones en masa se usaban para debilitar los focos de resistencia, pero sólo de vez en cuando y no con la misma frecuencia que en el imperio Asirio.[x]


Por el otro, el centro del persa se encontraba en el Gran Rey, que había sido puesto por el dios Ahuaramazda, como se ve en la inscripción de la tumba de Darío I.[xi] Si bien el rey era un monarca absoluto, puesto que todos –incluso los nobles- estaban sometidos a su poder y leyes, no actuaba arbitrariamente: era la encarnación de las virtudes positivas que le había dado Dios para gobernar. El rey se separaba así del resto de sus mortales por sus cualidades morales y físicas y respondía a una ascendencia muy fija que legitimaba su posición.[xii] Su superioridad no se traducía en la destrucción de lo no-persa, como dijimos, sino en su habilidad para poner bajo su servicio -y en orden- una amplia gama de recursos y pueblos heterogéneos.[xiii] A su vez, los nobles persas son vasallos del rey, incluso cuando, consolidados en su poder, el soberano debía asegurarse su apoyo. Más bien parece que a pesar de las promesas y acuerdos que les hacían, los reyes mantenían a los nobles a suficiente distancia, y ellos reconocían que a él le debían su posición, por lo que podían ser restituidos o reemplazados en su cargo.[xiv]

La figura del rey es también central en los asirios, pero de nuevo, vinculado al aparato militar. El rey dirige el ejército y encabeza las expediciones militares, y bajo él y detrás de él están los miembros de la corte que alternan igualmente su función militar con su función administrativa.[xv] En Persia el papel del rey durante las campañas no resulta tan claro en la bibliografía: por momentos son los soberanos los conquistadores –y no cabe duda en Ciro II, el fundador del imperio-, pero por momentos parece que su rol es más pasivo, como se entiende cuando Kurht comenta que “Jerjes contemplaba la batalla desde lo alto de la colina situada frente a Salamina”.[xvi] En Asiria, todos los reyes toman un rol activo liderando las campañas militares, a excepción aparentemente única de Assurbanipal III. Todo el aparato asirio está centralizado y monopolizado por el rey, incluso en el sistema religioso, donde el rey figura como el enviado por el dios Assur –como ocurre en Persia con su respectivo dios- y parece hacer innecesarios a los sacerdotes. Así, los nobles tienen un lugar secundario en las decisiones políticas centrales, puesto que los reyes confían más en las respuestas divinas y los presagios que en los consejos humanos.[xvii] El ejemplo de la batalla de Til-Tuba es claro: en el Cilindro B se describe cómo el rey Teumman ignora los presagios y Assurbanipal lo derrota por orden de los dioses.[xviii]


Por otro lado, el sistema administrativo resulta, al menos a primera vista, similar: en Asiria se establece el sistema de provincias y en Persia el de satrapías. En el imperio Asirio esto no ocurre hasta el gobierno de Tiglat-Pileser III (744-727). Antes, la autonomía local era mucho mayor, sobretodo en las regiones periféricas. Al interior, la presencia asiria era más notoria pero en la franja exterior se mantenían los reinos locales, sometidos a una relación tributaria basada en el juramento de estos reyes al soberano asirio. Esta estructura resultaba débil y conflictiva; es por ello que Tiglat-Pileser III instaura el sistema provincial, por el cual estos reinos autónomos se convierten en provincias asirias. A partir de entonces, tanto al interior como al exterior, cada provincia posee una capital propia con su respectivo palacio asirio, oficinas administrativas asirias, centros de recaudación de tributos y lugares de culto asirio. Ello ocurre en el centro y en la periferia, aunque las provincias más antiguas y cercanas al centro son las más codiciadas y, por lo tanto, gobernadas por los máximos dignatarios de la corte. La designación de funcionarios asirios es realizada por el rey y de esa manera, al igual que en el imperio persa, el soberano puede controlar personalmente todo el aparato. La relación entre nobles y rey es muy directa y personal y reside sobretodo en la fidelidad de los primeros. Sólo en las ciudades más pequeñas se mantienen las antiguas organizaciones locales, aunque normalmente bajo el control del gobernador provincial.[xix]


En Persia el sistema es parecido: el territorio se divide en satrapías bajo la uniformidad administrativa que las mismas creaban. Las satrapías eran gobernadas por sátrapas, normalmente nobles persas – aunque cabe recordar que la condición de “persa” podía ser concedida por el rey sin tener necesariamente ascendencia persa pura.[xx] Pero también aquí había diferencias regionales: en territorios fronterizos, como el de los pueblos pastores de los Zagros, los árabes y los escitas, el gobierno por un sátrapa persa no resultaba adecuado y se concedía entonces cierto grado de independencia regulada. El pasaje citado por Kuhrt sobre el caso de Farnabazo demuestra que los persas usaron las instituciones locales en su propio interés y bajo estrecha vigilancia.[xxi] Como dijimos, el sistema persa era mucho más flexible que el asirio, pero no por ello más débil o incapaz de gobernar. Su tolerancia al mantenimiento de costumbres y autoridades locales respondía a su estrategia de dominación.


En cambio, en el imperio asirio, la ideología tiene consecuencias prácticas mucho más destructivas de lo no-asirio. En la mentalidad asiria, el mundo interior se contrapone al periférico, el tiempo del imperio al tiempo sin imperio, el hombre asirio al extranjero; porque los unos son civilizados y perfectos y los otros caóticos y bárbaros. Es también aquí el rey el que construye el orden, pero no lo hace aceptando la heterogeneidad sino, justamente, homogeneizándola. La conquista, sostiene Lieverani, consiste en “igualar la periferia al país central, en hacer que se parezca a Asiria lo más posible, en someterla a los mismos funcionarios, a las mismas tasas fiscales, a las mismas disposiciones del rey”.[xxii] Así, y sobre todo en la franja exterior, aquel mundo “rico y variado formado por etnias distintas” con sus propias tradiciones y culturas termina empobrecido y destruido por el ejército asirio y la máquina unificadora de la administración.[xxiii] Es la conquista militar la que permite que los extranjeros adquieran caracteres positivos, si y sólo si mantienen el juramento prestado al rey asirio.


En conclusión, mientras en Asiria, el imperio se legitima como obra de civilización y unificación bajo un único poder en nombre de los dioses,[xxiv] y destruye todo lo que encuentra diferente, en Persia el dominio es más flexible y se presenta como de mutuo beneficio entre el rey y sus súbditos a través del respeto a las tradiciones de los pueblos conquistados. De hecho en su arte, dice Mann, los extranjeros aparecen como hombres libres y dignos,[xxv] y no demonizados como en el imperio asirio.

Lucia Gracey

Citas y referencias bibliográficas:

[1] Ver descripción detallada en “el Cilindro de Ciro”, tomado de Pritchard, J.B (1966) La sabiduría del Antiguo Oriente. Antología de textos e ilustraciones, Ediciones Garriga, Barcelona, p.110.

[i] LIVERANI, M.: El antiguo Oriente, op. cit., 1995, p. 606.

[ii] Ibídem, p. 608.

[iii] MANN, M. Las fuentes del poder social, op. cit., 1991 [1986], p. 336.

[iv] BAHRANI, Z. Rituals of war. The Body and Violence in Mesopotamia, New York, Zone Books, 2008, p. 6 (de traducción).

[v] LIVERANI, Op. Cit., p. 616.

[vi] Ibídem, pp. 634-635.

[vii] KUHRT, A., El Oriente Próximo en la Antigüedad, Barcelona, Crítica, 2000, pp. 313-14.

[viii] Para Babilonia, KUHRT, Op. cit. p.312; para Egipto Ibídem, p. 316.

[ix] MANN, Op. Cit., p. 335.

[x] KUHRT, Op. Cit., pp. 348-351.

[xi] Ibídem, pp. 330-331.

[xii] Ibídem, pp. 335-336.

[xiii] Ibídem, pp. 332-334.

[xiv] Ibídem, pp. 340-341.

[xv] LIVERANI, Op. Cit., p. 634.

[xvi] KUHRT, Op. Cit., p. 343.

[xvii] LIVERANI, Op. Cit., p. 651.

[xviii] BAHRANI, Op. Cit., p. 9.

[xix] LIVERANI, Op. Cit., p. 638.

[xx] KUHRT, Op. Cit., pp. 352 y 345-346.

[xxi] Ibídem, pp. 353-354.

[xxii] LIVERANI, Op. Cit., p. 644.

[xxiii] Ibídem, p. 640.

[xxiv] Ibídem, p. 646.

[xxv] MANN, Op. Cit., p. 345.

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