Bicentenario de la Independencia: una mirada de clase
El Bicentenario de la Independencia marcará por estos días una agenda de intenso debate histórico y político. Es un momento adecuado para formular un balance sobre los 200 años de la hegemonía de la burguesía nacional, una clase que por aquellos años batallaba por construir su propio espacio de acumulación. En el presente artículo intentaremos vislumbrar en qué consistió la Declaración de la Independencia, así como procuraremos comprender su contexto histórico y los intereses de clase ocultos tras el Congreso.
El Congreso según los historiadores
En primer lugar, ¿qué fue el Congreso y qué importancia tuvo? Esta pregunta que parece tan simple, en realidad es motivo de fuertes discusiones. El sentido común dirá que la función del Congreso fue declarar la Independencia de la Argentina, suponiendo la existencia de un mapa similar al del siglo XX y de un Estado nacional más o menos consolidado. Sin embargo, hace ya unos años, como resultado de una reacción en el plano historiográfico, la autodenominada “renovación historiográfica” comenzó a colocar en el centro de la escena el problema de las “identidades” y los “discursos” en la década revolucionaria. ¿Qué se concluyó? La ausencia de una nacionalidad argentina preexistente al derrumbe de la monarquía, y por lo tanto, de una comunidad nacional que constituyera la base de un nuevo Estado:
“Lo que traducen estos textos es la decisión de constituir la nueva Nación, sin invocar ninguna Nación o nacionalidad preexistente. Lo preexistente son esas provincias, a veces denominados “Pueblos”, que conocían sí, otro tipo de antecedente nacional, el de la nación española. Estamos, entonces, ante un uso del vocablo nación como “sujeto de imputación de la soberanía”, pero no como denotando la existencia previa de una nacionalidad, de una Nación como entidad histórico-cultural.” (Chiaramonte, 1989: 83).
Detrás de esta idea se esconden dos problemas: en primer lugar, la validez implícita del supuesto culturalista en el que una nación surge a partir de la voluntad de un grupo con rasgos culturales comunes. En segundo lugar, la caracterización negativa del proceso revolucionario. En efecto, para estos historiadores, la Revolución no fue un proceso de transformaciones guiado por intereses de clase concretos. En su lugar, diversos grupos facciosos –es decir, grupos sin diferencias programáticas sustanciales- se amoldaban ante un “vacío de poder”, adaptándose a las nuevas oportunidades, y amparándose en una serie de cambios de la “legitimidad” discursiva del poder político (Halperin Donghi, 1972; Chiaramonte, 1989; Goldman; 2005). Por otra parte, la guerra independentista era un acto irracional: como señala Halperin Donghi, se había vuelto una “lucha por la supervivencia” en un contexto de barbarización (Halperin Donghi, 1972: 239). Entendido de este modo, el Congreso parece ser un espacio especialmente destinado a discutir sobre las “bases legítimas” de un poder político. Ello equivale a sobreestimar discusiones abstractas, fuera de los verdaderos problemas.
En otra vereda, gran parte del revisionismo y la izquierda argentina consideran que las políticas del Congreso fueron profundamente antinacionales. Un claro ejemplo fue Rodolfo Puigróss:
“Por más que el acta de Independencia firmada en Tucumán el 9 de julio de 1816 y la fórmula del juramento de la misma se refirieran a las Provincias Unidas en Sudamérica, es evidente que ese momento histórico marca el abandono por el gobierno de Buenos Aires del proyecto de unir a todo el continente o, por lo menos, a las partes del que fuera el Virreinato del Río de la Plata. Desde entonces, en adelante, se invirtió el proceso iniciado por la Revolución de Mayo. A través de la Junta Grande, de los Triunviratos y del Directorio, la política de expansión revolucionaria de la Primera Junta se había ido diluyendo hasta desembocar en su contraria” (Puiggrós, 1972: 353)
Así, mientras los congresales declaraban la independencia, la diplomacia ofrecía el trono al mejor postor europeo y entregaba la Banda Oriental a Portugal. Difícilmente pudieran entonces explicar el esfuerzo financiero puesto en los ejércitos “libertadores”, ni las tácticas diplomáticas exhibidas. Por último, suponían mayores potencialidades para la nación en términos territoriales, más allá de las condiciones materiales que impedían una unidad como la pretendida. Es decir, si la burguesía lo hubiera querido, el capitalismo argentino tendría una magnitud símil a su par norteamericano. Su falta de voluntad, en cambio, la habría condenado a la dominación extranjera.
Una explicación de clase
Para medir correctamente la importancia del Congreso de Tucumán y la Declaración de Independencia es preciso partir de una caracterización de clase del proceso. En efecto, el Congreso no acabó con ninguna Revolución ni fue un espacio para discutir nociones abstractas. Muy por el contrario, el problema básico fue la reorganización de las tareas revolucionarias en una coyuntura apremiante. Ahora bien, ¿qué tipo de Revolución había que rescatar? Una revolución burguesa, es decir, una revolución llevada adelante por una burguesía organizada con intereses últimos de crear una nación capitalista. En efecto, la nación es una construcción burguesa, diseñada a su medida y para sus intereses: es un proceso largo de delimitación de un espacio donde una burguesía hegemoniza un conjunto de relaciones sociales. La magnitud de dicho espacio no depende meramente de la “voluntad” sino de una compleja articulación entre posibilidades materiales, guerra y política. El análisis de los hechos que nos atañen nos permitirá ver que, lejos de una postura derrotista y “entreguista”, la burguesía nacional hizo todo lo que estuvo al alcance de su mano para comenzar a crear un espacio propio.
¿Cuál era el contexto del llamado al Congreso? El retorno de Fernando VII al poder de España (mayo de 1814), la derrota napoleónica (julio de 1815) y la configuración de la Santa Alianza (septiembre de 1815) supuso un grave peligro para la Revolución en el Río de la Plata. A fines de 1814, una expedición partía a cargo de Pablo Morillo con destino de la plaza de Montevideo. La transitoria recuperación de la Banda Oriental, sin embargo, desvió a Morillo hacia Cartagena. En noviembre de 1815, el Ejército del Norte era derrotado en Sipe-Sipe. Buenos Aires resistía tambaleante. Hasta el Pronunciamiento de Riego de enero de 1820, la posibilidad de una expedición realista en el Río de la Plata continuaba vigente.
Por el flanco oriental, el artiguismo representaba un rival fuerte por la dirección regional de la revolución. En efecto, la burguesía porteña y la burguesía oriental competían por la hegemonía del proceso. Ambas tenían algo en común: su carácter burgués. Sin embargo, para 1816, Artigas dirigía el Sistema de Los Pueblos Libres. En abril provocó el derrumbe del Directorio de Álvarez Thomas. Asimismo, la presencia portuguesa al otro lado de la Banda Oriental constituía una variable sumamente compleja. Siempre en un juego de tensión y posible invasión de los ejércitos lusitanos, quien moviera sus piezas con mayor habilidad neutralizaría de modo más efectivo al rival. El propio Artigas iniciaría gestiones el 4 de noviembre de 1814 con Souza, pidiendo auxilio para combatir a los porteños, dato usualmente olvidado por sus defensores (Archivo Artigas, XVIII: 64-73). También lo haría Buenos Aires, por supuesto. En definitiva, la resolución de esta competencia suponía más guerra y diplomacia.
La Declaración de Independencia del 9 de julio de 1816 y la sanción de una Constitución en 1819 –finalmente rechazada-, fueron entonces parte de las tareas que la burguesía rioplatense –en alianza con los gobiernos del Interior- debió llevar a cabo si tenía intención de continuar con sus pretensiones revolucionarias. En efecto, el Congreso debía desenmascarar su táctica ante el mundo: la Revolución ya no podía proclamarse fiel a Fernando, sino constitutiva de una nueva entidad política. De este modo, la Declaración de Independencia tuvo la virtud de haber proclamado ante el mundo la intención de delimitar un espacio nacional por parte de la burguesía rioplatense. A través de ella, la burguesía manifestaba su pretensión de explotar a sus peones y esclavos, de la forma más autónoma posible y sin intervención de burguesías extranjeras.
Por otra parte el carácter de clase del Congreso quedaba evidenciado incluso por su composición social. ¿Quiénes votaban allí?