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Omer Freixa

Martín Miguel de Güemes, el héroe olvidado

El 17 de junio, sancionado feriado nacional anual en la Argentina para rendir honores al caudillo salteño Martín Miguel de Güemes, se presta como una ocasión para reflexionar sobre ciertos elementos constitutivos de la Argentina, en relación a su negada prosapia afrodescendiente. La denominada “guerra gaucha” que emprendió Güemes es un aliciente para repensar ese tema.

En Argentina una interpretación costumbrista explica que los negros desaparecieron y, en consecuencia, no han dejado legado perceptible en el presente. Se vincula su presencia al pasado colonial. Sin embargo, alejándonos de explicaciones que beben del sentido común y racistas, es necesario revisar la constitución e identidad del pueblo argentino para remarcar lo que se ha llamado “la tercera raíz”, la afro. Como en el resto de América, también en Argentina la constitución demográfica de la población presenta una raíz tripartita (europea, originaria y africana), pese a que el discurso histórico y científico descubriera en la incipiente nación, a fines del siglo XIX, un genuino orgullo blanco. Pero la orgullosa guerra gaucha que emprendió Güemes en su provincia natal, Salta, otorga más elementos de prueba para combatir una versión histórica excluyente de la presencia y participación de los afrodescendientes en la Argentina.


Salta combativa

La historia abordó la cuestión esclava y afromestiza a finales de la colonia en el Virreinato del Río de la Plata (1776-1810), pero en períodos posteriores el aporte historiográfico ha sido insuficiente. De modo que no hay que perder de vista que en Salta, como en otras regiones del Virreinato, la población negra y afromestiza era abundante, elevándose a casi la mitad de su composición en dicha provincia. Tampoco hay que perder de vista el aporte negro en la contribución en las guerras por la emancipación hispanoamericana. En efecto, la población afro formó en parte las Milicias Regladas salteñas, creadas en 1805. Hasta 1810 la participación de la población en los ejércitos patrios en general no había sido entusiasta ni masiva, pero ello cambió con la organización salteña que impuso Güemes entre 1814 y 1821, cuando, desde el primer momento, reorganizó las milicias reconvertidas en Escuadrones de Gauchos. Gracias a la intervención del caudillo salteño, la palabra gaucho, siempre muestra de denostación por el tipo social marginal al que refirió, de delincuente, pasó a ser considerada una marca de orgullo en determinados espacios, un patriota nativo.


Muchos antiguos esclavos, con promesa de libertad, fueron incorporados a las filas de los ejércitos patrios, mientras otros fueron confiscados a las armas realistas. Como sea, esa proveniencia invisibilizó su activa participación en el proceso revolucionario. En pleno proceso de insurrección social en Salta, la resistencia contra la ocupación española en la frontera norte del antiguo Virreinato determinó que algunos esclavos se incorporaran voluntariamente a los Escuadrones de Gauchos, mientras otros fueron entregados por sus amos o confiscados a los realistas, y todos resultaron integrados como milicianos o soldados a las fuerzas de Güemes.


Para 1814 el contexto de la lucha revolucionaria no era prometedor. Chile se había perdido ese año y las fuerzas realistas fueron reconquistando otros vastos territorios de la América hispana. El único enclave libre era el futuro territorio argentino, el Paraguay y no mucho más.


Se temía un avance realista desde el norte, proveniente del bastión principal, el Virreinato del Perú como del más cercano y complicado Alto Perú (hoy Bolivia) para reconquistar todos los territorios de Fernando VII. Así fue como la ocupación realista de la ciudad de Salta se dio en 1814 y fue resistida por una mayoría negra y mulata en un proceso que para algunos de sus individuos representó la posibilidad del ascenso social. También las huestes del líder salteño debieron soportar, además del ejército realista, la presión y el combate directo con el poder central porteño, a las órdenes del Director Supremo, el General José Rondeau, tropas a las que los gauchos de Güemes derrotaron en 1815. La guerra, en general en todo el proceso independentista en Hispanoamérica ofreció para algunos actores la posibilidad de ascender socialmente, pero también dentro de ciertos límites. Por caso, algunos jefes de milicias locales aprovecharon la coyuntura inaugurada para progresar, alcanzar reconocimiento social y una cuota de poder negada por el régimen colonial.


La llegada al poder en Buenos Aires de Rondeau, en reemplazo del aliado de Güemes, Juan Martín de Pueyrredón, propició el avance de una conspiración contra el líder salteño, acompañada de la destitución de su cargo de Gobernador provincial y la declaración como “traidor”, tan cara al historial de conflictos civiles del pasado argentino. Dentro del plan urdido, entre otros varios oficiales partícipes, a Vicente Panana, un afromestizo que había combatido a las órdenes de Güemes y fuera castigado por éste por ciertas faltas no bien precisadas con el destierro, le correspondió encargarse del asesinato de su superior, ocasión que llegó en diciembre de 1819. Sin embargo, Güemes detuvo a Panana cuchillo en mano, y este último logró escapar. De todos los conspiradores, solo uno fue sentenciado a muerte. Todo ello plantea la idea de que el líder gaucho, pese a ser visto como un caudillo popular, tuvo dificultades en afianzar la fidelidad de algunos de sus allegados en el marco de una lucha sostenida por alcanzar prestigio y poder político. Como se sabe, el homenajeado hoy encontró la muerte año y medio más tarde combatiendo contra las tropas realistas que incursionaron una vez más sobre territorio salteño, jaqueado por divisiones internas.


Güemes fue capaz de crear entre los suyos, muchos de éstos afrodescendientes, una red de poder y una identidad militar que borró las diferencias étnicas y sociales al focalizar al enemigo en el bando realista, impulsando aspiraciones diversas, como la libertad de los esclavos y el ideal patriótico, si bien pudieran darse distintas interpretaciones entre los combatientes y las filas dirigentes por el alcance de dichas proclamas. Lo que sí está fuera de discusión es que la inclusión de negros y mulatos en los ejércitos que guerrearon durante la emancipación hispanoamericana fue controlada y diferenciada, puesto que la élite siempre les temió. A partir de ese miedo, por ende, la aristocracia salteña se atemorizó respecto de los apoyos populares de Güemes y prestó apoyo a sus enemigos. En cierta forma, ese temor guarda parentesco con el discurso que se escucha en la actualidad sobre lo “negro” en Argentina, de miedo al diferente, aunque la categorización peyorativa ya no radique como en el pasado en una cuestión racial y/o fenotípica sino en un marcador netamente socioeconómico, vinculado principalmente a la pobreza y la marginalidad, no casualmente en un país que niega su afrodescendencia, olvida que algunos ilustres protagonistas del pasado tuvieron sangre africana en sus venas (como presumiblemente Güemes) y en un país en que actualmente el 5% de la población tiene origen afro.



Peso histórico


Güemes, defendido por unos y vilipendiado por otros, no ingresó a la Galería de celebridades argentinas (1857) de Bartolomé Mitre, padre de la historia académica. El también periodista y ex presidente se excusó por esa ausencia, aunque, a diferencia de la mayoría de caudillos, vio en el salteño a un héroe de la independencia que protegió la frontera norte valientemente. Sin embargo, no le pudo perdonar su enemistad con Buenos Aires y que se cosechara el apoyo gaucho. Es clara la exclusión del homenajeado hoy, Mitre, claro exponente de la visión porteña, construyó una galería donde desfilaron personajes unitarios como Bernardino Rivadavia y Martín García, entre otros. En general y para muchos otros pensadores del siglo XIX, como Domingo Sarmiento, indefectiblemente el término caudillo era casi un insulto, simbolizando la barbarie en su puja con la civilización. Mitre no se alejó demasiado de este parecer.


Güemes contó con la estima y admiración de sus contemporáneos, los próceres José de San Martín y Manuel Belgrano (presentes en la galería mitrista). En el plano militar, en un momento se previó el avance conjunto de las fuerzas de los tres líderes hacia el Alto Perú, aunque dicho plan no se diera por la coyuntura del momento.


Si bien el desenlace del líder de la guerra gaucha fue trágico bajo el contexto de una provincia exhausta tras años de guerra revolucionaria, su gesta fue un dique de contención ante la invasión realista y, finalmente, resulta necesario revalidar la importancia de su accionar a efectos de demostrar que la composición mayoritaria de sus combatientes indicó fuerte predominio de prosapia africana y que, tras el deceso del caudillo, sus huestes continuaron la guerra y expulsaron al invasor de Salta. El gaucho lleva en su gen la raíz tripartita antes referida. Entonces, la presencia afro abundante es un dato insoslayable pero eludido o relegado a un muy último plano por la historiografía en consonancia con la visión de un país orgullosamente blanco tan defendida aun hoy.

Omer Freixa

Bibliografía consultada:

* DE GANDÍA, Enrique: Historia política argentina. Bs. As., Claridad, 1988, Tomo VII, Caps. XII, XIII, XIV, XVII y XIX, pp. 249-269; 271-287; 289-299; 327-341; 357-368.

* MATA, Sara E. “Negros y esclavos en la guerra por la independencia. Salta 1810-1821”, en MALLO, S. - TELESCA, I.: “Negros de la Patria”. Los afrodescendientes en las luchas por la independencia en el antiguo Virreinato del Río de la Plata. Bs. As., Editorial SB, 2010, pp. 131-147.

* SHUMWAY, Nicolás: La invención de la Argentina: historia de una idea. Bs. As. Emecé, 2005, Cap. 8, pp. 207-231.

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