Bélgica en el Congo: Horror Silenciado
Hoy es la capital mundial de la violación, donde una mujer es violada por minuto. La República Democrática del Congo, asolada por un conflicto pronto a cumplir los 20 años, es víctima paradójicamente de su virtud, ser una mina de recursos naturales, en donde sobresale el tan preciado coltán, necesario y tan requerido para la fabricación de teléfonos móviles en el mundo. Se trata de un conflicto silenciado que ha cobrado con seguridad más de 3 millones de víctimas en los últimos 15 años. Pero entre fines del siglo XIX y principios del pasado, otro horror tuvo lugar en ese territorio tan castigado.
Un monarca excéntrico
Desde los primeros contactos con europeos, la Trata esclavista se fue asentando como negocio lucrativo y los congoleños fueron una de las tantas víctimas. En el siglo XVII, 15.000 esclavos eran embarcados hacia América por año, desde el Reino del Kongo, el primer contacto portugués con una estructura política africana sólida. Pero lo que sigue tuvo un responsable, un hombre, un aristócrata de fines del siglo XIX.
De todas las barbaridades del siglo XX, poco se habla de la ocurrida en el “corazón de las tinieblas” como apodara al Congo el famoso escritor de origen polaco Joseph Conrad (Konrad Korzeniowski). En la historia este territorio representa un caso insólito al ser la única colonia adjudicada al monarca belga Leopoldo II, no a su Corona, una colonia sin metrópoli. Se trató del Estado Independiente del Congo (EIC, 1885-1908), propiedad de una figura para la época reconocida y admirada en toda Europa como un filántropo. Sin embargo, bajo la fachada de un carácter humanista, fue posible el horror, un régimen de explotación que en un territorio 76 veces más grande que Bélgica, entre 1880 y 1920, se estima que diezmó la población en unas 10 millones de personas, la mitad del total.
El monarca belga fue quien más se benefició de las riquezas de su feudo, principalmente el marfil, en un primer momento, y más tarde el caucho, período de explotación más letal que el precedente, desde finales de la década de 1890. Lo paradójico es que el rey nunca vio el terror en directo porque jamás puso un pie en su único territorio de ultramar.
Para el soberano, ese territorio, desconocido en el terreno, era el producto de su imaginación, un país fascinante y salvaje, cuando en realidad se trató de un área devastada por su desmedida ambición. Pero la imagen que exportó a Bruselas, en 1897, en ocasión de una feria mundial, fue la idílica, al exhibir 267 congoleños en un zoológico humano. En general, Leopoldo II se mostró ávido de excentricismo, una característica que le terminaría costando caro. La arquitectura en Bruselas refleja el fausto de esa época, pero no hay indicio monumental alguno de la barbaridad del Congo. Asimismo, Leopoldo II al final ordenó destruir los archivos del EIC. Pero, y por el momento, poco se conocía en Europa del régimen del terror instaurado hacía unos años.
Ambición sin escrúpulos
Leopoldo II devino tal a la muerte de su padre, en 1865, cuando heredó el trono. En sus planes, tener colonias debía ser símbolo de prestigio del monarca y de su Nación, aunque sus compatriotas no compartieran tal parecer. Desde joven el futuro monarca comenzó a explorar territorios para proyectar la ampliación de su futuro dominio. Por ejemplo, en Egipto intentó comprar algunos lagos del delta y reclamarlos como colonias. También pensó en la provincia argentina de Entre Ríos y la isla Martín García en el Río de la Plata, entre otros sitios. Aunque pronto comenzó a ver en África un objetivo interesante y, a mediados de la década de 1870, dominado mayormente por soberanos locales, aunque eso cambiaría pronto.
En septiembre de 1876, para justificar su imagen de filántropo y a la vez avanzar con las intenciones imperiales sobre África, Leopoldo II organizó una conferencia de exploradores y geógrafos, en Bruselas, bajo auspicio de la recién fundada Sociedad Real Geográfica. En el marco de la conferencia se fundó la Asociación Internacional Africana y resultó electo el monarca anfitrión como su presidente, por unanimidad. Leopoldo tuvo en esta estructura de corte filantrópica un amplio margen de maniobra bajo aparentes intenciones “humanistas”. El belga no quería quedarse fuera del “Scramble for Africa”, la lucha por el reparto de África que acababa de comenzar. Continuando su derrotero filantrópico, creó la Asociación Internacional del Congo, la que fue ampliamente avalada, por caso, con ingentes aportes monetarios de terceros.
La anexión del Congo en el terreno no hubiera sido posible sin la acción de un brillante explorador británico, Henry Morton Stanley, a quien Leopoldo contrató por un jugosísimo sueldo. Stanley operó cinco años en el Congo, hasta 1884, firmando acuerdos con jefes locales para incorporar sus tierras al dominio del rey.
Dos motivos fuertes propiciaron el avance europeo sobre África. Uno fue explorar su geografía, casi desconocida al interior en las postrimerías del siglo XIX. El otro fue de corte filantrópico, la lucha contra la Trata esclavista árabe. Al respecto, Henry Sanford, un norteamericano, fue otro leal al rey belga que pregonó la necesidad de que la influencia civilizadora del monarca belga limpiase África central de los traficantes de esclavos árabes. Estados Unidos fue el primer país en reconocer el reclamo soberano del monarca en el “corazón de las tinieblas” y más tarde se sumó el reconocimiento del Imperio Alemán. Bajo el auspicio del Canciller Bismarck se llevó a cabo la Confrencia de Berlín (1884-85) en donde Leopoldo II, sin estar Bélgica presente puesto que a su monarca lo representó la Asociación Internacional del Congo, resultó sin dudas el más beneficiado sin haber participado en forma directa. En efecto, Leopoldo II fue aclamado por todos los participantes.
Desde que tomó posesión del cargo, el 29 de mayo de 1885 cuando se creó el EIC, el poder de Leopoldo II en Congo fue absoluto y mucho mayor que en Bélgica. A los 50 años cumplió el sueño de tener la colonia que siempre había deseado. Leopoldo hizo lo que quiso, declaró toda la tierra vacante propiedad del Estado y concesionó el territorio a compañías privadas para conformar un régimen de explotación feroz. Si bien Leopoldo se jactó de ser un abanderado de la causa anti-esclavista, sin embargo, muchos de los trabajadores congoleños estuvieron atados a una forma laboral casi igual a la esclavitud. Se hizo famoso el chicotte, un látigo de piel de hipopótamo que dejaba heridas permanentes y muchos azotes podían provocar la muerte. El trabajo forzado constituyó una institución económica colonial generalizada, que luego copiaron otros regímenes europeos en África con resultados también funestos.
El caucho al finalizar la década de 1890 se tornó el mayor ingreso del Congo. Para conseguirlo, hombres, mujeres y niños fueron secuestrados, una práctica no reconocida como política oficial, y obligados a trabajar arduamente. Si un hombre resistía la orden de recolectar caucho, eso podía implicar el asesinato de su esposa. El catálogo de atrocidades puede continuar. En definitiva, al cambiar el siglo la posesión del rey belga se había convertido en el territorio más rentable de África y el costo humano comenzaba a ser inocultable.
Voces críticas y avanzada internacional
Si algo tuvo la era victoriana es que fue prolífica en cuanto a producción de cartas y diarios. En este material fue donde comenzaron a aparecer las denuncias del horror consumado en Congo, pero prácticamente sin presencia de voces africanas. Varios personajes denunciaron a lo largo del tiempo las atrocidades cometidas en el Congo, algunos con más y otros con menor éxito. Un caso relevante fue el del afroamericano George Washington Williams, autor del primer documento en contra de la política en el Congo, la Carta Abierta, que anticipó las denuncias que luego serían una proclama de la cruzada internacional contra Leopoldo II. Su autor señaló que el monarca era culpable de “crímenes contra la humanidad” pero el monarca contraatacó con propaganda. Esto último explica, entre otros motivos por qué fue posible ocultar un horror equiparable a un Holocausto, si bien el móvil fue meramente económico.
Los que adquirieron renombre y mejor contribuyeron para dar a conocer el régimen de terror de Leopoldo II fueron Edmund Morel y Roger Casement, ambos agentes de la compañía transportista Elder Dempster que operaba en el Congo. El primero lideró la cruzada contra el rey y generó más de 20.000 cartas sobre el tema. Leopoldo, para Morel, era la encarnación del demonio en la Tierra. La cólera abanderó su causa y su eficacia lo condujo a ser propuesto al Premio Nobel de la Paz por Gran Bretaña.
Casement se desempeñó como cónsul británico en Congo y desde esa posición reforzó su parecer sobre el trato cruel dispensado a los lugareños, de lo cual informó al Servicio Diplomático y a agentes del EIC. En 1903 volvió a Inglaterra para redactar un reporte publicado al año siguiente. Gracias a la energía de este irlandés, Morel fundó la Asociación para la Reforma del Congo. El reporte de Casement, con el aval de Morel, alcanzó conocimiento público en el mundo gracias a la difusión de la prensa internacional. Desde aquella publicación los ataques se incrementaron pero Leopoldo también respondió desde medios periodísticos aliados… o sobornados.
Algunas investigaciones más propiciaron la formación de una nueva Comisión de Investigación que recopiló 370 testimonios y cuyo resultado acorraló más al rey. Un reporte de 150 páginas volvió a repetir la crítica formulada por Morel y Casement, pero con mucha más difusión, al punto que en las postrimerías de 1905 se adoptó en forma multilateral una resolución condenatoria del Estado Libre entendiéndolo como la reaparición de la trata esclavista africana. Leopoldo II estaba furioso pero, conciente de los problemas derivados de la denuncia a nivel internacional, consideró que era momento de ceder su colonia, a Bélgica.
Por inconvenientes varios la transferencia no se dio hasta marzo de 1908, momento en que la Corona adquirió Congo pero no antes sin hacerse cargo de 110 millones de francos en concepto de deudas de época leopoldina y, lo más irónico, el rey recibió 50 millones más en señal de “gratitud por sus grandes sacrificios realizados en Congo”. Al año siguiente Leopoldo falleció y a esa altura, gracias a Morel y su séquito, la Bélgica de Leopoldo fue conocida no por sus imponentes monumentos sino por la colección de manos cortadas. Lo que más golpeó la popularidad del rey fue que el ingreso proveniente de la única posesión no financió la nación sino que se destinó a los gastos del amor de su vida, Carolina, y a financiar grandes proyectos arquitectónicos reales, así como a tener inversiones fuera del reino. Un detalle no menor: cuando nació su segundo hijo, producto de la unión con esa joven casi 50 años menor que él, la mano del recién nacido estaba deforme, lo que alentó una caricatura en referencia a la falta de manos de las víctimas congoleñas de uno de los regímenes más depredadores no solo de África, sino del mundo.
Omer Freixa.