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Pablo Javier Coronel

Los Campos Invisibles


Auschwitz (1941)

La pregunta ha estado flotando desde el final de la segunda guerra mundial en los innumerables juicios a los responsables de los campos de exterminio. La pregunta se deriva en otras preguntas sucesivas e interminables, pero era la madre de todas las preguntas: “¿Los alemanes sabían?”. Como decíamos, si no sabían ¿eran inocentes? Y si sabían, ¿Eran culpables? Aún más, ¿Se puede enjuiciar y condenar a un pueblo entero? ¿Conviene mejor una amnistía? ¿Y las victimas? ¿Y los cómplices? El debate está abierto y lo mejor es poner en juego todas estas preguntas a 70 años del fin de los juicios de Núremberg en 1946.


En primer lugar, debemos conocer quiénes estaban recluidos en los campos de concentración. La llegada del nazismo al poder en 1933 comenzó con un proceso de persecución política, social y racista. Sus primeras víctimas fueron comunistas y socialistas, perseguidos por su internacionalismo y su conciencia de clase contra el concepto homogeneizador de la nación alemana (el espíritu de la Volksgemeinschaft). Luego se fue por todos aquellos sectores sociales “inútiles” para la sociedad y que “enfermaban” el cuerpo social: los llamados, vagos, pordioseros, gitanos, mendigos, inválidos, etc. En último lugar, como derivación de las ideas expandidas por el nazismo sobre la superioridad de razas y de darwinismo social, se fue por todas las “razas inferiores”: polacos, judíos, eslavos, entre otros que entraban en estas categorías.


Las persecuciones a estos grupos sociales eran generales, la gran mayoría de los alemanes que adhirieron al régimen participaron en estas. Aun así, se podría argumentar que un ciudadano alemán podía desconocer el destino de un vecino comunista o un comerciante judío, pero ¿Por qué pensamos que no era así? Los grupos sociales que pasaban a ser recluidos en campos de concentración no eran directamente sometidos a cámaras de gas e incinerados, tampoco permanecían necesariamente recluidos allí fuera de la vista de todos como comúnmente se piensa hoy en día. La convivencia con la población recluida en los campos era cotidiana para la población libre.


Consta en los registros que a partir de 1941 que las grandes empresas alemanas solicitaron a la cúpula de los campos, mano de obra barata que se pagaba directamente a las SS. La primera en solicitar parece haber sido la industria aeronáutica, cuando a finales del otoño 1941 Heinkel empezó a utilizar a los prisioneros de Oranienburg; a comienzos de 1943 la empresa tenía a su servicio más de cuatro mil prisioneros. Otras empresas aeronáuticas famosas, como Junkers y Messerschmitt, siguieron el ejemplo de Heinkel en el mismo año.

IG Farben, el mayor consorcio industrial de Europa y el cuarto más grande del mundo, participo también en la explotación de los prisioneros de los campos de concentración. Era un gigante de la química y, entre otras cosas, fabricaba goma sintética y combustible.


IG Farben

En la primavera de 1941, a raíz del acuerdo entre IG Farben y las SS, se acelero la tendencia del uso de mano de obra esclava y muchas empresas de renombre como Siemens, van a colaborar con la esclavitud y el asesinato de los prisioneros de los campos de concentración. Durante la época nazi, Siemens era el consorcio eléctrico más grande y más poderoso de Europa, y aunque no fue de ella quien partió la idea de utilizar obreros como mano de obra, a comienzos de 1940, la primera vez que se le ofreció semejante posibilidad, la compañía no dudo en aceptar y enseguida integro en el proceso de producción a muchas mujeres judeo-alemanas integradas en el campo de Revensbruck.


En la primavera de 1943, el gran objetivo de Volkswagen era convertirse en el principal productor de la bomba voladora, y ansiaba beneficiarse de la mano de obra barata y construir un campo de concentración en Laagberg, a poco más de tres kilómetros de la planta principal de VW en Wolsfburg.


Desde los primeros momentos del Tercer Reich, la Bayerische Motoren Werke (BMW) había venido beneficiándose de la expansión de la industria del automóvil, entre otras cosas porque intervino en la producción de motores para aviones. A partir de 1940-1941, tras la llamada a las filas de la Wehrmach de muchos obreros alemanes y la expansión de la BMW, aumento extraordinariamente el número de puestos vacantes, la mayoría de los cuales fueron ocupados por prisioneros de guerra rusos, franceses y holandeses, así como por reclusos de los campos de concentración.


Por otro lado, el estado hacia uso de la población de los campos para la limpieza de los espacios públicos, la construcción de obra pública como en el caso del túnel de Treis, etc. Además, el número de campos y subcampos fue en aumento. Solo en la ciudad de Múnich había unos 40 subcampos y otros 10 en municipios cercanos. Los campos de concentración eran una realidad y estaban a la vista de todos los civiles.


De esta forma, vemos que la presencia de la población de los campos era constante y cotidiana para la población libre. Desconocer o ignorar la realidad de los campos de concentración es realmente inadmisible para la sociedad alemana. Fueron en su mayoría cómplices por acción o por omisión de la realidad de la Alemania Nazi. La justicia es un hecho social, los delitos son delitos, no porque la justicia (como institución) lo dictamine, sino porque la sociedad los juzga y los condena. La justicia es ejemplificadora, para eso sirve, para no repetir errores. Este artículo, nos remite entonces a una de las preguntas enunciadas al inicio: ¿Se puede enjuiciar y condenar a un pueblo entero? La respuesta la tiene usted estimado lector.

Pablo Javier Coronel.

Bibliografía Utilizada:

-Gellately, “No sólo Hitler. La Alemania nazi entre la coacción y el consenso”, Barcelona, Crítica, 2002.

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