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Omer Freixa

Etiopía, orgullo africano


Quizá a un observador que contemple los estereotipos distorsionados que se transmiten sobre África contemporánea pueda resultarle extraño pensar que en el siglo XIV varios de los Estados africanos tenían igual o incluso mayor nivel de desarrollo que sus pares europeos. No obstante, a partir del siglo XVI, la balanza fue inclinándose más en favor del lado europeo. La Trata Atlántica (siglos XVI-XVIII) degradó sobremanera al continente africano y lo debilitó, cambiando las reglas del juego, de la mano de Estados soberanos mucho más humildes que los precedentes y que, principalmente, cumplieron con las exigencias de la demanda europea en lo concerniente a la captura y abastecimiento de locales esclavizados con destino a América.


Pero durante el siglo XIX la soberanía en manos africanas fue paulatinamente decreciendo. Algunas metrópolis coloniales fueron adquiriendo a la fuerza territorios en África (como tempranamente los franceses en Argelia -1830-) y, al finalizar la centuria en cuestión, todo el territorio continental había sido repartido (al menos en el mapa) tras los acuerdos resultantes de la Conferencia de Berlín (1884-1885). Solo dos países quedaron ajenos a las vicisitudes del imperialismo: Etiopía, un orgulloso reino que mostraba sus credenciales desde los tiempos bíblicos. La otra entidad, mucho menor en dimensión, Liberia, fue creada por una compañía norteamericana con aval estatal para repatriar a la Tierra madre a antiguos esclavos emancipados en suelo estadounidense, y desde 1847 era independiente.

Los casos de Etiopía y Liberia recuerdan que no toda África sucumbió a la garra imperialista y que, incluso en las zonas conquistadas por las distintas potencias metropolitanas, las resistencias fueron fuertes y el dominio europeo no se pudo establecer en varias regiones sino hasta años o décadas más tarde.


Como todas las metrópolis echaron los ojos en África, Etiopía (entonces Abisinia) supo rechazar el hostigamiento imperialista por medio de las armas. El negus negast (rey de reyes) Menelik II, en 1889, emperador abisinio, decidió fijar los límites de su Imperio para lo cual acordó con los italianos la entrega de lo que es hoy Eritrea, a cambio de asistencia y armas europeas. Sin embargo, la interpretación italiana del tratado quería hacer pasar a Abisinia como su protectorado. El negus protestó pero Italia se mantuvo firme hasta que cuatro años más tarde decidió revocar el tratado. El camino a un conflicto armado estuvo abierto y, a la par, ambos Estados comenzaron operaciones. En el caso italiano, el general Oreste Baratieri anexó la región abisinia de Tigré a Eritrea. Menelik respondió llamando a una gran movilización mediante la cual reunió un imponente ejército de 100.000 efectivos, para luchar en Adua.



Sorpresa italiana


Así fue como, gracias a Menelik, en una época en la cual lo europeo era considerado superior, la confianza era total y, a nivel militar, prácticamente se mostraba invencible, los italianos recibieron una dura lección que trastocó esas máximas en Adua.


Para la época fue una noticia que generó conmoción en Europa la derrota de un ejército colonizador. Si la probada inferioridad de los no europeos demostraba que era necesario civilizarlos, sin embargo, el caso etíope echó por la borda ese postulado. La derrota era una afrenta al honor italiano y a su reputación a nivel internacional. Africanos, considerados inferiores según las teorías evolucionistas en boga, habían derrotado a portadores de la “civilización”. Por último, la derrota italiana, dentro del tablero estratégico africano para las metrópolis europeas, preocupó a Gran Bretaña ante la posibilidad de un avance francés desde su pequeña posición de Djibouti que afectara el control británico en el área del Nilo.

El 1° de marzo de 1896 se cumplieron 120 años de la batalla de Adua, en una zona cercana donde hoy, con el mismo nombre, se erige la ciudad del norte etíope. El resultado de la contienda determinó que Italia, uno de los pretendientes europeos en el reparto de África, solo pudiera contentarse con algunos territorios africanos pero no Abisinia: Libia, despojada al decadente Imperio Otomano, la citada Eritrea (Estado en la actualidad vecino de Etiopía, del cual se emancipó, tras largo conflicto, en 1993) así como parte de la moderna Somalía. Por otra parte, el desenlace del conflicto ítalo-etíope garantizó la continuidad de la soberanía del Imperio etíope y reforzó su prestigio de mantenerse indemne al avance imperial, además de resultar reconocido por Italia y otros Estados europeos. Menelik, envalentonado por el triunfo, expandió las fronteras del Estado hasta el doble del territorio. Finalmente, convirtió a Etiopía en un actor más del reparto africano.

Si bien tropas europeas habían tenido bajas en diversos enfrentamientos con motivo de ampliar posiciones territoriales en puntos de Asia y África, las pérdidas del ejército italiano fueron muy visibles. Se estima la muerte y desaparición de 4.100 combatientes, mientras 2.000 fueron capturados, de un total de 8.500, además de 4.000 auxiliares eritreos sobre un total de 7.100. Las bajas del lado etíope fueron considerables (estimadas entre 4.000 y 7.000 hombres, más 10.000 heridos) pero, a diferencia del enemigo, su ejército se mantuvo compuesto, mientras los italianos abandonaron el campo de batalla en pequeños remanentes. Si Baratieri estuvo convencido de un triunfo debido a la superioridad de fuego frente a simples hordas bárbaras, su previsión se derrumbó estrepitosamente.



Revanchismo


De todos modos, Italia, desde 1935, tendría su revancha para su orgullo herido, cuando Benito Mussolini, tras una campaña militar no muy extensa, anexó Etiopía al nuevo Imperio romano que intentaba recrear, por espacio de un lustro (1936-1941), provocando el exilio del emperador Haile Selassie y un momento nefasto de ocupación fascista para la población local. Las reacciones en el mundo africano (y, en general, entre afrodescendientes) fueron de enérgico repudio a ese avance imperialista y fascista, y de solidaridad con los etíopes. Este triste hecho al menos tuvo el aliciente de visibilizar gestos de unión entre los africanos, reforzando el incipiente panafricanismo, doctrina que denunciaba los males del colonialismo y demandaba mejora de condiciones para los negros de todo el mundo. Por ello, por convertirse Etiopía en símbolo de la libertad y la resistencia africana (además de la devoción del movimiento rastafari y, en general, de la diáspora africana), el cuartel de la Organización de la Unidad Africana, cuerpo continental creado en mayo de 1963, tuvo su sede en Addis Ababa, capital del país otrora agredido e invadido por Italia, el único en no haber sido colonizado, pero que resistió y sufrió un breve interludio de ocupación. El 1° de marzo es una fecha de celebración global para todos los etíopes. Como sentenció Nelson Mandela, Etiopía es la cuna del nacionalismo africano.

Omer Freixa.

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