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Pablo Javier Coronel

Aumento de la Productividad y Clase Obrera

En el modo de producción capitalista, la persecución por ampliar los márgenes de ganancias lleva a la competencia con los demás productores dentro de un mismo mercado. Los cambios y avances tecnológicos en el proceso de producción buscan constantemente incrementar la productividad de la empresa. Pero este avance, conlleva a la degradación constante del factor trabajo, afectando mano de obra empleada, salarios, tiempos de trabajo, entre otros.


Uno de los determinantes necesarios para poder superar a la competencia es el control de la producción, arrebatando de manos del trabajador dicho proceso alienándolo cada vez más del producto, quitándole toda la variabilidad posible que el mismo pueda ejercer en el proceso productivo. Para ello surge la administración como si fuese una ciencia destinada a controlar los tiempos y ritmos de trabajo para poder generar mayor productividad.


Siguiendo a Braverman podemos ver como evolucionan estas nuevas concepciones empresariales. El autor realiza una reconstrucción histórica del proceso de trabajo que decanta en el modo de producción capitalista, identificando en primera instancia la proletarización de la mayor cantidad de seres humanos con el objetivo de crear trabajadores libres que al estar desposeídos de sus medios de producción acepten libremente las condiciones impuestas por el capital. En segunda instancia, entrando en el proceso de producción mismo, observa como particularidad la cada vez mayor división del trabajo. División que se observa en un marco general o social pero que se replica dentro del mismo proceso de producción, donde cada obrero realiza, cada vez, más operaciones especificas que lo llevan a disociarse cada vez más con el producto de su trabajo. Por último, Braverman, hace referencia a la Administración “Científica” de la producción. Punto nodal sobre el que me detendré un momento.


En su análisis, este ultimo autor, observa como la administración científica del proceso de trabajo alcanza su madurez en los escritos teóricos de Taylor. Su teoría descansaba sobre tres principios básicos: 1) la disociación del proceso de trabajo de la pericia de los obreros, es decir que el proceso de trabajo debe “mantenerse independiente del oficio, de la tradición y del conocimiento de los obreros. Lo que es más, no debe depender para nada de las capacidades de los obreros sino enteramente de las practicas de la gerencia”[1] para ello la gerencia debe reunir y desarrollar los conocimientos del proceso de trabajo; 2) concentración del conocimiento exclusivamente en la gerencia para asegurar el control y abaratar al obrero (cuando menos calificado, mejor): “la concepción y la ejecución deben funcionar como esferas separadas del trabajo y para ello, debe reservarse a la gerencia el estudio de los procesos del trabajo, manteniéndolos lejos de los obreros a quienes les son comunicados los resultados solamente bajo forma de tareas laborales simplificadas, regidas por instrucciones simplificadas, las cuales, como obligación, deben ser seguidas sin pensar u sin comprender el razonamiento o los datos técnicos que están bajo ellas”[2]; 3) monopolio del conocimiento para controlar cada paso del proceso del trabajo y su modo de ejecución.

En textos como los de Aglietta y Boyer, observamos que la base teórica de Taylor va a expandirse al calor de la producción automotriz con nuevos modelos concentrados en la aceleración de los ritmos de trabajo con la incorporación de ciertas tecnologías como la “revolución de la cinta transportadora” o el cronometraje de los tiempos de producción. Además se crea todo un sistema de premios y castigos que van a impulsar a la productividad como eje central de la producción.


Otro de los factores que aumentan la productividad es el cambio tecnológico y la innovación en el proceso de producción. En este sentido, es interesante seguir los planteos de Claudio Katz a este respecto y como la economía marxista interpreta esta cuestión. Se destaca que el cambio tecnológico es un “vehículo de los grandes desajustes”[3]. Como relata el autor, para Marx la plusvalía es el principal impulso para introducir cambios tecnológicos. La innovación sirve para incrementar la porción del trabajo no remunerado que es apropiada por la clase burguesa. Los capitalistas compiten a través del mejoramiento de la maquinaria y la reorganización del proceso de trabajo, para acrecentar la extracción de plusvalía. La generalización de las innovaciones abarata los medios de subsistencia, reduce los costos salariales y aumenta la porción de trabajo expropiado durante la jornada laboral. Se reduce el tiempo de trabajo necesario para la reproducción de la fuerza de trabajo, y se multiplica la plusvalía relativa.


En este sentido, la mayor incorporación de tecnología termina disminuyendo la cantidad de trabajo socialmente necesario para la producción de una mercancía, generando las grandes crisis que se analizan en la segunda consigna. En términos de Katz, “la consecuente elevación de la composición orgánica del capital reduce la tasa de beneficio. Esta disminución del trabajo vivo en comparación al trabajo muerto contrae relativamente la una fuente de creación de valor, que es el trabajo humano. El cambio tecnológico se introduce para incrementar el lucro pero termina provocando el decrecimiento de este beneficio”[4].

Por todo lo expuesto anteriormente, es fundamental observar en qué lugar se encuentra la clase obrera en este entramado. El voraz avance del capitalismo expresado en el necesario aumento de la productividad para competir con las demás empresas del mercado que ocupan y la constante búsqueda del aumento de la tasa de beneficio, condena al proletariado a la progresiva pauperización de su fuerza de trabajo acompañando los ritmos de expansión y contracción del capital, sin más alternativa que organizarse y luchar por la mejora de sus condiciones de vida.



Pablo Javier Coronel.

Bibliografía Utilizada:

[1] Braverman; Trabajo y Capital Monopolista, México, Nuestro Tiempo, 1987; pág. 139

[2] Ibídem; págs. 145

[3] Katz; “La concepción marxista del cambio tecnológico”, en Buenos Aires. Pensamiento Económico, n. 1, Bs.As., otoño de 1996; pág. 165

[4] Ibídem, págs. 173

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