Sobre la teoría del valor
El conocimiento económico, como toda ciencia social estudia fenómenos vivos y en movimiento, que se pueden conocer y resignificar muchas veces teniendo en cuenta el contexto sociohistórico especifico en el que se desarrolla cada autor. Es por eso que las preguntas y las interpretaciones se modifican reinterpretándose el objeto y las respuestas generadoras de conocimiento económico. Es por esto, que podemos encontrar dos vertientes interpretativas diferentes sobre el problema básico de la economía: el valor. Estas dos vertientes pueden dividirse en “perspectivas objetivas” y “perspectivas subjetivas”. Cada una de ellas encuentra el problema del valor resuelto en lugares diferentes del entramado económico. Mientras las primeras reconocen al trabajo humano como el único generador de valor, las segundas hacen foco en el mercado donde la oferta y la demanda de una mercancía se determina por la utilidad que puede representar dicha mercancía para suplir una necesidad especifica, generando un movimiento de tire y afloje que se nivela en un punto de equilibrio (lugar donde se podría reconocer el valor de un producto).
Como se expreso anteriormente, la perspectiva objetiva se aboca al estudio de la economía con la pregunta central de cómo es la generación del valor. Es importante destacar que los principales exponentes de esta perspectiva, observan los problemas económicos como netamente sociales en el sentido más amplio de la palabra. Buscan las respuestas observando fenómenos generales que conforman el sistema económico en su conjunto.
Los primeros en estudiar estos problemas fueron los pensadores de la llamada corriente de la “Economía Política”. Adam Smith y David Ricardo, entre otros, son sus máximos exponentes. El primero, realizó su investigación sobre la causa de la riqueza de las naciones, presentó variadas y solidas generalizaciones empíricas respecto a la división del trabajo y la acumulación del capital, una vigorosa critica del mercantilismo y un profundo análisis de los efectos de las diversas formas de tributación.
Ricardo se preocupo por establecer un principio unitario que sirviera para interpretar todos los fenómenos principales del sistema económico. Se preocupo particularmente por el problema de la distribución de la riqueza. En su exposición, el producto neto o renta adquirió precisamente el aspecto de una extorsión a las clases trabajadoras en beneficio de la clase pasiva de terratenientes. Éste fue un importante cambio de perspectiva. En su teoría del beneficio presento virtualmente una segunda especie de producto neto: el producto neto de la manufactura. Pero esta especie tenía características propias aunque perteneciera a un género igual y más amplio, según consideraba los ingresos de la burguesía (clase formada por acumuladores de capital industrial y pioneros del desarrollo industrial) su incremento constituía un conveniente elemento de progreso, mientras que la renta que alimentaba a una aristocracia pasiva reaccionaria, era una carga para el progreso. Ricardo fue por excelencia el profeta económico de la burguesía industrial. (Véase Dobb 1973)
La pregunta por el “valor” fue abordada observando el proceso de producción de los productos a vender. Siguiendo a Dobb se puede decir que, preocupados con las ideas de “ley natural”, los economistas políticos llegaron a concebir un “valor natural” o principio de equivalencia económica, que no era necesariamente sinónimo de los “valores del mercado” realmente alcanzados y que sólo se alcanzaría plenamente en el mercado cuando prevaleciera un “orden natural”. Se necesitaba encontrar una unidad de medida como en las demás ciencias y esa unidad parecía ser el valor. La confusión de los clásicos radicaba en confundir costo con valor. El costo real de una cosa consistía en el gasto necesario de trigo para financiar su producción, y era una consecuencia razonable suponer que esto constituía el “valor natural” de la mercancía. Pero en el momento que aparecían nuevas mercancías de subsistencias necesarias, que a su vez tienen su propio valor (carne, vestimenta, hogar, etc.) la pirámide parecía derrumbarse. Para resolver esto se busco entonces una transición entre el trigo necesario para alimentar a los trabajadores y el trabajo real como constitución del costo fundamental y base del “valor natural”. El trabajo fue esencialmente la acción creadora de toda producción, indispensable para transformar lo que ofrecía la naturaleza en lo que el hombre necesita en realidad. El costo real para una humanidad que se ganaba su vida trabajando consistía en la cantidad de trabajo que era necesario invertir; y parecía natural que las diversas mercancías fueran estimadas o valuadas en proporción al trabajo que requería su producción.
Ricardo quiso mostrar que en un “orden natural” las mercancías tendían a intercambiarse a su equivalente de trabajo. Lo hizo en el supuesto de que la competencia tendería a establecer un nivel único de salarios (para la misma calidad de trabajo) y un nivel único de beneficio a través de las diversas líneas de producción. En suma, su argumento equivalía a identificar el costo en dinero con el costo real: los precios del mercado serian proporcionales al costo en dinero (salarios), y los costos en dinero proporcionales al trabajo invertido.
Esta coincidencia del valor normal del mercado con el valor en trabajo era válida mientras el capital fijo representado en maquinaria y edificios, guardara la misma relación con el capital empleado en salario en todas las industrias. Pero esto evidentemente no era así: en la agricultura o en la fabricación de relojes la relación del trabajo respecto de la maquinaria está relativamente alta, y en la producción de fierro o de algodón relativamente baja. Si el trabajo constituye el costo real fundamental, entonces la equivalencia que el mercado expresa no es esta equivalencia más fundamental, sino que más bien los valores de mercado son iguales a los salarios más el tanto normal de ganancias sobre el capital empleado. (Dobb 1973, 26-27)
Una corriente posterior a Ricardo, trato de identificar que el “costo real” era igual a trabajo más abstinencia (entendida como la renuncia a consumir en el presente para ahorrar e invertir). El costo nominal y el precio eran iguales a salario más beneficio. Por lo tanto, los valores del mercado coincidirían con el costo real. Pero la cuestión que parecía estar dilucidada no lo estaba, porque el “costo real” no podía equipararse a la “abstinencia” en el mercado, no podía intercambiarse horas de trabajo por cantidades subjetivas de abstinencia (Por ejemplo: $1000 de abstinencia por 5hs de trabajo). De esta manera el concepto de abstinencia quedaba trunco, aunque sería la base subjetiva para el concepto de “utilidad” que veremos más adelante.
El paso superador de todas estas concepciones se concentra en el famoso libro de Marx “El Capital” donde realiza su crítica a la Economía Política. Los grandes hallazgos de Marx tienen que ver con la teoría del valor-trabajo y la teoría del plusvalor. Siguiendo a Mandel, podemos decir que el problema del valor consta de un aspecto cuantitativo y uno cualitativo. Desde el punto de vista cuantitativo, el valor de una mercancía es la cantidad de trabajo simple socialmente necesario para su producción. Desde su punto de vista cualitativo, el valor de la mercancía está determinado por el trabajo humano abstracto: las mercancías que se han producido a través del trabajo privado se vuelven conmensurables solo en tanto la sociedad abstrae del aspecto concreto y especifico de cada oficio individual privado o rama de la industria y nivela estas tareas como trabajo social abstracto, independientemente del valor de uso especifico de cada mercancía. (Mandel 1985, 36) Como vemos las magnitudes de análisis tienen que ver con el conjunto de la sociedad y no con individuos particulares en busca de saciar sus propias necesidades.
Marx no partió del concepto de orden natural como base del sistema capitalista, por ello, intento llegar a la raíz del problema tratando de identificar donde se generaba el valor. El trabajo en su sentido objetivo (gasto de energía humana) constituía el valor: esta es la valoración social que había que aplicar a las mercancías que eran fruto del trabajo. El valor no podía aparecer en el mercado, ya que en él se intercambiaban equivalentes. Su respuesta fue que aparecía de la particularidad de la fuerza de trabajo consistente en que es una mercancía que produce más mercancías de las consumidas para producir la fuerza de trabajo original. La fuerza de trabajo producía un valor mayor que su propio valor. El capitalista compraba trabajo al valor de este, y eso constituía para él el gasto primario de la producción. El valor de la fuerza de trabajo se determina por la cantidad de trabajo necesario para producirlo, es decir, por la subsistencia necesaria para mantener al obrero en capacidad de trabajar en cualquier clase dada de condiciones y en cualquier tiempo dado. El capitalista podía apropiarse como su beneficio la diferencia entre este valor (es decir el salario) y el valor bruto que producía el ejercicio del trabajo. El salario era el pago de equivalente por equivalente: la subsistencia del obrero reemplazaba la energía que este gastaba al servicio de su patrón. El beneficio, en cambio, nacía de la cualidad particular de la mercancía fuerza de trabajo, gracias a la que, al entrar en operación, el trabajo creaba un valor mayor que su propio valor: la ganancia nacía de una explotación de la diferencia entre el valor y el producto de este. (Dobb 1973, 42)
A esta diferencia que el obrero producía, fue llamada por Marx como plusvalor y fue el descubrimiento teórico más importante de este autor. Los textos de Salama y Mandel entran en las particularidades especificas del sistema elaborado por Marx donde se desarrolla en extenso la teoría económica del autor.
Haciendo un breve resumen de lo expuesto por Salama se puede decir que el valor de las mercancías está determinado por su valor de uso (capacidad de satisfacer una necesidad) y su valor de cambio (su valor de intercambio en el mercado). La medida de valor de una mercancía es, en principio, la cantidad de trabajo incorporado en esta mercancía. El tiempo de trabajo se compone de trabajo directo (vivo) e indirecto (muerto). El trabajo del que se trata no es un trabajo concreto, sino abstracto. Las maquinas y materias primas constituye lo que se llama el capital constante y el trabajo directo es aquel invertido directamente por el trabajador para crear otra mercancía. La especificidad de este trabajo es que no es pagado íntegramente. El capitalista compra al trabajador su fuerza de trabajo. Esta crea más valor de lo que le ha costado al capitalista. La diferencia es aquello que llamamos plusvalía. El tiempo de trabajo directo se divide por lo tanto en dos partes: una que es pagada al trabajador y que debe permitirle vivir lo llamamos capital variable; y la otra se la apropia el capitalista será la plusvalía (el valor se forma por C+V+PL). El punto nodal que desarrolla Salama, basándose en Marx, es que para poder comparar trabajos se lo debe medir de forma abstracta (no prestando atención a las particularidades especificas de cada trabajo, sino en el conjunto social de todos los trabajos que son equivalentes) de esta manera se puede llegar a la conclusión de que el valor de una mercancía es el trabajo abstracto directo e indirecto socialmente necesario para la producción de una mercancía. (Véase Salama 1976,16-23)
En las últimas tres décadas del siglo XIX surgió la llamada escuela austriaca representada por Menger, Wieser y Jevons, entre otros; y la llamada escuela de Lausana donde Marshall, Walras y Pareto fueron sus máximos exponentes. Pero el punto en común entre todas ellas fue que giraban en torno al concepto fundamental de “utilidad” marcando un quiebre teórico-metodológico con las anteriores corrientes de pensamiento. Sus diferencias más importantes son:
Se desplaza la atención hasta entonces puesta en la oferta y el costo hacia la demanda del consumidor y la utilidad como determinante del valor de cambio. El valor no se veía ya como determinado por el trabajo, ni siquiera por el trabajo más la abstinencia, sino por la capacidad de una mercancía de dar satisfacción a los consumidores (es decir por su utilidad). Desde el punto de vista de los deseos de los consumidores, esto representaba una posición psicológica y hedonista del problema.
La segunda característica de las nuevas teorías fue el subrayar el efecto de los cambios en el margen; por ejemplo, la perdida o ganancia de utilidad que provenía de “un poco menos” o “un poco más” de cierta mercancía (la utilidad marginal) lo que se consideraba importante en la determinación del valor. La importancia dada al margen fue el resultado del intento de construir la ciencia económica dentro de un cuadro matemático. (Dobb 1973, 44-45)
En este sentido se entiende el carácter exclusivamente subjetivo de estas nuevas escuelas económicas que se apoyan pura y exclusivamente en la capacidad de satisfacer la necesidad individual de un consumidor, en ésto radica fundamentalmente el concepto de utilidad.
En la búsqueda por maximizar los márgenes de utilidad de las mercancías se intenta determinar cuál es el punto de equilibrio entre la oferta y la demanda de dicho producto. En un extenso trabajo matemático, “Marshall trato de demostrar como los costos de producción del lado de la oferta se interceptaban con la utilidad marginal del lado de la demanda para determinar el precio relativo. Para Marshall la teoría del precio era el asunto esencial de la economía. De la teoría del precio el derivaba la curva de la demanda, las elasticidades de la demanda y la oferta, la naturaleza del excedente del consumidor, el uso del análisis del corto y de largo plazo, el equilibrio parcial y los otros componentes del “motor analítico” que el modelo para entender los términos del intercambio”. (Bell 1983, 81)
Para entender cómo se determina el salario de un trabajador, ya no se debe solo observar el costo de reproducción de ese trabajador, sino la utilidad que reportaba para una firma. Mediante el desarrollo de una teoría del equilibrio, Marshall, se apoyo en la Ley de Mercados de Say que decía que “la oferta crea su propia demanda”. La demanda inadecuada como causa del desempleo era improbable dado que las necesidades humanas se consideraban insaciables, y la oferta generaría la demanda mediante el flujo circular de pagos de los proveedores a los consumidores o inversores y de regreso a los proveedores. Siempre podían producirse escaseces o saturaciones temporarias pero estas se ajustarían solas mediante los movimientos de los salarios y los precios en cada mercado.
“La economía neoclásica, siguiendo a Marshall refino la ley de Say utilizando el análisis marginal para determinar el nivel de producción real. Un productor nunca trataría de ofrecerle a un trabajador un salario mayor que el aumento de valor de la producción que su trabajo podía producir de modo que el número de trabajadores contratados por una firma se establecería en el punto donde el costo del trabajador marginal igualara al valor de su producción”. (Bell 1983, 81)
Es interesante entender porque después de la profunda crisis económica de 1929-30 el economista Keynes realiza su crítica a la economía neoclásica. La visión de esta ultima escuela de que el empleo siempre se regula solo, que se siempre se corrige por la oferta y que el sistema funciona en un nivel de empleo optimo (ya que el desocupado lo es por voluntad propia) entra en contradicción con la realidad incontrastable de despidos en masa después del crack. Dillard hace referencia a este problema y la visión neoclásica del mismo. Ésta supone que no hay paro involuntario, que es distinto del paro voluntario y del causado por fricción. “El paro voluntario existe cuando los obreros potenciales no quieren aceptar salarios ligeramente inferiores a los salarios corrientes. Los obreros en huelga por salarios superiores son un ejemplo de paro voluntario. Paran voluntariamente en el sentido de que podrían estar empleados si aceptasen salarios inferiores a los que piden. Hay otras formas de ociosidad voluntaria por parte de los obreros potenciales, que difícilmente justifican ser clasificados como paro. Algunas personas acaudaladas, los ociosos ricos, y algunos perezosos habituales, los ociosos pobres son de este tipo. Cuando la gente se niega a trabajar por propia voluntad, no debe clasificarse como parada y, por tanto, el empleo total puede existir aun cuando haya gente voluntariamente ociosa. El paro por fricción existe cuando hay hombres que dejan de trabajar temporalmente por imperfecciones en el mercado de trabajo. Hay muchos factores que pueden explicar el paro por fricción: la inmovilidad de la mano de obra, el carácter estacional de cierto trabajo, la escasez de materias primas, averías en la maquinaria y equipo, ignorancia de las oportunidades de colocación, etc. El empleo total así definido es compatible con el paro voluntario y tolera cierta cuantía de paro por fricción. Existe empleo total en ausencia de paro involuntario”. (Dillard 1965, 22-23)
Justamente toda esta concepción es lo que Keynes va a criticar. La idea de que el paro desaparece si los obreros aceptan tipos de salario suficientemente bajos era inaceptable para el economista. Reducir los salarios le parecían medidas desmoralizantes y equivocadas. Él buscaba un medio de prosperidad a través de la expansión monetaria, de la inversión pública y de otras formas de acción estatal. Esto representaba una desviación del “dejar hacer” tradicional. Keynes era de la idea de que el sistema capitalista era defectuoso en las condiciones en las que se encontraba en su tiempo. La tendencia al desempleo para maximizar la productividad era una bomba de tiempo que podía explotar cuando la soga estaba lo suficientemente tensa entre empresarios y trabajadores. Por eso era necesaria la participación de un tercer actor conciliador que arbitrara entre los dos elementos de la sociedad: el Estado. Su papel era fijar los salarios mínimos y generar empleo mediante la intervención pública para evitar la irremediable explosión.
En la concepción Keynesiana, renta, salarios y ganancias forman parte de la retribución que se atribuye a cada factor productivo después de la realización de las mercancías en el mercado. La renta será la compensación para la tierra, el salario lo será para el trabajo y la ganancia lo será para el capital. Estos tres factores forman parte de la inversión total realizada por el empresario capitalista en el ciclo productivo y recibirán su merecida compensación al final del intercambio por dinero.
La determinación del porcentaje correspondiente a cada uno depende exclusivamente de lo que ocurra en la demanda y por ende se presenta como algo ajeno al proceso productivo. Keynes no desconoce esta concepción neoclásica pero su “revolución” corresponde al papel que debe cumplir el Estado en dicho proceso, incentivando la demanda para no hacer caer la oferta, inyectando, mediante la inversión pública (obra pública, subsidios, planes sociales), grandes cantidades de dinero para solucionar el problema del desempleo y de la caída de la demanda.
A lo largo de la exposición anterior, se puede observar la evolución histórica de las teorías económicas y como el contexto socio-histórico influye en las diferentes perspectivas. No son las mismas las necesidades de Adam Smith que las de Keynes o Marx, como tampoco las de Marshall y Ricardo. Es por eso que las explicaciones a los problemas centrales de la economía son diferentes entre sí. No obstante es importante entender y tener en cuenta cual es el lugar que representa cada tradición económica y qué papel juega en la conformación de los Estados. El texto de Katz, “El desafío crítico a los economistas ortodoxos” (1996), es el más representativo ya que observa como la perspectiva neoclásica fue preponderante en buena porción de la Historia Argentina (a partir del ’76 hasta el estallido del 2001 fundamentalmente) y las consecuencias catastróficas de su aplicación. Por eso es de suma importancia conocer cuál es la relación (y la concepción) que tiene cada teoría con respecto a la formación de los salarios y las ganancias en el mundo capitalista en el que transitamos.
Pablo Javier Coronel.
Bibliografía Utilizada:
-Bell, D., “Modelos y realidad en el discurso económico”, en Bell, D., Kristol, I. (ed.), La crisis en la teoría económica, Bs.As., El Cronista Comercial, 1983, (c. iv).
-Dobb, M., Introducción a la economía, México, FCE, 1973.
-Kirzner, I., “La crisis desde la perspectiva austríaca”, en Bell, D., Kristol, I. (ed.), La crisis en la teoría económica, Bs.As., El Cronista Comercial, 1983, (c. vii).
-Katz, C., “El desafío crítico a los economistas ortodoxos”, Taller. Revista de Sociedad, Cultura y Política, págs. 138-162, vol. 7, n. 20, abril 2003.
-Mandel, E., El Capital. Cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx, México, S. XXI, 1985, pp. 36-72.
-Salama, P., Valier, J., Una introducción a la economía política, México, ERA, 1976, caps. 1, 2 y 5.
-Dillard, D., La teoría económica de J.M.Keynes, Madrid, Aguilar, s/f, c. ii.
-Tortella, G., Introducción a la economía para historiadores, Madrid, Tecnos, 1997, caps. 1 a 6.