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Pablo Javier Coronel

Roma Sublevada


La crisis en que se vio sumida la sociedad romana como consecuencia de la rapidez con que se operó el cambio de estructura a partir de la segunda guerra púnica entró en una fase desde mediados del siglo II a.C., en la que ya no era posible evitar el estallido de los conflictos abiertos: la agudización de las contradicciones en la estructura social romana, de un lado, y las cada día más evidentes debilidades del sistema de dominio republicano, de otro, tuvieron por resultado un repentino brote de las luchas políticas y sociales. La historia de los últimos cien años de la Republica romana, desde el brote del primer levantamiento de esclavos sicilianos en el año 135 y el primer tribunado popular de Tiberio Sempronio Graco en el 133 hasta el final de las guerras civiles en el año 30 a.C., esta ensombrecida por estos conflictos, que no han cesado de avivarse y que se han dirimido apasionada, brutal y cruelmente. Como consecuencia de ello, ese periodo de aproximadamente cien años en la historia de Roma suele designarse como el “periodo de la Revolución”.


Los movimientos sociales y políticos de finales de la República ni se proponían ni provocaron una transformación violenta del orden social; además, por sus motivaciones, sus protagonistas, su desenlace y sus repercusiones se trataba en estos casos de movimientos tan heterogéneos que solo de manera forzada cabria medirlos por un mismo patrón. Para evitar malentendidos con el concepto de revolución, resultara pues más apropiado hablar, en lugar de la revolución romana, de la crisis política y social de la República, crisis que, ante todo, se hizo patente en conflictos que se dirimieron de forma abierta y violenta.


En líneas generales, los conflictos abiertos de esta época se pueden agrupar en cuatro tipos principales. A los tres primeros tipos pertenecieron las guerras serviles, la resistencia de los provinciales contra la dominación romana y la guerra de los itálicos contra Roma. En las rebeliones serviles se encontraron frentes sociales bien definidos, pues se trataba ante todo de una lucha de los esclavos del campo contra sus dueños y el aparato estatal que los amparaba. Por el contrario, las revueltas de los provinciales y de los itálicos contra la dominación romana no pueden ser consideradas como movimientos de capas sociales más o menos homogéneos, ya que fueron protagonizados por una amalgama muy diversa de grupos sociales, y su objetivo no se cifró en combatir por la libertad de los miembros de una capa social oprimida, sino en liberar de su sometimiento al estado romano a comunidades otrora independientes, a estados o a pueblos enteros.


Finalmente, el cuarto y más importante tipo de conflicto de finales la república estaban representados por aquí esos enfrentamientos y luchas que tenían lugar, básicamente en el seno de la ciudadanía Romana, entre distintos grupos de interés. Al principio, y particularmente en tiempos de los Gracos, las motivaciones sociales todavía jugaban en este caso un papel predominante o, cuando menos, de gran relieve. La reivindicación central o, si no, una de las reivindicaciones centrales de uno de los bandos, en concreto, el de los políticos reformistas y sus partidarios, no era otra que la de dar solución a los problemas sociales de las masas proletarias de Roma, teniendo para ello que vencer la resistencia del otro bando, el de la oligarquía, también con su nutrido núcleo de seguidores en adelante estos grupos de interés pasaron a denominarse populares y optimates. Efectivamente, estos conflictos fueron desde un principio enfrentamientos políticos que al comienzo se dirimieron predominantemente en el marco de las instituciones políticas y en términos políticos –en la asamblea popular-, y en los cuales estaba en juego, también desde un principio, la cuestión del poder político dentro del estado. La heterogeneidad social de los bandos en lucha no dejo de aumentar con el transcurso del tiempo. Con posterioridad, el contenido social del conflicto entre optimates y populares fue relegándose cada vez más a un segundo plano, mientras que la lucha por el poder político ganaba paulatinamente en importancia, hasta quedar finalmente todo reducido a una pugna por dilucidar que facción política y, sobre todo, que líder se alzaría con el poder. Fue a partir de las guerras entre los partidarios de Mario y Sila en los años ochenta del siglo I a.C. cuando la conquista del poder paso al primer plano de interés en los enfrentamientos entre las distintas fuerzas en liza, cuya composición interna no dejo ya de sufrir rápidas y constantes mutaciones.


A esto se añadió la circunstancia de que a partir de los años ochenta y setenta de esta centuria los restantes conflictos fueron extinguiéndose: los itálicos alcanzaron su meta en la guerra de los aliados con la obtención de la ciudadanía romana; en Grecia y en Asia Menor la resistencia contra Roma había tocado a su fin con la victoria de Sila sobre Mitridates en el 85 a.C., y con la sangrienta represión del levantamiento de Espartaco en el 71 a.C. cesaron asimismo las grandes guerras serviles. En las cuatro décadas siguientes toda conflictividad quedo reducida a la lucha por el poder en el estado –el resolver si este debía ser ejercido por la oligarquía o por un jefe único, y en ese caso por cuál de los que se lo disputaban. La consecuencia última de tales conflictos no sería la transformación de la estructura de la sociedad romana, sino el cambio de la forma de estado sustentada por ella.


Pablo Javier Coronel.


Bibliografia Utilizada:


-Alfoldy; "Historia social de Roma"; Wiesbaden, 1984.

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