Identidad y racismo
Desde 2013, a instancias de la Ley Nº 26.852, el 8 de noviembre se celebra en Argentina el “Día Nacional de los/as afroargentinos/as y de la cultura afro”, un tardío reconocimiento a esta colectividad que suma, según cifras oficiales del último censo de del año 2010, 149.493 personas (0,37% de la población del territorio nacional). Este guarismo corresponde a las que se reconocen a sí mismas como afrodescendientes, sobre un total de 40.117.096 habitantes. Sin embargo, estimaciones que parten principalmente de las agrupaciones afro, calculan la presencia de 2 millones de afrodescendientes en suelo argentino, lo que representaría el 5% de la demografía.
El grado de visibilidad de los afroargentinos en nuestra sociedad es notoriamente escaso. Sin embargo, en el pasado la presencia afro era bien visible. En el siglo XVIII varias provincias acusaban porcentajes del 40% o superiores. Por ejemplo, en Catamarca alcanzó el 74% y en Tucumán el 64%. Para 1778, de 200.000 habitantes del Virreinato del Río de la Plata, el 46% correspondía a negros y mulatos. Pero, durante el siglo XIX, un relato histórico construido por la élite que forjó el país, con toda la carga racista de la época, enraizó la idea de que en Argentina los habitantes negros habían desaparecido producto de un cúmulo de causas: guerras, epidemias (como la recordada fiebre amarilla de 1871), condiciones de vida deficitarias, baja tasa de natalidad y, sobre todo, la disolución entre el oleaje inmigratorio que comenzara fuertemente a partir de la década de 1870.
Se articuló un mito que, sin embargo, como tal, puede ser perfectamente desmontado. Por caso, la fiebre amarilla en la ciudad de Buenos Aires no se ensañó con la población afro. Las cifras no registran ningún deceso de individuos de este grupo. La presencia, aunque negada, aun era visible en la Buenos Aires de fines de siglo XIX. Pero la manipulación estadística sobre la cual se construyó el mito llegó a censar a apenas 8.005 individuos negros en la ciudad, apenas el 2% del total.
Al son de la construcción de una Argentina blanca, producto mayoritariamente de la inmigración de la que nos enorgullecemos como argentinos, también devino el mito resultante. El afroargentino progresivamente fue quedando a los márgenes y, en el discurso, llegó a ocupar el lugar de desaparecido, con la carga simbólica de una palabra en un país cuyo último gobierno militar generó millares de desaparecidos.
Lo “negro”, hoy
Si bien la llegada masiva de las independencias en África, a partir de los años 60, ofreció cierto espacio para repensar la negritud en Argentina, el Proceso de Reorganización Nacional cercenó esa posibilidad. Al término de la dictadura militar, el retorno de la democracia sentó un marco propicio, aunque de desarrollo muy lento, para repensar la Argentina en tanto producto de sus minorías excluidas.
Al respecto, un paso muy importante fue la creación del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), en 1995, puesto que años más tarde, sería el espacio institucional del cual surgió, en 2006, el Foro Afrodescendientes, del cual partió la política afro, si bien luego aparecieron divisiones entre sus integrantes y nuevas agrupaciones, varias de las cuales perduran hasta hoy. En julio de 2007, declarado primer “Mes de la Cultura Afroargentina”, se llevó a cabo el “Primer Congreso de Afrodescendientes”, a instancias del citado Instituto, como asimismo, dos años más tarde, el Primer Encuentro Artístico de Candombe Afroargentino y las III Jornadas Culturales Argentina También es Afro. Sin embargo, la crítica versó en que progresivamente estos eventos se convirtieron en manifestaciones eminentemente culturales y no tanto políticas, por lo que muchos afroargentinos se distanciaron de las mismas. En definitiva, en muchos casos pesó el escepticismo y/o la crítica.
Pero hubo grandes avances. La inclusión de la pregunta sobre adscripción étnica en el censo de 2010 fue la primera política pública destinada a afrodescendientes y una gran victoria que se anotó la comunidad. Asimismo, al poco tiempo, en marzo de 2011, tuvo lugar el desarrollo del Primer Congreso Nacional de Afrodescendientes y Africanos/as de la República Argentina, organizado por el Consejo Nacional de Organizaciones Afro de la Argentina (Conafro), lanzado desde la Cancillería a finales de 2010 y que amalgamó a dos organizaciones preexistentes.
El sentido común indica que en Argentina no hay negros y que, si los hubo, desaparecieron. Por otra parte, se argumenta que su presencia fue insignificante por lo que su legado sería inexistente. Sin embargo, por solo tomar un ejemplo, lo lingüístico denota fuertes huellas de la africanía. Varias palabras del castellano utilizado en Argentina acusan origen de aquellas empleadas por los antiguos esclavos de la colonia, como mucama, quilombo, mina, macana, y otras. Se calcula que estos africanismos son unos 1.500. Las manifestaciones artísticas son numerosas, quizá la más conocida el candombe.
Sin embargo, pese a los aportes citados arriba, que son una pequeña parte de un rico cosmos, se considera al afroargentino una suerte de reliquia museológica, un recuerdo del pasado colonial, de cuando la Argentina no era tal. En breve, se liga lo “negro” a lo extranjero para reforzar el mito de desaparición del afroargentino.
La palabra negro, si se lo supone desaparecido al afrodescendiente, ha vuelto en las representaciones sociales, pero no desde la perspectiva fenotípica como en el pasado y una categoría oprobiosa que carga con la marca de la esclavitud colonial, sino como un marcador identitario. Es decir, desligado de su impronta racial. No se habla del negro en Argentina desde la perspectiva del color de la piel (excepto para los inmigrantes del África subsahariana, que son extranjeros) sino para describir en forma sumamente despectiva a los grupos más bajos y marginados, en suma, individuos resultantes del mestizaje. Se trata del habitante del interior, el provinciano, en muchos casos un afromestizo, producto del pasado de la cruza étnica entre afros y elementos originarios, un hecho muy frecuente en tiempos coloniales pero que no desapareció más tarde. Asimismo, se engloba en este marcador negativo a los inmigrantes de países limítrofes, especialmente bolivianos y paraguayos. A todos ellos no los caracteriza un rasgo común fenotípico sino condiciones sociales similares: orígenes humildes y pobreza. La forma “negro de alma” alude a ciertos comportamientos, desde la perspectiva de quien emplea el término, reprobados por tratarse de hábitos marginales, de la villa miseria, una vez más de entornos muy humildes. No es necesario ser fenotípicamente blanco para ser llamado “negro”.
Sin embargo, y pese a lo peyorativo, algunas personas toman ese sentido como positivo, tal es el caso de Pablo Lescano, cantante de cumbia villera que ha hecho un culto de la palabra “negro”.
También el gobierno de turno fue por un camino parecido. Avanzó en contra del lenguaje agresivo que redunda en menospreciar lo “negro”. En cambio, construyó un discurso político que ha reivindicado dicha categoría. El término “cabecita negra”, desde la visión de los detractores, hizo alusión a los sectores llegados a la ciudad de Buenos Aires desde las provincias, en las décadas de 1930 y 1940, y que formaron la base política del peronismo cuando este último reivindicó a los sectores populares y marginales, con la finalidad de integrarlos al mismo. El kirchnerismo también los reivindica actualmente. Desde 2008 el gobierno mantiene una estrategia discursiva de oposición entre dos grupos sociales, en lo que recuerda al peronismo de antaño. Se opone la construcción de lo blanco frente a lo negro, en tanto marcador identitario social y de clase. Entonces, lo blanco alude como referente de la “oligarquía”, los sectores acomodados y acusados de no colaborar con el interés de la patria, y, por el contrario, lo “negro” como una proclama partidaria, en relación a los sectores más humildes y desprotegidos, que el gobierno se jacta de haber cuidado e integrado a una política pública sin precedente en la historia. Como ejemplo de adscripción a esta última lectura política, el periodista oficialista Víctor Hugo Morales defendió vivir en las villas miserias en tanto opción voluntaria de sus habitantes.
Desde 2013 el Gobierno de la Ciudad organiza, entre otras festividades étnicas, la jornada “Buenos Aires Celebra Afro” en donde, pese a las críticas de muchos activistas y estudiosos por exotizar y extranjerizar más que visibilizar, se celebra el aporte cultural a través de la participación de afrodescendientes de países cercanos y de los distantes como, por ejemplo, Cabo Verde, esta última presencia enraizada en Argentina por inmigración del pasado. También participan los de los países cuya inmigración afro es más reciente, como Senegal.
Este año es muy particular para los afrodescendientes de todo el mundo puesto que, proclamado por Naciones Unidas, se transita el Decenio Internacional de los Afrodescendientes (2015-2024), en procura de visibilizar la presencia afro y conferir derechos a unas 200 millones de personas que se reconocen a sí mismas como afrodescendientes en América Latina y el Caribe.
Omer Freixa.