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Pablo Javier Coronel

Sobre el control de la violencia

¿Para qué, el naciente Estado Moderno, necesitó concentrar sus esfuerzos en controlar la violencia? ¿Con qué mecanismos llevó a cabo dicha concentración? A estas preguntas intentaremos dar respuesta en el siguiente artículo.


Comenzaré desarrollando la posición tomada por Robert Muchembled en “Una Historia de la Violencia”. Ya al inicio de su trabajo, propone que “es la prohibición de la violencia masculina la que poco a poco se convierte en obsesión”[1] y mas allá aun propone que “esta prohibición se impone sin inhibir del todo el potencial agresivo de los mozos, un potencial necesario para las guerras «justas» de una civilización cada vez mas conquistadora a partir de los grandes descubrimientos. Dicho potencial agresivo es desviado, encauzado y controlado a través de la moral y de la religión, haciéndose más útil que destructivo”[2]. Aquí el autor, traza su primera línea hipotética que luego irá desarrollando con más detalles, focalizado en esta idea de canalización de la violencia interna (dentro de un mismo Estado) hacia la violencia externa (ejercida sobre otros Estados).

En este sentido, explica Muchembled, que “a partir de 1500, la revolución militar transforma el continente europeo en una máquina de guerra y de conquista que prueba las innovaciones en su suelo antes de exportarlas al mundo entero”[3]. La consecuencia de este movimiento es la de desarrollar ciertos mecanismos de control de la violencia al interior, como ser el desarme general de la población y el desarrollo de un aparato judicial orientado no tanto al castigo sino al control. Para ello, se endurecen las penas a dos tipos particularmente específicos de violencia: el homicidio y el infanticidio (luego del siglo XVIII el atentado sobre la propiedad privada). Siguiendo nuevamente al autor, “a lo largo de varias décadas se impone a los reyes absolutos la necesidad de apartarlos excesos de violencia de su «ciudadela» estatal, para poder dedicar todos los esfuerzos contra los enemigos exteriores. Luis XIV culmina ese proceso en Francia. Vauban transforma el país en una fortaleza, se desmantelan las resistencias interiores […] Instadas de dejar de portar armas, las poblaciones deben confiar su seguridad a la mariscalía real y a la justicia, al tiempo que se impone un ejército profesional acuartelado y dirigido por una nobleza experta en el juego de la muerte […] El hecho de ser fruto del sistema urbano pacificador hace que la ciudad estado se vea mas obligada aun por tradición a reforzar la paz interna necesaria para su expansión económica. Pero ahora además debe desarrollar también una cultura belicosa especifica, indispensable para sobrevivir, y no solo contratar aventureros o condottieri extranjeros encargados de hacerlo en su lugar”.


Ya Maquiavelo anticipaba en “El Príncipe” la importancia de la centralización de los ejércitos propios por sobre la utilización de ejércitos mercenarios, ajenos o mixtos. Mas como una justificación política para ejercer el dominio sobre la violencia, el florentino detalla: “…ningún principado puede estar seguro cuando no tiene armas que le pertenezcan en propiedad. Hay mas, y es que depende enteramente de la suerte ciega, por carecer de la valentía patriótica que se requiere para defenderse en la adversidad, opinión y máxima de los políticos sabios fue siempre que nada es tan débil ni tan vacilante como la reputación de una potencia no esté fundada en las fuerzas propias, son estas las que se componen de soldados y de ciudadanos, hechuras del príncipe, y todas las demás son mercenarias o auxiliares”[4]. De estas reflexiones, se desprende la vital importancia que tenía que tener la centralización de los ejércitos para desarrollar satisfactoriamente el “arte de la guerra” y lograr la legitimidad sobre la población dominada y los demás estadistas. Su obra está plagada de ejemplos, como el de Cesar Borgia o Carlos VIII en su avance a las Repúblicas de Italia.


Lachmann corre el eje de la discusión sobre estas cuestiones y se centra en los particularismos de ciertos estados centralizados tratando de encontrar puntos en común sin olvidar el desarrollo histórico de cada formación. El papel del control de la violencia no aparece como parte fundamental de su argumentación, pero en su lugar ubica al control de las elites y la capacidad del naciente Estado moderno de generar alianzas y acuerdos con estos sectores en pos de un interés común. Sin embargo sobre el final del texto expone que: “El conflicto entre las elites feudales dio como resultado procesos diversos de formación estatal. A pesar de sus diferencias, todos confluyen en la definición de estado propuesta por Weber. La totalidad de estos estados alcanzaron el monopolio del uso legítimo de la fuerza en sus territorios, aun cuando en un principio lo consiguieron admitiendo en su seno a otros detentadores del poder de coerción. Cada vez más, los derechos de todas las elites y de los grupos no privilegiados terminaron siendo definidos por el estado, y en relación con el estado”[5]. Siguiendo esta línea, todos los príncipes y elites feudales compartirían esta visión de la centralización de la fuerza de coerción a pesar de sus diferencias político-territoriales, lo que demarca la importancia de estos mecanismos de centralización para la expansión de los Estados.


Podemos entonces trazar una línea de conexión entre el control de la violencia interna y el despliegue bélico de los Estados modernos. Pero esta relación debe completarse con las consecuencias inmediatas de estas dos intenciones (del control de la violencia y la guerra). Para poder ejercer el “monopolio de la fuerza”, el naciente Estado debió utilizar dos mecanismos: la “violencia estatal domestica”, en términos de Howard Brown, y el sistema judicial. Mientras que la consecuencia inmediata de la guerra fue la expansión y consecuente presión del sistema tributario sobre los estamentos inferiores de la escala social, lo que llevo a la respuesta de los sectores campesinos que fueron rápidamente reprimidos por el Estado centralizado. De esta manera se cierra un círculo donde el sistema judicial y la violencia estatal tuvieron una doble influencia para poder llevar adelante la guerra. Por un lado, con la centralización y control de la violencia (prohibición de portar armas, condena judicial del homicidio e infanticidio, centralización en el ejercito del ejercicio de la violencia), y por otro lado, con la represión de las revueltas derivadas de la presión fiscal.


Cuando nos referimos a los mecanismos que utiliza el estado para hacerse del monopolio de la violencia, debemos retornar al libro de Muchembled y ver la descripción del papel jugado por la llamada “revolución judicial” y la justificación sociológica para la violencia del estado y el coto a la violencia de los individuos. A lo largo de su trabajo, basa su teoría de que el ajuste del sistema judicial tiene como objetivo disciplinar a un sector de la sociedad: los adolescentes jóvenes, ya sean hombres o mujeres, de cualquier estrato social que sea. De esta manera quedan prohibidas ciertas prácticas vinculadas a ciertos rituales de la vida juvenil del cuerpo social europeo. El endurecimiento de las penas por homicidios e infanticidios van apuntados a esta franja etaria. Presumiblemente para aportar los recursos humanos necesarios para el frente de batalla con nuevos nacimientos y conscriptos del ejército real.


El endurecimiento de las penas, viene ligado además a la “teatralización del castigo”; y es que en los inicios de la modernidad, se llevan adelante los grandes ajusticiamientos públicos en las plazas. Los patíbulos son el centro de atención de miles de habitantes urbanos que verán sufrir de mil suplicios y muerte a los que están fuera de la ley. Generando el doble efecto de castigar a los culpables y aleccionar a los espectadores para crear lo que Norbert Elías llamará la “autocoaccion”. En su estudio sobre “El proceso de la civilización”, el autor dará cuenta de este concepto definiéndolo básicamente como un proceso en el cual desde pequeños, se va inculcando cierta regulación de las conductas que luego el individuo accionará de forma automática y sin pensar. En palabras de Elías, “junto a los autocontroles que conscientes que se consolidan en el individuo, aparece también un aparato de autocontrol automático y ciego, que por medio de una barrera de miedos, trata de evitar las infracciones del comportamiento socialmente aceptado pero que, precisamente por funcionar de este modo mecánico y ciego, suele provocar infracciones contra la realidad social de modo indirecto”[6].


Si nos preguntamos de qué manera se llevo a cabo el ejercicio de la violencia, sin dudas es Howard Brown quien ofrecerá su mirada sobre la represión de las revueltas utilizando el concepto de “violencia estatal domestica” para denominar a la violencia desmedida del Estado. En su trabajo hace una segmentación cronológica sobre la evolución de la violencia estatal ejercida sobre las rebeliones campesinas al interior de Francia. En el primer periodo denominado por el autor como de “absolutismo temprano” (1594-1639) nos explica que “La rápida emergencia de un estado fiscal-militar impulsó torpes y brutales intentos de percibir mayores impuestos en forma rápida, provocando así las revueltas campesinas del periodo”[7]. Nuevamente nos topamos con la idea de que la presión fiscal es la generadora de conflictos entre el campesinado que reacciona con rebeliones espontaneas o premeditadas que serán fuertemente reprimidas por el Estado central como en el caso de la de los Croquants o la de los Nu-Pieds en 1639. El corazón del texto gira en torno al abuso del Estado de la violencia ejercida sobre sus subordinados. En las líneas finales de este trabajo y luego de un extenso recorrido histórico, Brown, hace referencia al papel que cumple la violencia estatal con las siguientes palabras: “Como hemos visto, cuando un régimen pasaba del uso mesurado de la fuerza a la violencia estatal domestica, usualmente lo hacía no tanto para restaurar el orden cuanto para consolidar un realineamiento socio-político”[8].


A partir del recorrido realizado sobre estas cuestiones se puede decir a partir de lo expuesto que el Estado Moderno necesito controlar la violencia para poder desplegar la acción bélica al exterior, lo que lo facultó de poder realizar una reforma fiscal y administrativa que lo llevo a la centralización de las funciones del Estado en una sola unidad comandada por el rey. Para ello debió recurrir a dos herramientas, como ser, la reforma del aparato jurídico (con el endurecimiento de las penas por homicidio e infanticidio, entre otras faltas), la teatralización de la justicia (para generar miedo a romper las reglas) y la represión de las revueltas (sobre todo anti-fiscales y campesinas con apoyos de algunas elites). Todo este esfuerzo en pos de brindar los recursos humanos y financieros para el ejercicio de la guerra, verdadero motor de la centralización estatal moderna.


Pablo Javier Coronel

Citas

[1] Muchembled, Robert. Una historia de la violencia. Del final de la Edad Media a la actualidad, Barcelona, Paidós, 2010 p. 13

[2] Ibídem, p.13

[3] Ibídem, p.205

[4] Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe, Buenos Aires, Ed. Heliasta, 1984, Capitulo XIII, p.168

[5] Lachmann, Richard. States and Power, Cambridge, Polity Press, 2011 (2010), p. 32

[6] Elías, Norbert. El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, FCE, 1993, p.452

[7] Brown, Howard. “Domestic State Violence: Repression from the Croquants to the Commune”, The Historical Journal, (1999), p. 5

[8] Ibídem p. 20

Bibliografía Utilizada

- Muchembled, Robert. Una historia de la violencia. Del final de la Edad Media a la actualidad, Barcelona, Paidós, 2010

- Maquiavelo, Nicolás. El Príncipe, Buenos Aires, Ed. Heliasta, 1984

-Lachmann, Richard. States and Power, Cambridge, Polity Press, 2011 (2010)

-Elías, Norbert. El proceso de la civilización. Investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, México, FCE, 1993

- Brown, Howard. “Domestic State Violence: Repression from the Croquants to the Commune”, The Historical Journal, (1999)

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