China: ¿Revolución cultural o disciplinamiento de masas?
¿Fue la revolución cultural en la China maoísta un proceso concerniente a la cultura o, en realidad encubría una disputa de poder al interior del partido comunista chino y, además el más claro intento de destruir de una vez por todas la milenaria cultura China? ¿Son aquellos casi 400000 muertos producto del experimento social el coste necesario para la implementación de esa política como relata Jean Pasqualini[1]?
Entre los años 1966 a 1976 se ejecuta el proceso denominado revolución cultural, algunos autores disertan que solamente duró 2 años, pero sus prácticas políticas se extienden a por lo menos diez años. Analizando la coyuntura, esta tiene sin duda grandes similitudes con otras de la época y que suscitaron grandes tragedias, en la ex URSS por ejemplo, los procesos de colectivización e industrialización forzada provocaron la muerte de 8 millones de personas, seguido a aquello sobrevino el “gran terror” con el cual se perfeccionó el sometimiento de la población soviética al gobierno Stalinista. Se trataba sin duda de enormes procesos de control y sometimiento llevados a cabo por represión directa o, producto de la ingeniería social, la revolución cultural se encuadraría como una herramienta más del perfeccionamiento del Stalinismo (gobierno totalitario de izquierda) y de sus técnicas de control. Lo mismo había ocurrido contemporáneamente en la Alemania nazi donde las masas alemanas habían sido conducidas mediante una combinación de terror represivo y convencimiento ideológico a propiciar primero la subida al poder de Hitler y, luego dar el apoyo necesario al esfuerzo de guerra[2].
La guardia roja tuvo un papel fundamental en la empresa, se trataba de jóvenes reclutados al interior del partido y cuyos progenitores eran en su mayoría miembros de él, los porcentuales de guardias provenientes de la clase obrera eran minoritarios y también eran muy escasos aquellos que tenían su origen social en la clase media. Característico de la política maoísta es que contaba con un gran activismo que propiciaba la movilización de masas y combinaba esta con la represión organizada, un radicalismo utopista que no consideraba etapas para lograr las modificaciones sociales que considerase necesario implementar[3].
No podía dejarse de lado sin embargo que existía un gran culto al líder que no se desenfocaba en ningún momento y, como es rasgo fundamental de todo liderazgo mesiánico el líder tiene la capacidad no solamente de dictar las reglas, sino que además puede disponer de ellas a placer cuando estás no satisfagan sus intereses personales. Pero más allá de las características políticas del maoísmo y su líder, lo que se buscaba era la necesaria atomización y neutralización política de la sociedad que operaba en contra de las singularidades de la política a implementar, llevada a cabo mediante el uso del terror que tendía a destruir todo lazo de solidaridad colectiva en la sociedad China. Es decir que no existía un contenido político determinado más que por la ambición de poder de Mao dentro del partido y los constantes virajes ideológicos de este.
Sobre la personalidad de Mao y el culto al liderazgo de este podría escribirse demasiado, pero resulta quizá plausible encuadrarlo dentro de los héroes prometeicos de China, aquellos que de alguna u otra manera fueron fundacionales en el largo proceso de creación cultural. Como sea y en palabras de Wittfogel parece que el consagrado despotismo oriental tuvo fuerte arraigo en Mao, siendo este no partidario de la clásica posición ideológica moral y práctica encarnada por Confucio (Kong Fuzi), sino por el contrario de aquella que habla de una astuta malicia de los gobernantes chinos, donde su principal representante fue Shangdsu, el gran Qing del arte de la política[4]. Por cierto algo bastante contradictorio que va en contrasentido con sus declaraciones acerca de lo que debía ser la revolución cultural, cuando meses antes que el proceso comenzara dijera lo siguiente “El pensamiento, la cultura y las costumbres que llevaron a China al sitio en el cual la encontramos, deben desaparecer, y el pensamiento, las costumbres y la cultura de una China proletaria, que aún no existe, deben aparecer”, o sea que si se pretendía borrar aquello que suponía el origen de los males que asolaban la China moderna, mal se podría hacer o resultaba llamativo el emplear métodos que pertenecían a eso que se pretendía destruir, los paralelismos con emperadores como Shi Huangdi son significativos. Todo esto no hace más que recordar aquella famosa frase que dice “De la cultura de su época y de su propia clase nadie escapa, sino para entrar en el delirio y en la falta de comunicación”[5] parecería tener grandes dosis de realidad y ser cierto a fin de cuentas. Si se pretendían destruir los cuatro males que caían sobre China, aquello que los maoístas llamaban "cuatro antigüedades", es decir, "antiguas ideas, antigua cultura, antiguas costumbres, antiguos hábitos", este no parecía suponer el camino correcto.
Analizando la estrategia discursiva en la revolución cultural nuevamente aparecen los mitos y la referencia ideológica que tiene la cultura china ancestral, el primero de ellos el culto a la personalidad de Mao, mito este revestido de la supuesta inefabilidad del líder, que se encargaba de propagandizar lo que vendría a ser el segundo mito en cuestión que es la mitificación negativa de la historia (Un mito superpuesto a otro). Una historia tergiversada por el accionar ideológico del partido comunista chino, de la cual se decía era un cortejo de explotaciones y terror el cual era subsanado por el paraíso socialista encarnado por Mao. Y el tercero de los mitos era aquel referido a Lei Feng, un personaje imaginario inventado por la propaganda maoísta que era el ideal de comportamiento que se pretendía de los nacidos bajo la égida de la revolución socialista. Y lo más significativo de esto es que la transmisión ideológica del discurso que se pretendía se hacía mediante el puente que tendía el sistema educativo; niños, adolescentes y jóvenes[6] que se encontraban en edad escolar y bajo el sistema educativo oficial eran el caldo de cultivo ideal del discurso maoísta.
El factor propagandístico
Luego de la catástrofe que significo la política de “El gran salto adelante”[7] de 1958, en donde se intentaba restar fuerza al Estado burocrático a través del funcionamiento de las comunas y las organizaciones autónomas, Mao se vio forzado a retirarse de la política de forma momentánea, producto de ello la corriente más moderada del partido asume la dirección política, pero Mao estaba convencido que la movilización permanente y la radicalización del pueblo por medio de la propaganda era la forma más rápida y eficaz de llegar al socialismo. Por consiguiente el discurso propagandístico se enfocó en atacar a todos aquellos que eran considerados enemigos de clase, en la mejor y más ambigua utilización del término y, contra estos enemigos se utilizó de manera sistemática a la guardia roja. El contenido de esa propaganda se sustentaba en la teoría marxista, pero barnizada de maoísmo, así para los fines de la revolución cultural esta se congeniaba con el pensamiento de Mao Zedong. El otro punto fuerte del discurso era el prestigio político de Mao fundado en la experiencia política de la guerra y la revolución. No se perdía de vista en el discurso en ningún momento que la lucha de clases era un continuum permanente, inclusive dentro de la revolución socialista. Así terrorismo revolucionario, movilización política y propaganda fueron los medios fundamentales para destruir el orden social y ganar el control político de la coyuntura que se presentaba.
También se hizo firme hincapié en la expansión hacia zonas que estuviesen aisladas, sobre todo las rurales por lo cual se creó una agencia unificada de noticias que se forjó bajo una infraestructura moderna, para las movilizaciones militares se creó una cadena radiodifusora y una red de conexión telefónica para los oficiales, como también un boletín de noticias internacionales, por otra parte la edición masiva de libros se centró en las obras de Marx, Engels, Lenin, Stalin y Mao Zedong y, en lecturas populares de política, filosofía, ciencia, tecnología y salud pública. El cine también fue utilizado como medio propagandístico pero con un contenido más orientado hacia el populismo.
Sin embargo existían diferenciaciones en todo esto, para la difusión cultural se estimaba que debían existir tanto políticas dirigidas hacia las masas como a aquellos sectores considerados de “elite”. Para los primeros se consideraba que lecturas teóricas sobre textos de Mao y marxistas leninistas, como así también discursos emotivos eran más que suficientes. Para los segundos parecía ser pertinente la creación de escuelas de política y profundización en grupos muy selectos de la relación entre teoría y práctica política.
¿Entonces como podríamos definir a la revolución cultural? Parece ser correcto dada la evidencia catalogarla como el intento más serio por parte de Mao y sus partidarios de tomar el control total de la política China y terminar con su cultura milenaria para imponer una modernización radical de forma intempestiva. Lo más particular de esto fue que se creó el mito del emperador campesino (Mao), valiéndose de antiguas herramientas ideológicas que dieron sus frutos en el corto tiempo, pero que al final valió la vuelta de la antigua cultura China. Los guardias rojos fueron los encargados de destruir los lazos de solidaridad de la sociedad China mediante la implantación de un terror sistemático, fortaleciendo el totalitarismo maoísta.
Lisandro Rappetti.
Bibliografía
Bech, Julián Amador: Mito y poder en la revolución cultural China. México.
Chang Jung: Cisnes salvajes. Tres hijas de China. Ed. Circe. 1994.
Chan, Anita: Children of Mao. Seattle. 1985.
Fairbank John King: China, una nueva historia. Editorial Andrés Bello. ISBN 84-89691-05-3.
El libro negro del comunismo: Crímenes, terror, represión. Cuarta parte “Comunismo de Asia, entre la reeducación y la matanza”. España.
Citas
[1] El libro negro del comunismo: Crímenes, terror, represión. Cuarta parte “Comunismo de Asia, entre la reeducación y la matanza”. España.
[2] Kershaw Ian: La dictadura Nazi: Problemas y perspectivas de interpretación. Ed. Siglo XXI. 2006.
[3] De manera muy similar pueden observarse procesos como los realizados por el Kramer rojo en Camboya, donde se eliminaron millones de personas.
[4] Los orígenes de la dinastía Qing se encuentran en el pueblo Jurc, el mismo que en el siglo XII invadiera China estableciendo la efímera dominación de los Jin. En 1635, pocos años antes de gobernar el país, los jurchenes, organizados en las estepas de Manchuria, adoptaron el nombre de manchúes. Su proyecto de sustituir a la dinastía Ming se forjó lentamente dentro y fuera de sus fronteras. En primer lugar, crearon una organización política y militar uniendo las diferentes tribus bajo el mando de Nurhachi; su base económica se asentaba en el control de ciertas mercancías muy valiosas, tales como las perlas, piedras preciosas, pieles, lo que les proporcionó una riqueza capaz de sustentar sus ambiciones territoriales. La base administrativa y política fue creada partiendo de una organización sustentada en unidades militares o Banderas, que seguían el modelo de las guarniciones chinas. (www.Artehistoria.com: Extracto sobre notas de Virginia Tovar Martín)
[5] Ginzburg Carlo: El queso y los gusanos. El cosmos según un molinero del siglo XVI. Ed. Múnich. 1981
[6] Estos niños, jóvenes y adolescentes eran la baza principal de Los guardias rojos, que eran elegidos por estrictos criterios de clase, por lo general eran los hijos de miembros del PC chino.
[7] Fairbank John King: China, una nueva historia. Editorial Andrés Bello. ISBN 84-89691-05-3: Según estimaciones recientes se calcula que en él llamado “Gran salto adelante” murieron entre 20 y 30 millones de personas producto de las políticas reformistas de Mao en la estructura agraria China.