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Omer Freixa

Esclavitud: un siglo después


El 25 de septiembre de 1926, hace exactamente 89 años, fue firmada en la ciudad de Ginebra la Convención sobre la Esclavitud, la cual entró en vigor a los pocos meses y en 1953 resultó modificada, con vigencia desde julio de 1955. El texto apuntó a combatir y prevenir la trata esclavista así como cualquier forma de esclavitud. La Convención fue necesaria pese a haber sido el esclavismo en las posesiones británicas y francesas (por solo mencionar los imperios coloniales más grandes del siglo XX) en 1833 y 1848, respectivamente.


Reciclaje institucional


Lo que llama la atención de la citada Convención es que convalidó la odiosa institución del trabajo forzado, siempre que fuera utilizada en pos del bien público y que no se asemejara a la esclavitud, según aclara en su articulado. El problema, pese al espíritu de la declaración, fue que particularmente en las colonias africanas de las metrópolis europeas el trabajo forzado devino una nueva forma de esclavitud y resultó muy odiada así como resistida por los súbditos coloniales. Esta institución fue pieza clave de la economía colonial. Aquellos campesinos que no pagaban los impuestos eran castigados muchas veces con su imposición. El vagabundeo también. En suma, casi todo súbdito al menos afrontó la amenaza de caer bajo la imposición de esa modalidad laboral o directamente la sufrió.


Cada gobierno colonial, al adoptar el trabajo obligatorio, solo abolió de iure la esclavitud. Esta redefinición de la última muchas veces devino sinónimo de muerte. Por caso, en el Estado Libre del Congo (el ex Congo Belga), una cantera de recursos naturales, entre 1885 y 1908 la ambición de su propietario, el monarca belga Leopoldo II, fue responsable de la muerte de no menos de 5 millones de nativos producto de los castigos, la sobreexplotación y el agotamiento. Son muy conocidas las imágenes de trabajadores congoleños castigados y amputados sus dedos por no cumplir la cuota impuesta de extracción de caucho. Las guerras mundiales contribuyeron a reforzar el fenómeno, e incluso volviéndolo a restituir en zonas donde se lo había abolido, con la inclusión de mujeres y niños en las filas de trabajadores forzados.


Desde 1907 varias reglamentaciones institucionalizaron el trabajo forzado en las colonias luso-africanas y Portugal, de todas las metrópolis, fue la que más tiempo mantuvo la institución, hasta 1961, abolida desde la ley, aunque continuó la práctica en forma clandestina varios años más. En contraste, Francia la suprimió quince años antes. La esclavitud sobrevivió camuflada bajo otra figura jurídica en pleno siglo XX aunque la presión internacional para la abolición del trabajo forzado se hizo sentir con motivo de la entrada en vigor, gracias a la Organización Internacional del Trabajo, del Convenio 105 (sobre la abolición del trabajo forzoso), en 1959 (redactado dos años antes), si bien en 1930 había sido firmado otro, el 29. No obstante, el trabajo forzado como medio de coacción política entró en contradicción con varios artículos de la Declaración Universal de Derechos Humanos (1948) y de allí la necesidad de recargar las tintas. El convenio de 1957 condenó, entre otros aspectos, el uso de la institución como medida disciplinaria laboral, uno de los empleos más frecuentes en el África colonial. De todos modos y según lo indicado, los portugueses destacaron por no haber respetado lo firmado.



Esclavitud contemporánea (y eterna)


La comunidad internacional desde temprano luchó contra la trata y la esclavitud. Respecto de la primera, el primer instrumento internacional que la condenó firmemente fue la Declaración de 1815. De allí en más, respecto de la esclavitud, entre 1815 y 1957 se aplicaron unos 300 acuerdos internacionales para abolirla aunque ninguno de ellos ha logrado un éxito definitivo. En efecto, hasta 1981 un país africano como Mauritania conservó la legalidad de esta condición, luego la penalizó desde 2007 y recientemente la declaró como crimen contra la humanidad endureciendo las penas, aunque actualmente se estima que hay al menos unos 155.000 esclavos, el 4% de la población mauritana. Este porcentaje hace del país el de mayor proporción del mundo con población esclava. Y, ante este panorama preocupante, las autoridades niegan la existencia del tema. Pero Mauritania es solo uno de los países que presentan el problema de la esclavitud contemporánea.


Tras la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Convención OIT 105 que prohibieron la esclavitud, sin embargo, se calcula que en el mundo al menos 30 millones de personas viven en condición de esclavitud hoy, bajo diversas modalidades como la trata de seres humanos, prostitución infantil y trabajos forzados. De esta cifra, India alberga casi la mitad, con poco más de 14 millones, el 1,1% de su demografía. Le sigue China, con 2,9 millones y Pakistán, con 2,1 millones. Son 10 países que concentran las tres cuartas partes del total de esclavos actuales. Así las cosas, hoy en día a nivel global se registra la mayor suma histórica de esclavos. El artículo 1º de la Convención de 1926 definió la esclavitud como “el estado o condición de un individuo sobre el cual se ejercitan los atributos del derecho de propiedad o algunos de ellos”. Una conceptualización vigente y mucho más. Tal definición puede aplicarse al esclavo en la Antigüedad clásica tanto como al de los tiempos que corren.

Omer Freixa.

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