Sociología de la revolución francesa
Muchas veces la revolución francesa se nos presenta como un hecho caótico, sembrado de cambios, muchos de ellos irreversibles y que van a signar la vida y las relaciones de las sociedades occidentales hasta nuestros días, tanto ideológica como políticamente. En este sentido resulta interesante referirse a la sociología de la política durante este proceso para tratar de conocer cuáles fueron los actores y qué papel desempeñaron. Todo esto conllevaba un nuevo léxico, el emergente de la división facciosa del proceso, aparecen palabras que se transforman en etiquetas; demócratas, republicanos, patriotas, jacobinos, “enrages”, “sans culottes”, montañeses, girondinos, realistas, etc. Desde luego la nomenclatura más famosa de ellas fue la fragmentación de la Asamblea Nacional en derecha e izquierda, que va a delimitar la geografía de la misma y va a servir como categorización ideológico política de los partidos no solamente en Francia sino también en todo occidente.
La retórica, los rituales y las imágenes dieron el marco simbólico a la política revolucionaria, la confianza en que el racionalismo y el universalismo en la construcción de nuevos valores enfatizaría el bienestar general por sobre la individualidad era una creencia generalizada. Los seres humanos, especialmente cuando actúan en conjunto crean cultura y, el proceso por el cual se creaban nuevas prácticas políticas estaba directamente ligado a la identidad social de los individuos que estaban involucrados; Los mercaderes, los principales hombres de negocios y aquellos de letras, fueron los principales actores de la revolución y creadores de la cultura política revolucionaria.
Así también, las nuevas prácticas políticas del proceso como los festivales y las elecciones tienen un lugar significativo en la vida de la sociedad de francesa de la época. Estas últimas (las elecciones) constituían uno de los puntos más sensibles, ya que bajo el régimen absolutista, la mayoría de los altos cargos eran patrimoniales, por tomar un ejemplo el oficio de juez pasaba de padre a hijo como si fuese una propiedad y, los cargos eclesiásticos como los militares se vendían al mejor postor dentro de círculos muy restringidos de la sociedad francesa. Por consiguiente, el proceso electoral intentaba de alguna manera subvertir aquellas viejas prácticas políticas en post de otras nuevas. Lynn Hunt señala en su libro “El fracaso de la república liberal en Francia” que en la etapa post golpe de Estado napoleónico “las elecciones anuales ponen a la gente en un estado de fiebre por lo menos durante seis de los doce meses”. De más está decir entonces que los comicios se erigían en una de las prácticas políticas y simbólicas predilectas a la vez que sensibles de la revolución.
Pero todo esto no era un mar de rosas ni mucho menos, los electores consagrados se reunían en algún lugar central para elegir a los diputados. Cuanto más alejado era el voto de la centralidad parisiense, mucho mayor era el desconocimiento de los votantes sobre a quién elegían para los cargos, es de suponer entonces que los mejores cuadros políticos revolucionarios se encontrarían en el proceso de elección de diputados y no tanto en aquellos candidatos que eran votados directamente por los electores. Además realizando una geografía de las tendencias y donde estas recibían las mayores cantidades de votos, tenemos que la derecha parlamentaria era más influyente en la región de París, el valle de Ródano y el noroeste. La izquierda parlamentaria tenía más fuerza en el centro – oeste y en el sudeste.
Lógicamente este posicionamiento político geográfico, no era una continuidad en el tiempo y tenía variaciones, sin embargo haciendo una cronología desde 1792 a 1798 se puede comprobar que eran muchos más los departamentos franceses que permanecían en la misma línea política que aquellos que cambiaban de bando. Hubo una marcada continuidad en el directorio (1795 – 1798) y durante el lapso republicano (1792 – 1798), lo que indica que a pesar de los frecuentes cambios y conflictos en la política nacional los votantes mantenían su sentido de las categorías políticas[1].
La política en los cantones era cuidadosamente atendida por los gobiernos republicanos que se alternaron de forma sucesiva y, la información requerida de los mismos era otorgada por contactos personales (republicanos confiables), de los cuales no solamente dependía el gobierno de turno sino las organizaciones políticas. Estudios realizados sobre ciudades como Lyon y Marsella están en contraposición a los estudios realizados por Soboul[2], indicando que existía una vasta población de asalariados y jornaleros que escapaban de las filas militantes de los “sans culottes”. Y esto era de significativa importancia, puesto que en etapas de escasez e incertidumbre política se prestaban a ser reclutados por grupos de derecha, que basaban esta política en un sistema clientelar de reclutamiento. Revueltas anti-jacobinas en 1796 fueron protagonizadas por trabajadores y artesanos que dependían de comerciantes de barrios adinerados de la ciudad de Burdeos[3].
Desde un punto de vista antropológico, podríamos decir que la revolución fue como un rito, del pasaje de una sociedad trastocada con viejas estructuras desacreditadas, al supuesto nacimiento de otra, basada en la razón y la naturaleza. El supuesto se refiere al estadio de esta etapa para Francia, una fase “liminal”, un período de transición que deja suspendido el proceso entre los márgenes de la vieja estructura y lo que se esperaba como nuevo. Los nuevos valores se anunciaron, pero su instalación requeriría mucho tiempo más, por lo que la incertidumbre social acompañaría el proceso durante largo tiempo. En este trayecto de cambio aparecen nuevos grupos sociales, familias y hombres de diferentes religiones encabezan un fenómeno que podría ser subsumido en “outsider” de la política local. El típico “Forastero” que desembarca en la política francesa y, valiéndose de su extranjería y su supuesta neutralidad resulta útil a la causa revolucionaria. Recordemos que con anterioridad mencionamos que gran parte del poder de los republicanos radicaba en aquellos “republicanos confiables”, en relaciones interpersonales y redes de contactos a los cuales se ponía a prueba con asiduidad para comprobar su fidelidad a la causa. Por consiguiente un “forastero” comprobado en su identidad que se acercaba a la causa, merecía aunque sea el beneficio de la duda en tan difíciles momentos. Por citar ejemplos concretos, en 1790 el alcalde de Burdeos era Joseph de Fumel, de 70 años y ex comandante de la Guyana, el intendente de Toulouse, Rigaud o, un rico comerciante con novísimo título nobiliario que sería alcalde de Amiens… Degand Cannet. Así, podríamos seguir citando a varios personajes que trataban de erigirse en figuras de acercamiento entre componentes liberales del antiguo régimen y el movimiento revolucionario.
Pero el fenómeno del forastero político no solamente se limitaba a los alcaldes, también baluartes críticos de la militancia revolucionaria sufrían los embates de estos personajes allegados rápidamente a la política. Quizá el más famoso de estos fue Lacombe, quién fue presidente de Comisión Militar establecida para castigar a los federalistas en Burdeos. Maestro de escuela, migró de una ciudad a otra en busca de fortuna. Finalmente desembarca en la comisión militar y fue parte activa del terror y, al igual que muchos Jacobinos fue ejecutado acusado de traición, extorción y corrupción a la moral. Al igual que muchos otros, aprovecho el descalabro político del momento para apropiarse de la retórica revolucionaria y escalar rápidamente, pero como se describe, el escalar en política a costa de atajos tiene sus riesgos (sic).
Otra particularidad de la nueva clase política era la de estar atravesada por experiencias organizativas comunes como las logias masónicas y, aunque no todos los masones se convirtieron en revolucionarios, quedan sospechas sobre algunas lógicas conspirativas de dichas organizaciones en la revolución, aunque no pruebas concretas[4]. Existen si, listas detalladas en ciudades como Nancy y Toulouse de las logias y sus integrantes, en la primera de las ciudades, una logia llamada Saint-Jean de Jerusalén se destacaba como reservorio de funcionarios municipales y, casi todos los testimonios coinciden en que pertenecer a una logia facilitaba la posibilidad de adquirir cargos políticos.
Forasteros los había religiosos (Protestantes, judíos), sociales (maestros de escuela, actores) y geográficos, ya sea de otras ciudades o países. Podían asimismo tener un papel relevante como intermediarios “Brokers”, valiéndose de la marginalidad política que ofrecía lo exógeno de su origen. Y teniendo en cuenta que la revolución fue en esencia la multiplicación y difusión de cultura y poder, ciertas clases de hombres se encontraban deseosos de desempeñar el papel de intermediarios, de transmisores, después de todo, algo de aquello quedaría es sus manos.
Faltaría una interpretación acerca del carácter de la revolución, en opinión de Morris en “Diario de la revolución francesa”, esta fue… nueva en poder, salvaje en teoría y cruda en la práctica. La nueva clase política no estuvo integrada por todos y cada uno de los comerciantes, abogados, maestros y pequeños artesanos. Pero si alguno de estos tenía en su poder características socio culturales particulares, tenían mucha más chances de participación que los campesinos. Con la participación de los “Brokers” culturales se trasladó la influencia ideológica del movimiento revolucionario al campo, como ser el secularismo, racionalismo y universalismo. Por carácter transitivo podemos observar entonces, que esta nueva clase política fue profundamente citadina.
Entonces… ¿Se podría decir que los revolucionarios fueron modernizadores? ¿Se puede reemplazar la interpretación marxista tradicional por una al estilo de Tocqueville, o Weber? La regularización de festivales con deseos de sumergir a las masas en un común cultural, de homogeneizarla mediante los festivales encarnó el proceso de nivelación, de estandarización que deja de lado las antiguas divisiones del régimen. Parecería ser cierto, la Revolución Francesa promovió la racionalidad de la autoridad, el desarrollo de nuevas instituciones y el aumento de la participación política de las masas.
Lisandro Rappetti.
Citas:
[1] Hunt Lynn; Política, cultura y clase durante la revolución francesa. Ed. UNC.2008.
[2] Soboul Albert; Comprender la revolución francesa; Ed. Crítica. 1983.
[3] Óp. Cit 1
Bibliografía utilizada
Hunt Lynn; Política, cultura y clase durante la revolución francesa. Ed. UNC.2008.
Soboul Albert; Comprender la revolución francesa; Ed. Crítica. 1983.
Soboul Albert; La revolución francesa; Ed. Tecnos. 1972.
[4] Óp. Cit. 1; 3.