Orgullo de ser mujer afrodescendiente
“Todo el arte emotivo de esta negra epiléptica está hecho con ritmo de mono. Es este el animal más parecido al negro (…) Y ella misma es una mona a la que un cazador moderno le ha ubicado un manojo de plumas en el mismo sitio en que hasta ayer tenía un rabo prensil y peludo (…) Josephine Baker es un sexo que se mueve… y nada más. Un hermoso cuerpo negro y lustroso, que se sacude grosera y desenfrenadamente, al son candombero de unos cobres que otros negros soplan con aire simiesco”. De este modo describía en 1929 una revista teatral la performance de quien fuera apodada la “Venus de Ébano”, la primera mujer negra en triunfar en París con sus extravagantes bailes, belleza y voz sensual.
Aunque fue muy apreciada por el público francés y pese a que muchas parisinas de cutis bien blanco intentaron ennegrecerse la piel para parecerse a esta estrella que cobró fama mundial, Baker no estuvo exenta de sufrir episodios de racismo y discriminación. En mayor o menor medida, muchos artistas de color debieron lidiar con estos problemas. O también cualquier hombre y mujer con ancestro africano y, sobre todo, la portación de un fenotipo ligado a lo negro o mulato. Es un fenómeno que atraviesa a todos los descendientes de esclavos (y otros llegados más tarde) que habitan suelo americano. Pero la mujer negra tiene una doble carga que sobrellevar, primero su negritud y, además, su condición de fémina, particularmente vinculada al oprobio de la esclavitud en donde el amo tuvo absoluta potestad sobre sus capacidades sexuales durante generaciones. Tal legado pesa hoy sobre la presunción de una sexualidad irrefrenable de la mujer negra y la ligazón rápida con el ejercicio de la prostitución.
Alrededor de 200 millones de afrodescendientes se cuentan entre la población latinoamericana y del Caribe, el 30% de la región (y de ese porcentaje la mitad al menos son mujeres). Brasil y Colombia son los países que más población de este origen acusan. Estados Unidos es el segundo si se considera todo el continente. Los afrodescendientes comenzaron a actuar hace relativamente poco frente a su condición de exclusión y marginación económica. En efecto, constituyen alrededor del 40% de los pobres de la región, están poco representados a nivel político y es un sector en el que, a diferencia de otros, hay mayor número de analfabetos. En 2004, si Ecuador tuvo 9% de promedio nacional de analfabetismo, en la población afroecuatoriana ese indicador superaba el 10,5%, muy por encima del 5% de los que se autodenominan blancos en ese país. En definitiva, la condición de “negro” se impone como sinónimo de pobre, inculto y marginal, en toda América.
Una nueva definición
La categoría afrodescendencia cobró fuerza a principios del siglo XXI, especialmente desde que las Naciones Unidas auspiciaran la primera Conferencia mundial contra el racismo, la discriminación racial, la xenofobia y otras formas de intolerancia, de Durban (Sudáfrica), llevada a cabo del 31 de agosto al 7 de septiembre de 2001. A su término un militante uruguayo de la causa expresó que a Durban “fuimos siendo negros y volvimos como afrodescendientes”. La conferencia apuntaló el hecho de que todos los de ancestro negro en buen grado cobraron conciencia de su condición sin importar de qué rincón del mundo se tratase. No obstante, en donde se observaron más progresos fue en América Latina y el Caribe. El desafío fue pasar de la categoría negro (o descendiente de esclavos), una marca vergonzosa de la esclavitud de antaño y una cosificación, a afrodescendiente, un sujeto con conciencia plena y que busca resarcimiento por los daños infringidos a sus antepasados y mejoría frente a la pesada herencia actual. Al respecto, la conferencia de 2001 declaró a la esclavitud y a la trata esclavista como crímenes de lesa humanidad. El mismo paso había seguido Francia unos meses antes. Lamentablemente, a la promotora de la ley en ese país, Christiane Taubira, afro, de origen guyanés, y quien hoy es Ministra de Justicia del gobierno francés, en forma similar a lo citado sobre Baker, pero el año pasado, un opositor la comparó con un mono.
Volviendo a América Latina y el Caribe, desde 2001, recapacitando sobre la dignidad de su origen y el oprobio al que los sometió la trata esclavista del Atlántico, los afrodescendientes reforzaron los vínculos asociativos, así como la movilización para reclamar sus derechos, ser reconocidos en las estadísticas oficiales, y detener una situación de postergación producto de gobiernos latinoamericanos que en muchos casos han blanqueado la historia nacional y confinaron a varios grupos a los márgenes, a la invisibilidad, cuando no a la simple desaparición. Pruebas tangibles de estos avances son la declaración de Unesco en 2011 como el “Año Internacional de los Afrodescendientes” y, por parte de la ONU, del “Decenio Internacional de los Afrodescendientes 2015-2014″.
Mujeres organizadas
Todos aquéllos incentivos y esa marea movilizadora inicial, en forma gradual, comenzó a incluir la cuestión del género y de la situación de la mujer afrodescendiente. En otras palabras, se reforzó un marco propicio para generar conciencia acerca de la doble discriminación que muchas veces padece ella. El impulso renovador tras Durban alentó y reforzó el accionar de agrupaciones preexistentes (como la Alianza Estratégica Afrodescendiente de América Latina y el Caribe, creada en 1998) y, en general, consolidó redes afrolatinas de movimientos sociales. Son muchas y no hay espacio para incluirlas aquí.
En el caso de la mujer afrodescendiente, merece destacarse la Red de Mujeres Afrolatinoamericanas, Afrocaribeñas y de la Diáspora que, con representación en 24 países y fundada el 25 de julio de 1992 (en República Dominicana), tomó como base para ser creada un encuentro internacional de mujeres previo, llevado a cabo en Pekín. En honor al momento de fundación de la Red de Mujeres, se observa cada 25 de julio el “Día Internacional de la Mujer Afrodescendiente”.
En víspera del festejo de este año de la efeméride, el pasado 28 de junio, tras tres días de jornada en que participaron 270 delegadas de 22 países de la región, concluyó la “Primera Cumbre de Lideresas Afrodescendientes de las Américas”, realizada en la capital de Nicaragua. El evento concluyó con la creación de una plataforma política que, en consonancia con el Decenio Internacional de los Afrodescendientes, plantea construir una hoja de ruta para empoderar a la mujer afro en el transcurso de la década a fin de superar la discriminación de la cual es objeto, imponer el cumplimiento de tratados internacionales y lograr el reconocimiento de la plataforma a nivel global.
La queja recurrente es que, a más de una década de Durban, poco se ha hecho para mejorar la situación de los afrodescendientes en América Latina y el Caribe. Por caso, en Colombia el índice de pobreza entre los negros supera el 60%. Ante este panorama, eventos como el reciente referido en Managua, son una muestra más de que las mujeres afrodescendientes no bajan los brazos en pos de luchar contra los vicios de la sociedad dominante, donde el machismo, la discriminación racial, la exclusión, la pobreza y la violencia de género son realidades habituales con las deben lidiar.
Omer Freixa.