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Pablo Javier Coronel

Literatura, mujer negra y estereotipos en Cuba


Desde 1501 los Reyes Católicos autorizaron el ingreso de negros esclavos a las Américas bajo su dominio. Se estima que entre el siglo XVI y hasta aproximadamente la mitad del siglo XIX, unos 11 millones de africanos, en su inmensa mayoría reducidos a esclavitud, poblaron el Nuevo Mundo, en reemplazo de la muy alicaída población originaria. De unos 100.000 indígenas en Cuba antes de la llegada española, en 1533 sobrevivían unos pocos miles. Según datos extraídos por el prestigioso antropólogo cubano Fernando Ortiz, sin contar el contrabando, 527.828 esclavos ingresaron desde 1512 a 1865 a la Gran Antilla. A mediados del siglo XVIII, la isla tenía 170.000 habitantes, de los cuales casi la mitad eran negros, entre esclavos y libertos.


Hoy, respecto de la situación de los descendientes de esa ingente masa esclavizada, conviven dos posiciones ideológicas enfrentadas. Por un lado, algunos opinan que la Revolución de 1959 hizo hombres a los negros. Sin embargo, otros discrepan respecto de ese pensamiento y, al contrario, postulan que el proceso revolucionario si bien formuló la lucha contra el racismo, por caso, adoptándolo como premisa en la Constitución de 1992, todo es palabra hueca frente a una realidad sobre la cual muchos denuncian que el/la afrodescendiente en la isla integra una mayoría desatendida. Quienes defienden esta postura negativa sobre el cubano negro, utilizan como argumentación, entre otros datos, cómo el censo nacional falsea el panorama demográfico en el cual los afrodescendientes apenas si alcanzan a ser el 10% de la población total de la isla, poblada por poco más de 11 millones de cubanos y cubanas. Sin embargo, la evidencia -explican- en pos de observar que los y las habitantes de color son el grueso poblacional, es abrumadora. Solo con recorrer las calles habaneras es suficiente. Pero así y todo los y las afrodescendientes en Cuba lidian día a día con el problema de la invisibilización, resultado de una política gubernamental fallida de integración. El racismo aún late en la isla.


En lo que refiere a la mujer afrodescendiente cubana, su doble condición de negra y de fémina la coloca en una situación peor de vulnerabilidad y discriminación, en comparación a su par cubano. La Revolución desde temprano no priorizó la lucha, entre las tantas discriminaciones, de la que fuera víctima la mujer, y poco parece haber cambiado hoy. El relato más fiel ante la máxima antes expuesta es el abundante ejercicio de la prostitución en la isla, en donde no todos los clientes siempre son turistas. No obstante, los hombres cubanos también por necesidad deben caer en el modus vivendi de la prostitución, pese a que la Revolución prohibiera estas prácticas desde bien temprano. La prostitución femenina refleja el lugar de la mujer local (y en toda América donde haya poblaciones negras) bajo el estereotipo de la sexualidad desenfrenada y la liberación emocional. De modo que, en busca de ese mito, muchos turistas blancos viajan a Cuba por turismo sexual, y guiados por idealizaciones que muestran a Cuba (y el Caribe en general) como un sitio exótico, con imágenes asociadas del cocotero y voluptuosas mulatas. Desde antiguo, se asoció al africano con la idea de una sexualidad irrefrenable. Siglos han pasado, y los estereotipos se perpetúan.


Pero sería una idea claramente racista pensar que todas las mujeres cubanas (o las afrodescendientes, que son mayoría) ejercen la prostitución, así como un estereotipo que se ha profundizado en los últimos años en relación a la situación socioeconómica de la isla, la prostitución como una forma de sobrevivencia y la ligazón directa entre la figuras de negra y de prostituta. Si bien antes de la Revolución la producción literaria sobre la negritud cubana fue más bien cosa de hombres (con el mulato Nicolás Guillén como caso más conocido), después de 1959 comenzó a aparecer en forma destacada la producción femenina. Así es que en este escrito se han privilegiado algunas producciones, en forma breve, de tres poetisas habaneras afrodescendientes. Los ejemplos citados permiten pensar el rol de la mujer en su relación frente al planteo del problema que constituye hoy día el racismo y, dicho sea de paso, observar una reflexión pujante que escapa al mito asociado a la feminidad referido anteriormente.

Entre las mujeres que se dedicaron a las letras, destaca la poetisa Nancy Morejón, nacida en 1944 y de quien más se tradujeron obras, con más de diez libros publicados. Es interesante mostrar cómo ella reflexionó respecto de la trata esclavista, sin olvidar los orígenes africanos, y de las consecuencias que ésta provocó en las esclavas cubanas, en su poema “Mujer negra” (Piedra pulida, 1986), en cuyos primeros versos la poetisa escribió:

“Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral Me dejaron aquí y aquí he vivido. Y porque trabajé como una bestia, aquí volví a nacer. A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir.

Me rebelé. Su Merced me compró en una plaza. Bordé la casaca de su Merced y un hijo macho le parí. Mi hijo no tuvo nombre. Y su Merced murió a manos de un impecable lord inglés.”.

Para más adelante, en clave liberadora, agregar que, por influjo de la Revolución (en 1959 la autora tenía 14 años), y previo a ella las guerras de independencia, la protagonista conseguirá su liberación:

“Bajé de la Sierra Para acabar con capitales y usureros, con generales y burgueses (…). Nada nos es ajeno (…). Iguales míos, aquí los veo bailar alrededor del árbol que plantamos para el comunismo. Su pródiga madera ya resuena.”.


El poema restituye simbólicamente el lugar de la mujer cubana negra desde el oprobio de la esclavitud y el patriarcalismo colonial blanco (que le “impuso” ser madre), para finalizar con la liberación, producto de luchas sociales entre los siglos XIX y XX. De todas formas, en donde se aprecia más la explotación sexual es en otro poema de Morejón, “Amo a mi amo” (Piedra pulida, 1986), con estas líneas:


“Amo a mi amo. Recojo la leña para encender su fuego cotidiano. Amo sus ojos claros (…). Amo sus manos que me depositaron sobre un lecho de hierbas: Mi amo muerde y subyuga. Me cuenta historias sigilosas mientras abanico su cuerpo cundido de llagas y balazos, de días de sol y guerra de rapiña.”.

En la imposición de un modelo colonial y patriarcal, en donde la mujer negra es presa de todos los caprichos de su amo a nivel doméstico y sexual, ella, sin embargo, tiene espacio para afirmar:

“Amo a mi amo pero todas las noches, cuando atravieso la vereda florida hacia el cañaveral donde a hurtadillas hemos hecho el amor, me veo cuchillo en mano, desollándole como a una res sin culpa.“.

Una vez más, se aprecia el sesgo liberador que la autora imprimió a buena parte de sus creaciones poéticas. La estrofa anterior denota un auténtico estado de rebelión frente al orden colonial en tanto creación del hombre blanco y explícito modelo varonil. Una idea semejante de explotación sexual se repite en “África” (Baladas para un sueño, 1989), cuando, hablándole al colonizador, expresa:


“Eres el amo Azares y un golpe seco de la historia te hicieron ser mi amo Tienes la tierra toda y yo tengo la pena (…).

En medio de la noche te alzas como una bestia en celo. Tuyos mi sudor y mis manos (…).”

La relación de dominación se expresa en su dimensión sexual en tanto fenómeno diaspórico, primero sometiendo a la mujer esclavizada en las Américas y, siglos más tarde, del otro lado del Atlántico, sojuzgando África entera al dominio europeo encarnado, una vez más, en la supremacía del hombre blanco.


El continente resistiendo la virilidad del anterior aparece en un poema de la obra de Georgina Herrera (1936), “Canto de amor y respeto por Doña Ana de Souza” (Granos de sol y luna, 1978) que evoca a la reina Nzinga de Angola, mujer que resistiera la penetración portuguesa en suelo de la moderna Angola, en el siglo XVII. Convertida al cristianismo, así evoca Herrera a la líder, llamada Yinga, en sus versos:


“Vencida a veces, nunca prisionera, siempre emergiendo entre los hombres, sin más armas, que en los ojos, prendido como llama furiosa, el deseo de acorralar al enemigo, junto al mar tremendo de donde vino.”.


No se puede concluir esta referencia a ejemplos de labor de poetisas, sin verter algún contenido de Excilia Saldaña (1946), quien fuera varias veces premiada por su obra, como por caso, con Mención de Honor en el premio Casa de las Américas de 1967. En la antología Mi nombre (2003), recoge el poema “Monólogo de la esposa”, en el cual se presentan elementos autobiográficos y habla en nombre de muchas negras y mulatas cubanas que sufrieron múltiples vejaciones y humillaciones a lo largo de sus vidas, entre éstas la esclavitud.


“Soy yo: La Esposa: Yacimiento a cielo abierto. Me soñé rojo rubí… Otros me vieron pieza de ébano (…).”.


Como muestran todos los ejemplos evocados, la mujer afrodescendiente en Cuba reivindica para sí su espacio de libertad, despojada de las ataduras del modelo patriarcal hegemónico, y realiza con ello una profunda catarsis, reivindicándose a sí misma como ser humano. Esta construcción literaria combatiendo el estereotipo y el prejuicio, choca frente al fenómeno actual y generalizado de la prostitución femenina. Lo último flota como una suerte de fantasma que acaso impide la muerte de los clichés enraizados desde el pasado. Y mientras tanto, la lucha de la afrodescendiente cubana sigue en pie, en pos de superar la doble debilidad enunciada al comienzo.

Omer Freixa.

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