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Omer Freixa

Lamento Boliviano: La Guerra del Pacífico

Se comenzará por un comentario respecto de la Guerra del Pacífico, más distante en el tiempo que la Revolución de 1952 y la muerte de Ernesto Guevara. Todo el mundo conoce su principal consecuencia, una funesta derrota para Bolivia que implicó la bancarrota financiera y la pérdida del litoral marítimo, encerrando al país en el problema de la “mediterraneidad”, consecuencia con la que tuvo que convivir hasta el momento. Un autor califica dicha guerra como “la más desgarradora y la más terrible de las contiendas internacionales”.


La “tragedia boliviana”, transcurrida entre 1879 y 1883, comenzó pocos años antes de 1879. La Asamblea Constituyente boliviana en 1873 había sancionado con un impuesto de 10 centavos el quintal de salitre que exportaba una compañía atacameña de capitalistas chilenos vinculados con su país. Como antes la compañía tenía exención impositiva, naturalmente hubo quejas y resistencias.


Lo antedicho fue aprovechado por el gobierno chileno el cual, buscando el mínimo roce y aspirando a las riquezas bolivianas, consideraba que el choque ya no era el de una empresa privada frente al estado boliviano, si no un litigio que tenía como protagonistas a este último y, por otra parte, a Chile. Entonces, ante la negativa de las autoridades bolivianas a someter la ley para que fuera derogada (a propuesta de un delegado chileno, enviado con dicho propósito), el 12 de febrero de 1878 se declararon rotas las relaciones entre ambas naciones y, finalmente, dos días más tarde, tropas chilenas desembarcaron en el puerto boliviano de Antofagasta, ocupándolo.


La lectura que se ha tomado como eje de la indagación respecto del tema es la de Alcides Arguedas, Historia General de Bolivia. El proceso de la nacionalidad: 1809-1921, en donde el tratamiento de la Guerra del Pacífico ocupa un libro de la obra denominado “La guerra injusta”. El autor lamenta la pérdida del litoral marítimo y señala el rol secundario de Bolivia en la disputa (eclipsado por la acción de Perú), además de que el país haya estado más interesado en las refriegas internas que en el anhelo por explotar las riquezas, o siquiera haber aprendido a cimentar su defensa en los años previos. Además, poco importaban a las masas las riquezas, ya que no tenían acceso a ellas, monopolizadas las mismas históricamente por un puñado de familias privilegiadas.


Dentro de su estudio político, si se quiere, la tesis fuerte de Arguedas argumenta que la defensa de los recursos bolivianos se hizo imposible por la falta de nacionalidad de la población, o bien como dice éste “el estado de inferioridad política” de la misma. Si se tiene en cuenta el carácter absoluto de la derrota sorprende lo que señala el autor, el pueblo boliviano siempre mantuvo una fe ciega en el triunfo final. Por lo tanto, volviendo a la cuestión de “la falta de espíritu nacional”, no es una casualidad que tanto peruanos como bolivianos culparan a sus dirigentes por la derrota debido a “su impericia, pusilanimidad y su falta de elevado y noble patriotismo.”. Para avalar lo anteriormente expuesto, en un contexto totalmente diferente, en el año 1968 se señalaba que Bolivia sin el gas sería un país sin Estado nacional, es decir, la preocupación por la falta del último (o al menos su extrema debilidad, al igual que la del nacionalismo) siempre ha sido una preocupación constante de la intelectualidad boliviana.


Realmente, si se perdió el litoral fue porque Bolivia nunca detentó una autoridad fuerte en la zona y, a propósito, la atracción económica por el salitre en los años previos a la guerra indujo a la penetración de explotadores chilenos que ingresaban en la zona sin autorización de las autoridades bolivianas, en una “…suerte de invasión pacífica.”. A continuación, el primer episodio de una invasión violenta, antecedente directo de la Guerra, tuvo lugar cuando en 1857 una Fragata chilena (la “Esmeralda”) se apoderó del puerto de Mejillones.


En este sentido, y en base a lo expuesto en el párrafo anterior, se está en condiciones de concluir que lo que motivó la guerra fueron las aspiraciones hegemónicas de Chile en la región, motivadas por las intenciones de hacerse con el control de un Litoral rico en recursos minerales. Se puede citar al respecto una decena de agresiones a Bolivia por parte de Chile, en calidad de antecedentes, que avalan el planteo anterior. Por su parte, en contraste con una visión tradicional y dominante, esta perspectiva niega que la causa del litigio haya sido la intervención británica como se ha querido hacer creer en el caso de la Guerra de la Triple Alianza, en donde Inglaterra aparentemente quiso desarmar el proyecto autonomista del Paraguay por contrariar sus intereses en la región.


A esta altura el lector se habrá formado una idea precisa sobre las pretensiones territoriales chilenas como detonante de la Guerra del Pacífico. Ahora bien, el ensayo de Patricio Valdivieso niega ese elemento como causal. Este autor sostiene que siempre existió un ambiente (verdaderamente infundado) de sospechas en Perú y Bolivia sobre las verdaderas intenciones chilenas y, al respecto, pensaban las autoridades de dichas naciones que Chile quería expandir su dominio en la región de Atacama. Por el contrario, los gobernantes chilenos “…jamás pretendieron tal cosa, aun cuando el avance de empresarios y trabajadores chilenos, de hecho, vinculó esas regiones más a Chile que a Perú y Bolivia.”.


Se aprecia la magnitud de lo expoliado La última cita viene a cuento a la hora de criticar toda aquella producción historiográfica, hija del rencor nacido en la derrota, que hace a Chile el único responsable de la Guerra, cuando el autor repara en las actitudes irresponsables bolivianas. De todas formas, esta obra es un exponente más de la visión de los vencedores y entra en colisión con la perspectiva de la “guerra injusta”, elaborada desde el campo de los vencidos. Responde a un intento por exonerar de culpas a los chilenos y formular que las propias fuerzas históricas fueron las responsables por el inicio de las hostilidades, sumadas a las malas decisiones del gobierno boliviano.


Así las cosas, con el resultado negativo para Bolivia, el tópico de la “traición” surgió entre los bolivianos por la retirada y presunta connivencia con Chile de su líder político, Daza. En una suerte de autismo, éste sólo quería retornar a su país para, en un gesto autoritario, acallar esas voces. Sin embargo no pudo hacerlo puesto que una revolución (con foco en La Paz) depuso al tirano traidor, el 28 de diciembre de 1879.


Generalmente, en una experiencia desastrosa los presuntos culpables son responsabilizados rápidamente y la Guerra del Pacífico no fue una excepción al respecto. Además, en un gesto de lucidez, el vicepresidente Arce desató una crítica al nuevo presidente, Campero, quien lo depuso. En ella argumentaba que constituía una locura proseguir con una guerra que ya se daba por perdida, debido a la superioridad militar y el ascendiente nacionalismo chileno, del que carecía Bolivia.


En un paréntesis respecto a la crónica, hay que reparar en un asunto de política internacional. La Guerra del Pacífico, y en consecuencia, la salida al mar de Bolivia como tema de interés nacional, ha configurado la diplomacia y las relaciones internacionales de este país hasta hoy. Se puede efectuar un catálogo de acuerdos y protocolos con Chile y Perú, pero sobre todo, a partir de la segunda mitad del siglo XX la cuestión de la “compensación” se tornó muy importante, siendo un reclamo constante de Bolivia. Por ejemplo, en 1974 se conformó una “Comisión Marítima”, cuyo producto fue el “Acta de Cochabamba”, estableciéndose que la salida al problema de la mediterraneidad boliviana debía ser de común acuerdo entre los tres países partícipes de la Guerra casi un siglo atrás. Si bien estas negociaciones no lograron los resultados esperados, contribuyeron a la concientización respecto a que este problema era “tripartito”, dándole un cariz internacional al asunto.


Un último aporte significativo, a pesar de las desgracias, fue el hecho de que la Guerra del Pacífico incidió en la política boliviana, dando su forma a los futuros partidos políticos principales del país, los (más tarde) conservadores, partidarios de la paz, y liberales, aquellos adherentes de la idea de guerra sin tregua, representados respectivamente en el Congreso. Los primeros estaban en abierta minoría al comienzo y eso fue fatal para el destino de la nación, continuó la guerra. Pero más allá de esta disidencia, había consenso en torno a que en Bolivia no se dieran las condiciones para una revolución popular como la que depuso a Daza; “Viva el orden, abajo las revoluciones” era el lema de época.


Omer Freixa.

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